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domingo, 18 de septiembre de 2011

La vida de los gauchos uruguayos. Cada vez quedan menos


Los últimos resplandores de las estrellas se levantan/ y empieza la mateada/ un hornero pega un grito/ en señal de clarinada/, dice la canción por los parlantes, pintando un escenario cotidiano para los cientos de gauchos que llegaron a la capital a trabajar en la Expo Prado.

En el gran galpón dan un poco de pena las vacas. Esos bichos de 1.000 kilos atados con una cuerda tan corta que apenas si pueden acostarse en el piso de alfalfa. Observados por ruidosos grupos de escolares, acribilladas a fotos, resignadas, casi domésticas, rumiando añoranza por la llanura verde. A los hombres que las acompañaron cientos de kilómetros les pasa algo similar. "Lógico que los animales extrañan como nosotros", explica Palmiro, sentado encima de un fardo de alfalfa.

Es que esto no es "la fiesta del campo en la ciudad", en todo caso los peones, ya sobre el fin de la semana de la Expo, están cansados y muchos, como las vacas, añoran volver al pago. Son como anfitriones de una fiesta, divertida al principio, pero que sobre el final están deseando que termine. Palmiro vino desde Cerro Largo, donde trabaja como peón de estancia. Vive en la estancia y no tiene familia, hace tres años que viene a la Expo Prado, como muchos son las únicas veces que han pisado Montevideo. Empezó a trabajar en el campo con 15 años cuando dejó los estudios, "mi familia era muy pobre y no me podía bancar, así que agarré para el trabajo", cuenta Palmiro que ahora tiene 70 y se prepara para jubilarse.

"Dejá eso quieto che", le dice a la vaca mientras la toca con una vara tratando de disuadirla para que no se coma la cocarda. "Acá nos levantamos a eso de las cinco, allá a las cuatro ya estamos arriba. Es como dicen acá que allá se trabaja de sol a sol, a eso de las ocho ya nos estamos acostando". Acá en el Prado el trabajo es más. "Los animales están atados así que uno hace como de sirviente. Hay que llevarlo a tomar agua, bañarlo, darle de comer, fijarte las 24 horas que no le falte nada". De la cabaña donde trabajan vino él y otro compañero por lo que se turnan para que uno siempre esté al lado de los animales así que hay poco tiempo para salir a la calle. "Nos turnamos pero no salimos casi nada, a veces de nochecita camino unas cuadras pero por acá nomás", cuenta. "No quería venir pero faltaba gente, así que es lo que hay valor, me trajeron a mí que estoy por una pa salir", dice Carlos de 67 años, botas hasta la rodilla, sombrero y tabaco apagado, durmiendo en la boca. Habla bajo y pausado. Viajó desde Paysandú, para cuidar a Pirata, Melchor y Julián, tres toros.

"Está faltando gente joven. La juventud no quiere trabajar en esto, agarran para la computadora y el estudio y se van pa la ciudad", comenta. Él empezó a trabajar en el campo desde los 12 años, se nota en sus manos cuarteadas y en la cara ajada por el sol. Pero para él fue algo tan natural como empezar a caminar. Está asombrado del "robot" que vio ordeñando. "Es impresionante ese robot. Yo siempre digo que a nosotros no nos van a sacar porque no hay computadora que arree el ganado", asegura y uno está tentado de agregarle un: "por ahora".

Néstor de 53 años se arrima a escuchar. Vino de Sarandí de Yi y está de acuerdo con su colega sobre que en el campo, está faltando "sangre nueva".

FRASES

* "Lógico que los animales extrañen como nosotros".

* "No viviría en ninguna ciudad del mundo, no cambio el campo por nada".

* "Está faltando gente joven. Agarran para la computadora y el estudio y se van pa' la ciudad".

* "Yo no vendría a vivir a la ciudad ni que me paguen $ 10.000".

* "Nosotros nacimos para el campo, somos el campo".

EN NUMEROS

600 Fueron los expositores para esta edición.

500.000 Es la cantidad de visitantes que promedialmente la visitan en una semana.

60:De pesos, es el estimativo de lo que se habría recaudado en entradas.

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