David Cameron ha tomado este jueves la iniciativa en el debate sobre
la independencia de Escocia al abrir la puerta a la transferencia de más
poder al parlamento autónomo escocés. Cameron ha hecho esa propuesta en
una visita a Edimburgo, durante un discurso en el que ha defendido
apasionadamente la Unión, horas antes de entrevistarse con el ministro
principal escocés y líder del independentista SNP, Alex Salmond. El
primer ministro se ha referido explícitamente a que la ley que ya se
está negociando para dar a Edimburgo más competencias en materia fiscal
“no tiene por qué ser el final del camino”.
La oferta de Cameron, que ha supeditado a que primero los escoceses rechacen en referéndum la opción de la independencia, tiene como principal objetivo forzar un acuerdo sobre el referéndum
de independencia y torpedear los planes de Salmond de que la consulta
tenga tres opciones: independencia, dejar la cosas como están o más
autonomía. El primer ministro británico intenta así por segunda vez
hacerse con la agenda del debate secesionista. Ya lo intentó a mediados
de enero, cuando apoyó la convocatoria del referéndum pero con varias
condiciones, dos de ellas clave: que la consulta se celebre cuanto
antes, y no en 2014 como propone Salmond, y que contemple sólo dos
opciones, independencia o unión.
Si el primer intento de Cameron chocó con la obstinación de Salmond
de mantener su calendario y las tres opciones, apoyándose para ello en
la mayoría absoluta que posee en el parlamento de Holyrood, este segundo
parece haber descolocado de entrada al hábil líder del SNP. Salmond ha
respondido a Cameron de forma ambigua: no ha rechazado de plano esa
opción pero ha exigido que si el primer ministro tiene algo que ofrecer,
lo haga antes del referéndum, y ha criticado que Cameron hiciera una
oferta genérica en lugar de propuestas concretas.
La lucha táctica entre Londres y Edimburgo corre el riesgo de sembrar
la confusión entre los votantes porque las dos ofertas parecen
similares entre sí y al mismo tiempo contradictorias con las posiciones
de cada parte. Cameron se opone a que los escoceses puedan decidir en
referéndum que quieren más autonomía pero al mismo tiempo les ofrece
negociar ese aumento del techo autonómico si deciden mantenerse dentro
del Reino Unido. Y Salmond exige poder obtener un mandato para negociar
más autonomía como alternativa a la independencia pero al mismo tiempo
rechaza la oferta de Cameron de hacer exactamente eso y exige que la
negociación se produzca antes de ir a las urnas. Un lío tan grande que
en realidad parece abrir las puertas a un acuerdo sobre el referéndum.
El viaje de Cameron a Edimburgo tenía como objetivo ofrecer al mismo
tiempo una imagen conciliadora entrevistándose con Salmond, lanzar en
tierras escocesas una apasionada defensa de las ventajas de la unidad
territorial y mejorar su deteriorada imagen en una zona del país en la
que los conservadores son poco más que una irrelevancia política. Al
menos, en las urnas.
El primer ministro tuvo la prudencia de no despreciar al considerable
electorado que defiende la independencia, que suponía tradicionalmente
menos de un tercio de los escoceses pero que parece haber alcanzado ya
al 40% de los votantes, según las encuestas. “No estoy diciendo que
Escocia no podría vivir por su cuenta, como lo podría hacer Inglaterra,
pero lo ideal es que eso no ocurriera”, sostuvo.
Cameron subrayó que la independencia tendría para Escocia la ventaja
del petróleo, pero provocaría problemas con el sistema bancario, las
fuerzas armadas, la BBC, la sanidad pública, el armamento nuclear, el
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas o la pertenencia a la Unión
Europea.
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