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sábado, 27 de marzo de 2010

Un vendaval de calumnias contra Cuba

Sobre Cuba cae otra vez un vendaval de calumnias e improperios. De ella hablan, como si del infierno fuese, personajes políticos carentes de toda moral para criticar a nadie, ya que nada dicen de las atrocidades que a diario ocurren ante sus propias narices, sostuvo acertadamente el presidente del Parlamento cubano Ricardo Alarcón.

Contra Cuba despotrican medios informativos" cuya cualidad principal, ya lo señaló Noam Chomsky, es la de ser muy disciplinados con el imperio.

Esta lluvia de mentiras no debe sorprender a nadie. No es este el primer aguacero ni será el último. No es tampoco una tormenta natural.

Se trata, en realidad, de una colosal operación de engaño, la más prolongada, costosa y sucia que registra la historia. Cumple ya más de medio siglo.

Una parte, sólo una parte, del insidioso plan puede leerse en algunos documentos oficiales del gobierno norteamericano, parcialmente desclasificados, en los que consta que la esencia de su política para destruir a la Revolución cubana ­junto a la guerra económica y el terrorismo­ era y siempre ha sido fabricar una oposición, financiarla, dirigirla y apoyarla con una poderosa ofensiva propagandística.

No es un plan cualquiera. Lo concibieron y acordaron al más alto nivel en Washington, y le han entregado fabulosas cifras monetarias todos los gobernantes de Estados Unidos sin excepción.

Las acciones encubiertas no han cesado a lo largo de medio siglo sólo que ahora a ellas se suman, además, los proyectos que aparecen en los presupuestos de entidades norteamericanas que abiertamente consignan su respaldo financiero a la oposición cubana y los pagos generosos a quienes distorsionan la realidad de la isla y mienten a sabiendas.

Los que hablan de defensa de los derechos humanos no son más que los herederos de piratas convertidos en nobles, negreros transformados en aristócratas, y políticos y generales de no se sabe cuantas estrellas devenidos torturadores de combatientes enemigos y matadores de víctimas colaterales.

No hay que olvidar que dos sonados estadistas europeos, el español José María Aznar y el británico Anthony Blair, fueron los que junto a George W. Bush, y por encima de la comunidad mundial, desataron la guerra contra Bagdad, a sabiendas que ni Irak tenía armas de destrucción masiva, ni era aliado del sinuoso grupo Al Qaeda, al que se le atribuyen los atentados del 11 de setiembre del 2001 en Estados Unidos.

Por supuesto, de tales adalides nadie espere campañas contra el bloqueo a Cuba, ni por la liberación de los cinco antiterroristas cubanos prisioneros desde hace más de una década en territorio norteamericano.

Nadie piense tampoco que demandarán justicia contra los mafiosos Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, ilustres huéspedes del imperio radicados en la Florida.

Son muchos los conjurados que han guardado fidelidad a aquel juramento de destruir la Revolución. Lo siguen cumpliendo al pie de la letra. Ellos se ocupan de que la mano de Estados Unidos, la dadivosa mano de Washington, se mantenga oculta mientras ellos hacen el trabajo sucio.

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