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lunes, 29 de agosto de 2011

La guerra en Libia demuestra que el conocimiento de la verdad no impide el tráfico de las mentiras



Al igual que cuando Rosa Parks se negó a dejar su asiento de autobús reservado a los blancos e inspiró el movimiento por los derechos civiles en el sur de EEUU, cuando Mohamed Bouazizi se prendió fuego a sí mismo en un pueblo rural de Túnez encendió una dinámica en el mundo árabe que exigía el fin de la brutal humillación por parte de los autócratas que los oprimían. Los medios occidentales se apresuraron a denominarla «Primavera Árabe», que evoca agradablemente un florecimiento o un renacer y reduce los acontecimientos a los caprichos de una estación. Pero la brutal guerra de Libia, la salvaje represión de Bahrein o Siria, el estado policial en jaula de oro de las cleptocracias de Arabia Saudí, Qatar o Emiratos Árabes Unidos difícilmente pueden calificarse como «primavera».

Lo que comenzó como una lucha por la libertad, por los derechos humanos y civiles básicos, que exigía el fin de la corrupción a gran escala, del enriquecimiento de unas élites que mediante la brutalidad policial y del apoyo cínico de potencias extranjeras entendían el ejercicio del poder como sinónimo de mano dura y falta de libertad de expresión, nada tiene que ver con la «intervención humanitaria» de la OTAN. Sobran razones para apoyar la causa y a los pueblos de las revoluciones árabes, pero la intervención de la OTAN no busca la libertad. Traerá destrucción, degradación y esclavitud permanente al yugo neo-imperial. Y fortalecerá un pernicioso estereotipo de Occidente sobre Oriente. A saber: que los árabes son, en cierta manera, incapaces para la «democracia» y que la injerencia e intervención de Europa o EEUU es necesaria, a punta de pistola o a base de bombas si se torna necesario.

Petróleo para un cambio de régimen

La contradicción entre la resolución 1973 del Consejo de Seguridad que establecía una zona de exclusión aérea y un mandato para proteger civiles y tenía como objetivo «facilitar el dialogo que desemboque en reformas políticas necesarias para alcanzar una solución pacífica y sostenible» y su materialización demuestra una primera gran mentira. La OTAN ha actuado desde el primer momento como fuerza aérea y de operaciones especiales sobre el terreno de unos rebeldes que, de hecho, están demostrando la misma brutalidad de la que acusaban a Gadafi.

En un interesado ejercicio de honestidad, «Le Figaro» habla abiertamente en términos de «la guerra de Sarkozy», «The Economist» filtra las operaciones británicas del MI6 o la RAF, y el turbio Consejo Nacional de Transición libia -que nadie ha elegido y que ha sido reconocido por 30 estados que ya han presentado sus ofertas para los contratos post-Gadafi- reconoce que tiene una deuda de gratitud y que sabrá cómo saldarla. China, India y Brasil, opuestos a la intevención militar de la OTAN, tendrán que esperar. Libia, mayor productor de petróleo de África, con un crudo de excelente calidad fácilmente refinable, es hoy un gran casino para las grandes compañías -con las francesas en pole position-. Ese es precio de miles de vidas y de reducir Libia a escombros.

He ahí otra conocida gran mentira. Las «guerras humanitarias» no existen. Y en Libia se da justo lo contrario: una guerra neo-imperial selectiva con el objetivo de asegurar un control políticamente clientelar de recursos naturales básicos. Hacer del Mediterráneo un lago bajo control europeo y de EEUU. Y asentar nuevas bases para el acceso a los recursos y control de África.

Una verdad simple y plana

Oponerse a la intervención de la OTAN no supone, en absoluto, apoyar a Gadafi. Aun reconociendo que en términos de desarrollo social e inversión en África tuvo aspectos positivos, su poder era tiránico y mataba sistemáticamente a la disidencia política interna -islamista o bereber-, así como a miembros relevantes de Hezbollah y otras organizaciones militantes. Pero la OTAN no ataca a Gadafi porque sea un dictador. Si ésa fuera la razón, ¿por qué no ataca a Dubai, Bahrein o Uzbekistán? Dubai financia sus guerras, Bahrein acoge su V. Flota en el Golfo Pérsico, ambos maquinan en la Liga Árabe para dar cobertura a los bombardeos sobre sus «hermanos árabes» y Uzbekistán es clave en el abastecimiento para su otra guerra de Afganistán.

Aunque los medios y comentaristas «serios» se afanan en presentar lo que ocurre en Libia como una guerra desinfectada, con bombas láser que resuenan por una causa noble, la mortal realidad se impone. A la hora de escribir estas líneas, la OTAN bombardea Sirte con artillería pesada y una lluvia de misiles para «proteger» a sus civiles de un régimen que, en sus propios comunicados, dice que ya no existe. Para «facilitar» así el diálogo.

Cientos más morirán en Sirte, miles han muerto ya en Libia. Esa es la verdad actual. Tan simple y extremadamente plana.

Era sabido que la manipulación de la información, y la desinformación, es más efectiva y duradera que intentar su total control y supresión. Pero aunque tuerzan los hechos, la verdad es la que es.

Y la verdad es que en Libia, una vez más, somos testigos de la muerte a gran escala de personas inocentes por parte de una banda de mentirosos y farisaicos matones de la OTAN vestidos con trajes de seda.

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