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jueves, 21 de octubre de 2010

Cibercafés porno en Kabul

El Ministerio de Comunicación, Información y Tecnología afgano ha clausurado esta semana diecisiete cibercafés en Kabul, la capital afgana, porque sus clientes supuestamente se dedicaban a buscar en la Red lo que no tienen en vivo: mujeres y sexo. “Ya se avisó hace días que no permitiríamos que se visitaran páginas porno u otras webs anti islámicas”, declaró Mohammad Ibrahim Abbasi, de la Autoridad Afgana Reguladora de las Telecomunicaciones (ATRA, en sus siglas en inglés), para argumentar una decisión tan drástica.

Tras la caída del régimen de los talibán, en el que incluso estaba prohibida la televisión y las fotografías, los cibercafés proliferaron en Kabul, aunque no con la velocidad más deseada. La conexión a la red suele ser lentísima, además de muy cara. Por ejemplo, la empresa Instatelecom ofrece una conexión de 25 kbps por 16.000 afganis al mes (284 euros). Conexiones más rápidas pueden ascender hasta los 35.000 afganis (710). El precio por hora en los cibercafés es de 50 (88 céntimos de euro).

A pesar de la lentitud, internet ofrece, sin duda, lo que no se puede ver en la realidad ni tampoco en las cadenas de televisión afganas: carne femenina. En la capital resulta complicado encontrar a una mujer que vista con manga corta -haga el calor que haga- o ropa ceñida que le marque las curvas. Eso sin contar las que llevan burqa y entonces sí que no muestran nada de nada.

En las cadenas de televisión afganas, tampoco hay opción para el destape. Incluso los culebrones indios, que ocupan buena parte de las pantallas y causan furor entre los espectadores, son capados en ese sentido. Las imágenes donde aparecen el escote pronunciado o los brazos y el estómago al aire libre de una mujer son difuminadas para evitar que se pueda apreciar algo.

De la misma manera, las relaciones sociales entre hombres y mujeres son limitadas. En Afganistán es tradición que los padres escojan el marido para sus hijas, que normalmente es un hombre que ellas han visto pocas veces o nunca y con quien apenas intercambiaran unas palabras antes de contraer matrimonio. Así pues, las relaciones de noviazgo como tal no existen, e incluso están mal vistas. Un hombre y una mujer, si se citan y no son matrimonio, siempre es a escondidas.

Asimismo, también es costumbre que el hombre pague una dote por la mujer con quien se quiere casar, que a menudo asciende a los 3.000 dólares o más (2.400 euros), en un país donde el sueldo medio de un funcionario ronda los 70 dólares al mes (56). Así pues, los hombres necesitan años para reunir ese dinero y poderse casar y, en consecuencia, tener relaciones sexuales. El sexo fuera del matrimonio normalmente no se contempla, al menos con una mujer.

Con este panorama, no es de extrañar que centenares de jóvenes acudan cada día a los cibercafés como válvula de escape. Este miércoles algunos establecimientos lucían un precinto en la puerta, con el sello del Ministerio de Comunicación, Información y Tecnología. En los que continuaban abiertos, sus responsables se apresuraban a decir que sus locales eran completamente decentes. “Las páginas web porno las tenemos bloqueadas para que no se puedan visitar”, aclaraba Wali Mohammad Alem, propietario del cibercafé Ghobar, en el barrio de Shar-e-now.

Ésa mismo argumento esgrimía Jawid Sahadat, del café internet Bokthari, en la calle Chicken. “Las bloqueamos desde el principio para evitarnos problemas”, asegura. Y añade que, prueba de eso, es que hace una semana la policía visitó el cibercafé y permitió que continuara abierto. Lo que no están bloqueadas en el establecimiento, en cambio, son las páginas web de los talibán. Ésas se pueden se pueden visitar sin problemas.

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