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lunes, 25 de marzo de 2013

Conservadores sueñan con que Bergoglio se transforme en el Juan Pablo II latinoamericano



Cuando el cardenal Karol Wojtyla fue elegido Papa, en octubre del 1978, el mundo estaba a una década de ver el derrumbe del socialismo en el este europeo y el fin de la Unión Soviética. Su elección fue pieza clave en ese proceso, en la opinión –nada menos– del entonces presidente de la Unión Soviética y Secretario General del Partido comunista, Mijail Gorbachov, y de muchos otros intelectuales y políticos de la época.
“Nadie discute hoy que sin los viajes del Papa a Polonia no se podría haber puesto en marcha el llamado ‘efecto dominó’ que, partiendo del ejemplo polaco, contagió a las demás naciones marxistas del entorno”, se puede leer en el blog “Iglesia en el mundo”, en un artículo que analiza la caída del Muro de Berlín, ocurrida en 1989, y sus efectos, 20 años después.
El entusiasmo de quienes soñaban con el fin de la “Guerra Fría” y el triunfo del capitalismo no podía, en ese entonces, ser mayor. Se expresó, entre otros medios, en lo que algunos intelectuales llamaron “El fin de la historia”. Un libro, con ese nombre, hizo famoso a su autor. Pero la fama le duró poco. Hoy es mucho menos citado y el mundo intelectual y político prefirió buscar otros rumbos para sus análisis de los acontecimientos de aquella época.
Si el fin del socialismo del este europeo desató una forma de “capitalismo salvaje” que el propio Juan Pablo II criticó duramente, no evitó que, en Europa, se extendiera un período que terminó llevando la región a su más grave crisis económica y social y a poner en peligro la misma existencia de la Unión Europea. Una crisis que está en pleno desarrollo, sin que nadie se atreva a predecir su fin ni como terminará.
América Latina
En América Latina, sin embargo, una forma de neoliberalismo privatizador se había impuesto desde los años 70. El modelo más reconocido fue el de Chile, de la mano de la dictadura militar del general Augusto Pinochet. El golpe militar chileno, del 11 de septiembre del 73, fue el último de un período que se había iniciado en marzo de 1964, en Brasil.
La resistencia a esas dictaduras en América del Sur vino acompañada –aunque con menor fuerza– de la resistencia al modelo económico privatizador (quizás en Costa Rica, donde no hubo dictadura, esa resistencia operó, y sigue operando, con mayor fuerza).
Ya al iniciarse este siglo, en diversos países, fuerzas que impulsaban un modelo económico distinto a la propuesta neoliberal asumieron el poder: Venezuela, Bolivia y Ecuador son tres de esos modelos, pero también en Brasil, Argentina y Uruguay surgieron nuevas propuestas.
Medio “huérfanos”, los sectores neoliberales más recalcitrantes vieron hundirse el modelo que había surgido con tanto fuerza a la caída del socialismo en el este europeo y que les daba aliento para seguirlo profundizando en la región. El modelo perdió atractivo y las fuerzas sociales que lo impulsaban se vieron enredadas en sus propios problemas. Hoy tratan de rearticularse (desde donde todavía controlan el poder públicos, como Colombia, México o Costa Rica), pero también desde la oposición, en países como en Venezuela.
La elección del cardenal Bergoglio ha despertado grandes expectativas entre esos sectores en algunos países de América Latina.
En Brasil la expresó el diario “O Globo”, de Rio de Janeiro, uno de los más importantes del país. En editorial del 21 de marzo, titulado “La misión latinoamericana del Papa”, el diario recordó que “las multitudes en el funeral de Chávez y los peronistas que tocan tambores por Cristina son formadas, en gran parte, por católicos”.
América Latina tiene el 42% de los católicos del mundo, recuerda el diario. Con la polarización social llevada a extremos, las enormes masas, empobrecidas con la aplicación de las políticas neoliberales “se transformaron “en campo fértil para políticos populistas que garantizan su permanencia en el poder con maniobras antidemocráticas y fuerte asistencialismo”.
“Es el caso del chavismo, en Venezuela (y de sus discípulos en Bolivia, Ecuador, Nicaragua) y del kicherismo, en Argentina”, dice el periódico, al insistir en que 90% de la población de esos países se dice católica. Su esperanza –expresada en el editorial– es que el Papa venga a ocupar el espacio junto a los pobres. De este modo la actuación de la iglesia se transformaría, en opinión de “O Globo”, en una preocupación para esos gobiernos, aunque el Pontífice “tenga más en mente la actuación pastoral y espiritual”.
Argentina
Quizás por la nacionalidad del Papa, o por su cercanía con Brasil, las esperanzas del periódico se concentran en Argentina, donde el gobierno se enfrenta, además, a uno de los grupos económicos más importantes del país y del área de los medios de comunicación, propietario del diario “Clarín”.
Los argentinos, señala, “conocen la actuación del cardenal arzobispo Jorge Bergoglio, visitante frecuente de las ‘villas miserias’ en la periferia de Buenos Aires, para llevar ayuda a la población marginal. La conoce también el gobierno. Bergoglio ha sido un crítico habitual de los descaminos kircheristas y el expresidente Néstor Kirchner ya lo llamó de ‘líder de la oposición’”.
La presidente Argentina, la viuda del expresidente Kirchner, fue, sin embargo, la primera jefe de Estado recibida por Bergoglio en Roma, con quien compartió un mate, gesto de cordialidad que se comparte con amigos en ese país.
Pero el exdirector de Clarín, Roberto Guareschi, aseguró que los Kirchner temían al nuevo Papa, en un texto reproducido por O Globo. “Es imposible no hacer una relación con el papel del Papa Juan Pablo II en el desarme del comunismo en su Polonia natal, un capítulo en el efecto dominó en Europa Oriental, en la caída del Muro de Berlín y, en última instancia, en el fin de la Unión Soviética”, recordó Guareschi.
La comparación, como lo recuerdan algunos comentaristas, desconoce que la lucha de Juan Pablo II se orientaba a liberar su país del control ejercido por la Unión Soviética, una situación distinta a la de Argentina, no sometida a ninguna potencia extranjera. Mas bien la presidente, en materia de soberanía, le fue a pedir apoyo para la lucha por la recuperación de las islas Malvinas, hoy en poder de Gran Bretaña, un tema delicado para la experimentada diplomacia vaticana y que debe preocupar a la británica.
Por otro lado, se olvida también que, una vez desaparecida la Unión Soviética, Juan Pablo II orientó sus críticas hacia lo que llamó “capitalismo salvaje”. Esto abre una interrogante sobre la posición que pueda adoptar Francisco I ante la situación política de su país, donde la oposición a los Kirchner proviene, en gran medida, de los sectores más representativos de esa forma de capitalismo.
Distinta cosa parecen ser las discrepancias con el gobierno en las materias ya bien conocidas, como el aborto o el matrimonio entre parejas del mismo sexo, donde cualquier acuerdo sigue siendo muy difícil, si no imposible.
En ese contexto, la comparación entre Francisco I y Juan Pablo II parece tener poco asidero y podría reflejar apenas la orfandad de una oposición política que no encuentra su rumbo.

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