Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
A principios de la semana, el presidente de EE.UU. Barack Obama envió una carta al rey saudí Abdullah, entregada en persona en Riad por el consejero nacional de Seguridad de EE.UU., Thomas Donilon. Pasó menos de una semana después de que el jefe del Pentágono, Robert Gates, pasara en total 90 minutos cara a cara con el rey.
Estas dos acciones representaron el sello final de aprobación de un acuerdo cerrado entre Washington y Riad incluso antes de la votación de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU (Vea Revelado el acuerdo entre EE.UU. y Arabia Saudí, Rebelión, 1 de abril). Esencialmente, el gobierno de Obama no está dispuesto a decir una palabra sobre cómo conduce la Casa de Saud su implacable represión de las manifestaciones por la democracia en Bahréin y en todo el Golfo Pérsico. Ninguna operación “humanitaria”. Ninguna R2P (“responsabilidad de proteger”). Ninguna zona de exclusión aérea o de conducción.
Progresistas del mundo tomad nota: la contrarrevolución estadounidense-saudí contra la Gran Revuelta Árabe de 2011 ya es oficial.
Esos ‘sujetos bastante influyentes’
El acaudalado y truculento clan que se presenta como una monarquía absoluta perpetua y se llama Casa de Saud gana en todos los frentes.
El “Día de la Ira” del mes pasado en el reino se implidió implacablemente con la amenaza (literal) de que a los manifestantes les cortarían los dedos.
Mientras el precio del petróleo crudo llega a niveles estratosféricos y los saudíes se niegan a aumentar la producción es fácil para Riad gastar unos pocos miles de millones de dólares en calderilla para apaciguar a sus súbditos con unos 60.000 puestos en la “seguridad” adicionales y 500.000 apartamentos de bajo alquiler.
Hace poco el rey Abdullah también “recibió un mensaje verbal” del emir de Bahréin, Jeque Hamad bin Khalifa, sobre florecientes “temas bilaterales”, como la despiadada represión por parte de Arabia Saudí de las protestas por la democracia en Bahréin mediante la invasión de su vecino y el despliegue de sus consejeros de “seguridad”.
La violenta reacción de la Casa de Saud ante las manifestaciones pacíficas en Bahréin puede haber sido un mensaje a Washington, como diciendo “nosotros estamos a cargo del Golfo Pérsico”. Pero sobre todo fue dictada por el temor absoluto de que Bahréin pudiera convertirse en una monarquía constitucional que redujera al rey a una figura decorativa; un ejemplo nefasto para los vecinos saudíes.
Sin embargo, por mucho que persistan auténticas tensiones entre iraníes y chiíes árabes, la reacción saudí terminará por unir a todos los chiíes y convertirá a Irán en el único salvador de Bahréin.
En cuanto a la reacción de Washington, fue indigna para comenzar. Cuando los suníes en Iraq oprimieron a la mayoría chií, el resultado fue que Iraq fue golpeado y amedrentado hasta la destrucción por los neoconservadores. Cuando lo mismo sucede en Bahréin, los halcones belicistas liberales dejan que los suníes se salgan con la suya. (Por mucho sesgo que se difunda en sentido contrario, Gates, del Pentágono, sabía que Arabia Saudí invadiría Bahréin inmediatamente, durante unsábado (la invasión comenzó el domingo por la noche).
No es que a Washington le importe mucho una manera o la otra. La semana pasada, en un restaurante de Chicago, el presidente Obama calificó al emir de Qatar, Hamad bin Khalifa, de “individuo bastante influyente”. Lo elogió como “un gran impulsor, gran promotor de la democracia en todo Medio Oriente”. Pero Obama no se dio cuenta de que había un micrófono abierto, y que CBS News estaba oyendo, por lo tanto agregó: “él mismo no está reformando significativamente. No hay un gran movimiento hacia la democracia en Qatar. Pero sabéis que parte de la razón es que el ingreso per cápita de Qatar es de 145.000 al año. Eso desalentará un sinfin de conflictos.”
Traducción: ¿a quién le importa que esos “individuos bastante influyentes” en el Golfo reformen o no mientras sigan siendo nuestros aliados?
La guerra del terror saudí
Hace mucho tiempo, en 1965, la oposición de Bahréin fue acusada de nacionalismo árabe (por la prensa colonial británica), la pesadilla de colonialistas de todo tipo y también de los designios de EE.UU. Ahora, es acusada (por los al-Khalifas y la Casa de Saud) de sectarismo.
La Casa de Saud ha aterrorizado como era de prever al movimiento de la mayoría chií por la democracia en Bahréin con miedo, asco y –qué otra cosa iba a ser– sectarismo, el último pilar de su ideología wahabí medieval. Para los wahabíes intolerantes, los chiíes son tan heréticos como los cristianos. Los sitios sagrados chiíes en Bahréin se están demoliendo bajo la supervisión de tropas saudíes. Los bahreiníes subrayan vía Twitter que los saudíes están utilizando “tácticas israelíes”, demoliendo mezquitas “no autorizadas”.
Una vez más, esto sólo puede llevar a una radicalización total de la división suní-chií en todo el mundo árabe. Todo el que haya seguido la tragedia provocada por el gobierno de Bush en Iraq, recordará que cuando al-Qaida hizo volar el venerado lugar sagrado chií de al-Askari en Samarra en 2006, provocó el comienzo de una horrible guerra sectaria que mató a decenas de miles de personas y envió a cientos de miles al exilio.
La Casa de Saud (así como EE.UU. e Israel) respaldaron a Mubarak en Egipto hasta última hora. Todos sabían que si caía ese “pilar de estabilidad”, los otros (saudíes) también estarían en peligro. A pesar de todas sus fanfarronadas, las acciones de la Casa de Saud son impulsadas esencialmente por el miedo. En los últimos años ha perdido poder en el Líbano, Palestina y ahora Egipto. Su “política exterior” consiste en el apoyo a regímenes ultra-reaccionarios. ¿El pueblo? Que coma kebab, si puede. Su último bastión de poder es el Golfo –repleto de enanos políticos como Bahréin y Kuwait-. Con un pequeño empujón, la Casa de Saud podría reducirlos a todos al estatus de simples provincias.
Todavía no. Cuando la Casa de Saud desarrolló su estrategia contrarrevolucionaria, la alianza saudí-israelí se transformó en una alianza saudí-qatarí. Qatar podría ser desestabilizado mediante el factor tribal –los saudíes lo habían intentado antes– pero ahora necesitaba un buen aliado. Y eso, por desgracia, explica la dócil cobertura de la represión en Bahréin por al-Jazeera, basada en Qatar.
La Casa de Saud solo necesitó unos días para obligar al Consejo de Cooperación del Golfo (GCC) a apoyar la nueva línea dura: somos los líderes; no hay sitio para democracia en el Golfo; el camino a seguir es el sectarismo; nuestra relación con Israel es ahora estratégica; e Irán tiene la culpa de todo. La “conspiración persa” es el tema clave que despliega la fuerte máquina de propaganda saudí, especialmente en Bahréin y Kuwait.
Los halcones belicistas israelíes lo adoran, lo que no sorprende. Hay mucha retórica vacía –o simplemente lunática– en la prensa israelí sobre una “alianza estratégica” entre Tel Aviv y Riad, “similar a la que existió entre la Unión Soviética y EE.UU. contra los nazis”.
Y adivinad qué: Obama es el culpable. Sin esta alianza estratégica, según la narrativa israelí, todo el Golfo caería “víctima de un Irán nuclear” y el gobierno de Obama no levanta un dedo para salvar a nadie. Se vilipendia a Obama diciendo que es alguien que “se enfrenta y abandona sólo a los aliados”, mientras alienta a los “malvados” Siria e Irán. Es una narrativa que sale directamente de Looney Tunes.
Una tumba a ras de tierra
Tratando de comprender lo que está en juego, el Wall Street Journal de Rupert Murdock entendió todo al revés, y pregonó que hay una nueva Guerra Fría entre Arabia Saudí e Irán. Es lo que pasa cuando rumian relaciones públicas de “funcionarios saudíes”.
Lo que enfurece a los chiíes por doquier es la manipulación incendiaria del sectarismo de la Casa de Saud, no solo a los iraníes; eso podría convertir a la República Islámica en el único defensor sustancial de todos los chiíes contra el medievalismo wahabí.
Lo que ha desbaratado la “credibilidad con respecto a la democracia y la reforma” de EE.UU. es la contrarrevolución –condonada por EE.UU.– de la Casa de Saud contra la Gran Revuelta Árabe de 2011.
Todo esto mientras “el acuerdo tradicional de seguridad” con Washington ni siquiera sigue dando resultados. La Casa de Saud no estabiliza los precios globales del petróleo: al negarse a aumentar la producción, pronto llegará a niveles de 160 dólares por barril. Y mientras la Casa Blanca y el Pentágono siguen protegiendo a ese hatajo medieval que fue el primero en reconocer a los talibanes a mediados de los años noventa, y cuyos multimillonarios financian yihadistas en todo el mundo.
Los enanos políticos del Golfo están siendo homogeneizados –y les están poniendo correas– por la fuerza de la Casa de Saud. Esos reyes y emires del Golfo podrán preservar –por el momento– sus tronos dorados. Pero hay que esperar mucha violencia cultural y religiosa; mucho desagradable tribalismo y guerras sectarias, sin una posible evolución política ni la posibilidad de desarrollo de una sociedad civil moderna. No es sorprendente: el miedo y el asco están arraigados en esa Casa reaccionaria, un eje de múltiples males que sólo merece una tumba a ras de tierra en las arenas del desierto.
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