La noticia resulta alarmante: la extensión de la depilación brasileña
pone en peligro de extinción a las ladillas. Alarmante para las
ladillas, naturalmente. En la vida todo depende del color del cristal
con que se la mire, y desde dónde se la mire.
Por ejemplo, Rubén, mientras descubre el pintoresco titular en su
iPad, anda más alarmado por otras cosas. La que más mosqueado le tiene,
con mucho, es la situación en que va a quedar su anciana madre, en el
pueblo castellano-manchego donde nació y del que no hay forma de
arrancarla, porque sería arrancarle la vida. A sus 83 años,
cuando le dé un arrechucho (o un apechusque, como dice ella) ya no
tendrá un centro de urgencias sanitarias al que acudir en su pueblo.
La supresión acordada por el gobierno autonómico de ese y otros centros
de urgencias rurales la obligará a hacer un trayecto de 40 kilómetros
por una carretera que dista de ser una autopista. La responsable de la
decisión dice que no tardará más de 15 minutos. Será en un Lamborghini conducido por Michael Schumacher.
Pero la madre de Rubén ni tiene un Lamborghini ni la pericia
automovilística de Schumacher. Por no tener, la buena señora, qué
imprevisora ella, no tiene ni carné de conducir.
En fin, su madre, ya se da cuenta, pertenece al tipo de ciudadanos en el que nunca piensan los políticos
que suman trienios con prebendas y chófer. Tampoco saben que lo más que
puede hacer su madre es llamarle a él, a 200 kilómetros, o a otros
vecinos que tendrán que hacer una prueba de 40 kilómetros como
conductores amateur de ambulancia. O esperar a la ambulancia oficial o
al helicóptero, que vaya usted a saber cuándo llegan. Si es que queda
alguno después del próximo recorte. Como dice su madre: "Como la cosa
venga seria, hijo mío, hazte a la idea de que tu madre la rosca". Se lo
ha dicho riéndose, pero Rubén, de fondo, le nota la angustia y el miedo.
Lo indignante para Rubén es tener todas estas cosas en la cabeza
mientras ve por la tele la jeta de un tipo que era senador y que según
un banco suizo tenía 22 millones en cuenta.
Creía que los suizos nunca lo cantarían, escudados en su inveterado
secreto bancario; pero eso era antes de que Bin Laden echara abajo las
Torres Gemelas y la CIA descubriera que los de las barbas guardaban la
pasta en Suiza. Ese día, aunque el señor de los 22 kilos negros no se
hubiera enterado, se fundió como un cubito de hielo en una plancha el
sigilo bancario helvético. Un juez pregunta, y el banquero suizo, por su
bien, responde. Y un juez preguntó y los suizos han respondido.
La escapatoria del imputado, que los millones han pasado por una
amnistía fiscal posterior, empuja a Rubén, con su madre en mente y en su
tercer año de reducción de sueldo, a buscarse un AK-47.
Pero no acaba ahí. Al día siguiente, circula la noticia de que en un partido nada marginal pasaban sobres en negro. Rubén, que en su juventud tuvo afición a hacer versos y gusto por las metáforas, se acuerda de las ladillas y de pronto ve el símil.
La disminución de la pelambrera inguinal complica la supervivencia del
insidioso parásito, del mismo modo que el nuevo orden global y la crisis
económica, que clarea el follaje legal y económico en que antes
prosperaba, expone a una dolorosa luz al parásito del presupuesto, a ése
que amparado en unas siglas se enchufaba al erario público para chupar
sin tasa y se las arreglaba para no tener que declarar lo que obligaba a
declarar a otros.
Cunde el pánico entre las ladillas. Alguien grita sálvese quien pueda. Que no cuenten con la compasión de Rubén. Está dispuesto a gozar viéndolas extinguirse, una por una.
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