En la mañana, cuando Pinocho despertó, ni siquiera se puso las zapatillas. Saltó de la cama y, en pijama y temeroso, rápidamente, fue al baño dispuesto a comprobar en el espejo hasta qué punto habían crecido las consecuencias de sus mentiras.
El Hada Azul del cuento que le diera la vida también le había advertido el riesgo que supone faltar a la verdad, pero ni su nariz había crecido ni sus orejas eran las de un asno.
Recobrada la calma, Pinocho sintonizó los medios para asomarse al mundo antes de salir a la calle, y así fue que se enteró de la preocupación de su alcalde por el bienestar de la ciudadanía, del interés de su presidente y de su gobierno por mejorar sus deplorables condiciones de vida, de la disposición de los empresarios por crear empleo, del afán de los banqueros por repartir ganancias, de la inquietud de los jueces por administrar sabiamente la justicia, del esmero de los grandes medios de comunicación por difundir la verdad, de los desvelos de la Iglesia por procurarnos el pan nuestro de cada día… y comprobó Pinocho que a ninguno de los tantos defensores de la razón, de la equidad, de la moral, del pueblo, le había crecido la nariz o puesto en evidencia sus orejas de burro.
Sólo al Hada Azul.
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