Cinco batas blancas se arremolinan alrededor de un cubículo de arena en el que hundirán sus colillas. Medio metro de cigarro de plástico les atrae como un imán para conformar un bodegón nicotínico. No es la mejor estampa para decorar la entrada de un hospital, pero no hay otro cuadro colgado en los accesos del Vall d'Hebron desde el 2 de enero.
Recorrer su perímetro es irse topando con grupúsculos de sanitarios ahumados en alquitrán. Alargar la zancada hasta el vecino barrio de Montbau, hallar a los que se ocultan de lo políticamente incorrecto. Rebasar la frontera entre la acera y el hospital, despedirse del tabaco. No existe más allá del rastro clandestino que impregna algún que otro vestuario o lavabo. Médicos, enfermeras y celadores han despojado sus bolsillos de cajetillas. Al doctor Josep Mª Sánchez se le acumula el trabajo.
Un centenar de sanitarios en tratamiento
Desde la entrada en vigor de la ley, por su unidad de Deshabituación del Tabaco han pasado diez veces más profesionales. "Si antes tenía nueve pacientes, ahora tengo un centenar", explica. Y es que la magnitud del recinto sanitario no ha dejado opción al personal médico: la normativa especifica que no sólo está prohibido fumar en los edificios del hospital sino también en "los espacios al aire libre comprendidos en el recinto". Conclusión, 6.200 metros cuadrados vetados al cigarro.
La restrictiva norma despierta cierto resquemor entre los trabajadores fumadores. "Es una droga legalizada, pero no se pueden habilitar sitios para consumirla. Sí hay narcosala para la heroína, pero no se puede habilitar un lugar para los fumadores", reflexiona Marta, enfermera supervisora que, aun así, confiesa que lo tajante de la prohibición ha sido "decisivo" para ella y muchos otros compañeros que han optado por pedir ayuda para dejar de fumar. "No había otra, con este recinto tan grande no puedes estar trabajando y buscando todo el día un sitio para fumar", abunda.
La mayoría de pacientes del doctor Sánchez son compañeras de Marta. El perfil del sanitario que ha confiado en él en el último mes y medio es el de una enfermera de entre 45 y 50 años que fuma entre 15 y 20 cigarros al día.
Contenedor para depositar las colillas a la entrada del recinto hospitalario.| A. M.
Es una cuestión estadística, pues mientras en el hospital fuman entre el 15% y el 20% de los médicos, la cifra aumenta hasta el 30% entre las enfermeras y alcanza el 35% entre los auxiliares. "Los médicos ya han ido viniendo en los últimos años", narra el doctor Sánchez, también ex fumador hasta que eligió dedicarse a ayudar a otros a dejar la adicción, aunque lo realmente determinante fuera el nacimiento de su hijo. Y es que, explica, convencer a un profesional de la medicina de la importancia de desengancharse es en ocasiones mucho más complicado. "Los sanitarios ya conocen los problemas de salud que da el tabaco, lo están viendo cada día, son menos receptivos a las recomendaciones médicas y muchas veces su primera motivación no es la salud".
No lo fue para Xavier, enfermero del área de quemados, que decidió dejarlo cuando comprobó como el menor de sus hijos imitaba sus caladas lápiz en boca. Después de 35 años tragando humo, lleva cinco meses sin hacerlo. Él se adelantó a la ley -lleva cinco meses de ventaja- pero defiende a los compañeros que ahora lo intentan y a los que no lo consiguen.
Entiende Xavier que "incumplimientos se producen seguro", pero sostiene que son "minoritarios" y justifica: "Aquí angustia, porque es una necesidad que no se puede cubrir. Los sanitarios, a veces, aguantamos mucha presión, no ponemos ladrillos, salvamos vidas. Cuando fumas, crees que te ayuda a superar el estrés y a asumir tu responsabilidad".
Mar, otra enfermera supervisora que trata de abandonar la adicción, añade que la solidaridad está primando entre compañeros. "Muchos fuman menos porque saben que el trabajo que no están haciendo ellos mientras fuman lo está haciendo otro". "Mi personal se está esforzando de manera importante y hay muchos que sólo fuman en la comida y la merienda", explica.
El doctor Sánchez la ratifica y añade que el éxito oculto de la ley es conseguir que haya gente que, pese a no dejar el tabaco, "ahora pasa con tres cigarros al día cuando antes fumaba 12".
Los enfermos mentales, principales incumplidores
Las fisuras de la normativa ya se han podido percibir, no obstante, en el centro hospitalario. Los pacientes psiquiátricos son los mayores incumplidores y lo son porque la ley sólo establece excepciones para los centros para enfermos mentales crónicos y no agudos como los de Vall d'Hebron, que no están ingresados por largo tiempo. Xavier ha tenido que lidiar con situaciones complicadas en un área como la de quemados que acostumbra a albergar a pacientes con problemas de salud mental. "Yo no soy policía, se lo explicaré, pero a la que pueda saldrá y fumará", se resigna.
Con los familiares ocurre algo parecido, el grueso comprende y respeta la ley, pero en su unidad topar con acompañantes de un preso o una familia desestructurada no es una sorpresa. Muchos de ellos no cumplen, manifiesta, "pero es que no cumplen ninguna norma", precisa.
La otra rendija de la ley es la financiación del tratamiento que en ocasiones puede tener un coste de hasta 300 euros. El personal sanitario cuenta con la ventaja de que tratamientos ya tradicionales como los parches de nicotina son gratuitos para ellos, pero no así la vareniclina, un fármaco mucho más efectivo en boga en los últimos años, que actúa en los receptores de la nicotina y sólo financian sistemas de salud como el navarro o el vasco.
El doctor Sánchez reclama que todo fumador, profesional médico o no, tenga derecho al menos a un tratamiento subvencionado como mínimo al 40% como el resto de medicamentos. Y argumenta que la deshabituación de cualquier otra droga, incluso las socialmente aceptadas como el alcohol, sí está financiada.
De momento, se consuela con que, pese al desembolso, el 50% de sus pacientes habrá dejado de fumar en medio año y se felicita del cambio "radical" que ha experimentado el hospital. Las colillas no ingresan.
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