Stanley Kubrick podría haberse valido ahora del Hotel Las Dunas para la secuela de su cacareado 'El Resplandor'. Toda una construcción al más puro estilo resort, con espás, piscinas y palmeras asomadas al horizonte marino. Todo perfectemente evocador desde fuera pero nada parece más intrigante que la situación que viven en la actualidad una treintena de trabajadores de este hotel fantasma de superlujo en Estepona.
Ellos mantienen en perfecto estado de revista sus instalaciones pero sin estar abiertos al público, por ahora. En un foro de hoteles, uno de sus últimos huéspedes dejó un comentario que da una medida del servicio que prestaba: "Es excelente, las habitaciones son divinas y la comida fantástica, aunque los precios son increiblemente caros. ¡Treinta dólares un sandwich!".
Desde entonces ni un comentario más. Un año de silencio, de cierre. Ahora por aquel oropel y suntuosidad se deja caer la luz ténue del otoño como un velo de tristeza y pesimismo, unido como está a una larga lista de hoteles esplendorosos cerrados a la espera de mejores tiempos o en procesos concursales similares al que vive éste. Quizá museos de otros tiempos dorados que nunca volverán.
"Siguen acercándose clientes para ver si pueden alojarse y les tenemos que decir que estamos trabajando, pero cerrados", cuenta uno. Todo por el enésimo cierre obligado de un hotel en la Costa del Sol derivado de esta maldita crisis y de una readmisión progresiva de la plantilla obligada por los Tribunales de lo Social. Sólo ellos son sus moradores y los únicos visitantes, los posibles compradores.
Cada mañana a eso de las nueve se organizan para repartirse las tareas que haya pendientes; volver a cortar el césped, podar un árbol, limpiar sobre casi limpio. Cualquiera puede imaginarse al botones con su gorra de visera a la espera de que llegue el primer cliente del primer día de su reapertura, tieso en la puerta como un beefeater a la espera del cambio de guardia, al cocinero con su mandil, a las limpiadoras con su cofia pasando el plumero por habitaciones impolutas...
"Sí, es algo frustrante. A todo el mundo le cuesta vivir esta situación. No lo vemos lógico. Y nos pasamos el tiempo haciendo suposiciones", revela un trabajador que no quiere desvelar su identidad, pero que sigue asistiendo a su lugar de trabajo puntual de nueve a cinco de la tarde, a falta de que mejore esta situación o le salga algo en otra parte, "algo difícil tal y como están las cosas hoy día. Algunos se han cansando de esperar y se han ido".
Demasiados contratiempos, en estos casi dos años de problemas económicos que obligaron primero a su cierre, luego a un intento de echar a su plantilla y desmantelar el inmueble y finalmente a este impass para saber si alguien adquiere el hotel, que llegó a ser el más caro de España. "Vienen a verlo muchos compradores, entre dos y tres cada semana. Ésa es nuestra esperanza", dice entre la angustia y la ilusión este empleado, mientras nos explica que el director prefiere que no se hagan fotos para la prensa del interior.
La mayoría de los readmitidos hasta ahora, casi la mitad de la plantilla que ha denunciado el caso, vienen de Estepona o pueblos cercanos pero los hay también de Málaga, que se hacen un largo viaje cada mañana para sentirse en la situación más paradójica del mundo. Trabajan en un hotel sin huéspedes, al menos hasta que alguien se atreva a pagar los más de catorce millones de euros que parece ser el precio del edificio hasta hace poco, embargado en su momento a un propietario libanés, algo impensable en un país con cerca de cinco millones de parados, en la que las inversiones de este tipo tampoco pasan por mejor momento.
En uno de sus peores tragos, el pasado mes de mayo consiguieron paralizar el desmantelamiento del mismo, una vez que se trató de ejecutar la orden de embargo de sus muebles y enseres que llegaron a estar subidos en un camión de mudanzas pero que el anterior propietario y la administración concursal consiguieron que no salieran de las instalaciones, gracias también a las gestiones de CCOO y a unas medidas cautelares. "Esta sentencia impedía que se cumplieran las readmisiones. Así iba a ser más difícil aún venderlo, sin muebles ni máquinas", explica Lola Villalba, secretaria general de Comercio, Hostelería y Turismo de este sindicato.
"Por ahora siguen incorporándose trabajadores merced a una sentencia que se repite", relata victoriosa. Mientras cae la tarde y alguien usa una cortadora de césped sobre el corto césped. "¿El Hotel Overlook?", pregunta un despistado con mujer e hijo.
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