Dirigido a los jóvenes reunidos en Madrid con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud (católica), dijo lo siguiente: “Hay muchos que creyéndose dioses piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos”.
Debe reconocerse que, en tanto representante de una iglesia tan poderosa como la católica y que influye de una u otra forma en millones de personas alrededor del mundo, lo que diga Ratzinger no resulta banal. Es decir, puede ser que lo que afirme sea cualquier banalidad, pero debido a su posición se convierte en un sujeto emisor que logra producir efectos con lo que dice en un número importante de personas (basta pensar en la cantidad de jóvenes católicos que escucharon esta frase en Madrid y su reproducción en medios de comunicación).
Creo que esto es bastante claro y es suficiente como para ocuparse de los posibles efectos de sus discursos y actos.
Respecto a la frase citada pueden considerarse, al menos, dos lecturas posibles en clave antropocéntrica. Si se es caritativo, la frase puede ayudar a recordar, contra la ideología neoliberal individualista y solipsista, que los seres humanos necesitamos de otros para vivir. No estamos solos y no podemos vivir solos, lo cual es algo con lo que no hay necesidad de pelear. Sin embargo, viniendo de una figura religiosa conservadora como Ratzinger, otra lectura, menos amable, resulta más probable.
En efecto, una lectura más acorde al movimiento de secularización que reivindicó la tan vilipendiada modernidad debe considerar, precisamente, al hombre como capaz de ser un sujeto autónomo e independiente que puede, dentro de ciertas condiciones, producir su mundo y así autoproducirse. Esta producción del mundo y esta autoproducción del hombre podría llevar a la creación de un mundo mejor (“otro mundo es posible” nos recuerdan los movimientos sociales) en donde no se produjera explotación y humillación. Como lo dijera uno de los autores modernos más significativos, el también muy vilipendiado K. Marx:
“La crítica de la religión desemboca en la doctrina de que el hombre es la esencia suprema para el hombre y, por consiguiente, en el imperativo categórico de echar por tierra todas las relaciones en que el hombre sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable”.1
Aquí se advierte lo reaccionario del discurso papal. Retrocede a una visión medieval y borra la herencia moderna.
En otras palabras, contrario a lo que dice Ratzinger, el hombre es el sol del hombre y es el criterio con el que se deben juzgar las cosas.2 El problema es que, hasta el día de hoy, no ha sido así. Tanto las posiciones católicas conservadoras como las posiciones capitalistas y neoliberales se tocan en un punto importante: son fuertemente antimodernas en tanto que se centran en algo distinto al hombre. El catolicismo conservador se centra en dios y el capitalismo se centra en el mercado.
Puede que lo que diga Ratzinger sea una banalidad (y una barbaridad), pero considerando sus efectos, es necesario estar dispuesto a dar la batalla hermenéutica (de producción de sentido). Aunque los recursos sean mucho menores.
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