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La detención del
anterior presidente de la patronal española, acusado ahora de blanqueo
de dinero, alzamiento de bienes e insolvencia punible y tras una larga
serie de escándalos empresariales protagonizados incluso bajo su
mandato, es un buen motivo para reflexionar sobre el papel que los
empresarios y sus dirigentes patronales desempeñan en nuestra sociedad.
En cualquiera que sea el sistema económico con el que uno se
identifique (capitalismo, socialismo, comunismo...) la empresa tiene una
función esencial. Entendida como la organización que se dedica a la
producción de bienes y servicios no tiene sustituto posible en la
inmensa mayor parte de los casos que conocemos, bien sea poniéndolos a
disposición del mercado, del estado, de la colectividad por cualquier
otro medio, o de alguna autoridad central. Es verdad que no es la única
forma de obtenerlos pero sí que resulta prácticamente insustituible a
poco que los procesos de producción se hagan algo complejos.
Sin embargo, la ignorancia y el papanatismo ideológico que tanto abundan
han generado una confusión muy habitual que ha hecho que la empresa, y
por ende la figura del empresario (o empresaria, porque creo que cuando
se habla de empresas es cada vez más necesario subrayar el papel de las
mujeres) sea muy mal comprendida y mucho peor apreciada. Tantos los
izquierdistas de salón como los defensores fundamentalistas del
capitalismo suelen identificar erróneamente a los empresarios con los
capitalistas y más concretamente con el tipo de capitalismo que impera
en cada época o en cada economía. Un error manifiesto porque es obvio
que puede haber empresas en donde la propiedad no sea la privada o
incluso empresas puramente capitalistas en donde los valores o la forma
de gestión de los recursos predominantes no esté guiada exclusivamente
por la avaricia o el afán de lucro. Una confusión aciaga y que tiene
mucha más trascendencia de la que pudiera parecer cuando la difunden
personas de gran influencia pública.
Para crear riqueza y
empleo y para proporcionar ingresos y satisfacción a los seres humanos
son imprescindibles las empresas y puede ocurrir que nada de eso se
consiga en la medida necesaria si unos las rechazan porque ven en ellas a
su enemigo capitalista y si, al mismo tiempo, otros entienden que lo
único que hay que hacer para fomentarlas es fortalecer el capitalismo y,
en particular, un tipo de empresa capitalista (jerárquica, social y
ambientalmente irresponsable, empobrecedora, o ineficiente por muy
rentable que sea) con el que es muy difícil que la inmensa mayoría de la
sociedad se sienta identificada.
Lo primero le pasa a muchos
sindicalistas y líderes políticos de izquierdas, que no se dan cuenta de
que entre los empresarios (por ejemplo los que ahora están realmente al
borde del abismo por culpa de los bancos y de las grandes empresas)
pueden tener a muchos aliados, o que si se dedicaran a promover la
creación de empresas de otro tipo (cooperativas, sociedades laborales,
autogestionadas, etc.) avanzarían mucho más aceleradamente hacia la
sociedad alternativa a la que aspiran.
Lo segundo es lo que
creo que le viene pasando a la patronal española en los últimos años. Ha
estado y está dominada por personas cuya trayectoria no ha sido
precisamente la que podría servir a la sociedad como referencia de la
excelencia, el riesgo y el buen hacer productivo de un empresario
ejemplar. Y no me refiero solo a sus presidentes sino a los más de
35.000 liberados (por cierto, casi 8,5 veces más de los que tienen los
sindicatos) que mantienen las diferentes organizaciones patronales.
El caso de Gerardo Díaz Ferrán es una muestra paradigmática de ello. Es
decir, de que la patronal española refleja a un tipo carpetovetónico de
empresario que tiene muy poco que ver con el que de verdad crea riqueza
y con el que sería necesario promover para lograr que en nuestro país
nos liberásemos alguna vez de la mentalidad dependiente y del terrible
"¡que inventen ellos!".
Ferrán y tantos otros empresarios
instalados en la cúpula del poder empresarial, son en realidad
buscadores de rentas que defienden el mercado cuando hablan ante los
micrófonos pero que solo saben ganar dinero aliándose con la clase
política más corrupta y que solo compiten a la hora de dar comisiones.
Son los que piden austeridad a los demás pero que inflan las cuentas del
Estado cuando se quedan con contratos públicos gracias a los políticos a
los que han comprado. Son los que dicen que los servicios públicos son
insostenibles mientras se llevan a espuertas el dinero que han ganado a
costa de su militancia política a paraísos fiscales para no pagar
impuestos.
Los líderes de la patronal que no tienen en la boca
propuestas distintas a reducir salarios, como Díaz Ferrán, son en
realidad enterradores de empresas y no verdaderos líderes empresariales.
Con tal de sacarle las castañas del fuego a las grandes compañías de
quienes reciben votos, favores y dinero a mansalva, vienen defendiendo
políticas económicas que han arruinado a miles de pequeños y medianos
empresarios que son los que realmente crean empleo porque la desigualdad
a la que dan lugar arruina sus mercados y destruye sus clientelas.
¿Cuándo hemos oído a un dirigente empresarial español reclamar a sus
colegas que hay que investigar más, que hay que ser creativos y producir
con calidad, que la asunción del riesgo y la innovación es lo que
distingue a una buena empresa y no el número de pelotazos conseguido o
el número de despidos, y que no basta con bajar sueldos para ser
competitivos?
Los dirigentes de la patronal española están
continuamente diciendo que tiene que haber más empresarios y critican
que los jóvenes no quieran serlo.
Yo estoy completamente de
acuerdo con esa demanda aunque entiendo perfectamente por qué no hay más
empresarios y empresarias en España. De hecho, lo hablo a menudo con
los jóvenes a quienes enseño en la universidad o con los que trato en
otros lugares.
A mi juicio hay dos grandes problemas que lo
impiden. El primero es que no hay capital suficiente. Los dirigentes de
la patronal olvidan a menudo que para que haya empresarios no basta con
que existan herederos. Es imprescindible que haya dinero, aunque no sea
lo único que hace triunfar un proyecto empresarial, y eso no es lo que
se consigue precisamente con las políticas que defienden. Pero también
otro tipo de capital muy importante: social, cultural, relacional,
también buena educación, formación adecuada, ingenio en el ambiente
social. Y resulta que la política que viene defendiendo la patronal
española destruye este capital. Se dedica solo a privilegiar el que ya
dispone una ínfima parte de la población o a financiar medios de
comunicación y centros de estudio como negocio que adocenan, desmotivan y
maleducan. Y, como en estos últimos años, a proporcionar dinero fácil a
base de especular y de estafarse unos a otros.
El segundo
problema es también determinante. Mientras que los líderes de la
patronal se presenten a la sociedad como cancerberos de la derecha, como
escuderos de los proyectos políticos más reaccionarios y conservadores,
o mientras sean simples delincuentes, como en el caso de Ferrán,
mientras a los líderes de la patronal se les vea tanto el plumero
político ¿cómo vamos a pedir que haya más empresarios entre todo tipo de
jóvenes o entre personas honestas de todas las tendencias?
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