La mítica de San Mamés se renovó este domingo con una extraordinaria representación bajo un aguacero bíblico. El Barcelona no ganó a un magnífico Athletic, que recibió el aguijonazo de Lionel Messi en tiempo de descuento. No hubo un instante de relleno en el viejo coliseo bilbaíno entre los goles de Herrera, Cesc, Piqué en propia puerta y el del argentino, quien rompió una maldición y rescató un punto para la causa azulgrana.
El Athletic presiona, roba y dibuja geometrías vistosas con el rotulador de una pelota. El Barcelona, maestro de ese arte, inicia la función pendiente de que su trazo lo acompañe una precisión extraordinaria, como sucede al tercer minuto, cuando Adriano prueba, tras apoyarse en Xavi, las manos de Iraizoz, a quien se le escurre el balón entre los guantes aunque finalmente impide que dé pie al 0-1.
Lo normal, en esta primera fase, fue que el Athletic encontrara campo libre y jugadores para asaltar el área del Valdés, pero a Pep Guardiola no le dio por defenderse con tres, sino con cuatro, de su viejo maestro Marcelo Bielsa. Aunque a Alves siempre le dé por paladear la libertad de sentirse extremo derecho. Los rojiblancos debían exprimir su buena disposición táctica, física y psíquica, para darle a Víctor Valdés una respuesta contundente y poner límite a su récord de imbatibilidad.
El primer argumento rojiblanco lo rebatió el portero catalán a tiro zurdo de Ander Herrera, tras un intercambio en la zona donde se cocinan goles y huys. La segunda proposición, elaborada de nuevo por Susaeta frente al resbalón de Mascherano, la definió esta vez el ex zaragocista con tiempo y con la derecha, a la esquina de la cueva. Donde no llega Valdés, o sea 1-0. El récord de guardametas azulgrana se detiene en 896 minutos.
Reacción 'culérica'
El Barça había tocado estrecho entre la furia leonina. El gol de Herrera rasgó sus oropeles y atizó su disposición de cobrarse venganza. La 'culérica' reacción se atisbó de inmediato en un saque de esquina que concluyó con parada de Iriazoz a tiro de Alves y se hizo número con el balón interestelar que fue del pie izquierdo de Abidal, cerca de la cal, a la cabeza de Cesc Fábregas, cabeceador ocasional, que no menor.
Entre gol y gol, cuatro minutos. Quedaba por comprobar cuánto tardaría el Athletic en reaparecer. Pasaron exactamente dos sustos y nueve minutos de angustia -una gigantesca ola azulgrana y una actuación sobresaliente de Gorka ante Iniesta- hasta que Ander le regalara a Muniain el balón soñado frente a Valdés, que el portero agarró con manos mágicas.
Tras la conexión de estos los vivarachos rojiblancos volvieron la intensidad y la paridad sobre el cada vez más encharcado césped de San Mamés. Otra genialidad a la vista, ésta de ingeniería: el drenaje del campo de juego, sobre el que se pudo jugar raso y bien los primeros 40 minutos bajo una descarga de agua que reclamaba la presencia de Manel Estiarte o a Noé con su barcaza y sus animalitos. El resto del tiempo fue más difícil manejarse, pero un pequeño milagro que se pudiera continuar jugando al fútbol.
Descomunal esfuerzo
El embalse de agua pudo ser a partir de ese momento más determinante que el espléndido elenco y la magnífica dirección escénica de los maestros Bielsa y Guardiola. En este medio, la experiencia de los azulgrana podría aventajar al Barcelona sobre un Athletic con siete titulares menores de 24 años. Así se barruntó cuando Javi Martínez tropezó dos veces en el mismo charco y permitió a Iniesta una ocasión de gol que el manchego marró en su intento de elevar la pelota sobre Iraizoz, adelantado.
Estaba claro que los errores en las áreas iban a resultar fatales.
La pelota abandonó su vocación de desplazarse rasa y en sus vuelos buscó, por un lado, la cabeza de Llorente y, por el otro, algún balón adelantado a un nuevo delantero en liza, Alexis Sánchez, de vuelta a la Liga tras su ausencia por lesión. También buscaba Messi su redención en Bilbao. Anduvo desacertado en sus rallys, él solo al volante de su hambre de gol y de liderazgo. Pero del argentino, incluso en San Mamés, puede esperarse siempre una solución.
Otra opción era el tiro lejano, que practicó Adriano sin puntería antes de dejar su puesto de delantero a un tal David Villa. No lo buscó el Athletic, que en la última fase del partido, la de la lucha por la verticalidad, insistió en colgar balones al área de Valdés, en juego o a balón parado.
Una doble carambola tras un córner, con Llorente siempre en el objetivo rojiblanco, encendió de júblilo San Mamés. Entre Abidal y Piqué fabricaron el autogol en la última acción del central, sustituido por Thiago antes del saque de centro. A menos de 10 minutos del 90.
Una jugada colectiva que inició Cesc con envío largo, pasó por las botas de Villa y Alexis antes de que Iniesta descargara con la izquierda un tiro al lateral de la red. Otra pelota en los pies del Guaje la rechazó Gorka en su séptima parada de la noche.
El ataque de nervios de Iturraspe para quitarle a su portero un balón que tenía controlado reparó parte de los daños que se iba a llevar el Barça después de una espléndida actuación. Con un despeje posterior, la pelota llegó al pie bueno de Messi que desentrañó al fin las redes del vetusto estadio y salvó un puntito. O un puntazo.
El Barcelona, sin rendirse, empató rendido por el penúltimo esfuerzo, admirable por bestial. Y en el último pudo hasta ganar en plena descomposición nerviosa de la defensa rojiblanca. El marcador resume con precisión una noche enorme de pasión futbolera.
La afición del Athletic, pese al incidente final, terminó a los pies de sus leones, henchida de satisfacción, como los culés viendo a su equipo exquisito meterse en el barro hasta la cintura hasta la última décima de segundo.
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