La sombra de la sospecha ha estado siempre sobre Tamiflu, el antigripal fabricado por Roche que alcanzó fama mundial durante la epidemia de gripe A. A pesar de los resultados aparentemente positivos de los ensayos clínicos presentados, varias voces se han alzado advirtiendo que sólo unos pocos estudios han salido a la luz y que la información disponible no es suficiente para hacer ciertas afirmaciones acerca de la eficacia del fármaco.
El Grupo de Infecciones Respiratorias Agudas de la Cochrane Collaboration -una prestigiosa organización internacional dedicada a revisar sistemáticamente la literatura científica- es uno de los más combativos y ha expresado en varias ocasiones su preocupación en torno al uso de oseltamivir (principio activo del Tamiflu) y otros inhibidores de la neuraminidasa. La revista 'British Medical Journal' recoge, como es habitual, el último de sus artículos.
La historia comienza en 1999, cuando la Cochrane publicó su primera revisión sobre esta familia de compuestos destinados al tratamiento de la gripe, mucho antes de la pandemia de H1N1 del pasado año y en el periodo intermedio entre la aparición de los primeros casos de gripe aviar y la epidemia que afectó sobre todo a Asia y África y que comenzó en 2003. El texto original fue revisado en 2006 y 2008.
La conclusión, entonces, era que oseltamivir reduce el riesgo de complicaciones (como neumonía) en los pacientes con gripe. "Mientras que preparábamos la actualización de 2009, recibimos un comentario de un pediatra japonés", explican los autores, que "cuestionaba" esta afirmación argumentando que "las evidencias que la sustentaban se basaban en un único ensayo [un metaanálisis financiado por Roche]".
Falta información de los estudios
Para cerrar esta grieta en su investigación, el grupo de la Cochrane, dirigido por Tom Jefferson, escribió a los autores del estudio en discordia y a la compañía solicitando los datos originales de los trabajos. Un esfuerzo que hasta la fecha no ha tenido éxito a pesar de que, ante el revuelo creado, Roche ha manifestado públicamente su intención de hacer pública esta información.
"Sin embargo, lo que Roche proporcionó no eran los informes completos de los 10 ensayos", se lamentan los autores. "Este material adicional, aunque incompleto, es una razón más para dudar de la integridad de las pruebas publicadas [sobre la eficacia y seguridad de los fármacos]", añaden. Y subrayan el hecho de que el metaanálisis más conocido sobre Tamiflu no recoge ninguna reacción adversa mientras que la información proporcionada años más tarde por la compañía habla de al menos 10.
El sistema empleado hoy en día por las grandes agencias del medicamento (la FDA en EEUU o la EMA en Europa) para aprobar la comercialización de los fármacos tiene como piedra angular los ensayos clínicos. Pero casi siempre son las empresas, las mismas que esperan ganar miles de millones con las ventas de sus productos, las que financian estos estudios.
Por eso las revisiones independientes de estos ensayos tienen un valor muy importante pero "si los estudios publicados son incompletos u omiten resultados importantes, el proceso de revisarlos sistemáticamente no es suficientemente riguroso y en algunos se arriesga a convertirse en una forma de publicidad gratuita para la industria", escriben Jefferson y sus colegas.
Para facilitar esta tarea "vital", proponen "hacer que la información esté libremente disponible". "Los investigadores, la población y los medios científicos y profanos necesitan trabajar juntos para presionar a la industria para que asuma la responsabilidad ética de revelar sus datos en el interés público", subrayan. "Si te tragas un medicamento, necesitas saber cómo funciona... de verdad", concluyen.
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