Por el camino ha entrenado en Italia, al Oviedo (1997-98), en Uruguay, México y Argentina. Siempre con la impronta de un hombre inteligente para quien la palabra más importante es "Nosotros". "Los valores individuales siempre son importantes, pero hay un entorno", dice. Y destaca "el respeto y el equilibrio". Así juega Uruguay, como un nosotros, respetando al rival desde el axioma de que lo primero es desactivar su talento para imponer el propio. El rendimiento que este veterano de los banquillos ha sacado de su selección es extraordinario y le convierte en un referente histórico para los uruguayos.
"En la vida aprendí que hay que observar la realidad, cotejarla con lo que uno piensa y decidir qué hacer", sostiene Tabárez, ese al que conocen como Maestro, incluso en su propia casa. Sobran razones: mientras jugaba al fútbol -entre 1967 y 1978, como central y lateral- estudió Magisterio y al retirarse encontró trabajo en una escuelita del Cerro. En enero de 1980, según suele explicar, su esposa, Silvia, estaba embarazada de la que sería la cuarta hija del matrimonio. No tenía dinero para ir a ver los partidos, así que escuchaba a Peñarol por una pequeña radio portátil. Una tarde, tras un partido, escuchó a Pepe Etchegoyen, dirigente de Peñarol, asegurando que buscaba gente para las categorías inferiores y que era difícil, porque necesitaba que hubieran jugado y que estuvieran culturalmente preparados para tal reto. "Me la pasé toda la noche escribiendo un proyecto, a mano. Al día siguen salí a buscar a Etchegoyen y le dejé mi carpeta con mis ideas. Dos horas después me llamó y me incorporó a las divisiones inferiores de Peñarol".
Han pasado 30 años y ahora Tabárez dirigirá a Uruguay en la final de la Copa América. Si ganan, será el país con más victorias, 15, por delante de Argentina. "La final es una bendición. Podemos ganar o perder. No queremos frases hechas ni favoritismos, sino prepararnos muy bien".
"El fútbol es una vocación y una pasión", ha dicho en alguna de las pocas entrevistas que ha concedido durante su carrera. "Soy de hablar poco y pensar mucho", dice. De hecho tiene aspecto taciturno y serio, pero quienes le conocen aseguran que es tremendamente bromista. Eso sí, trabaja en equipo de manera tan sólida que no decide la alineación hasta que el médico no le cuenta los parámetros de las pruebas que se le realizan a los jugadores las vísperas de los partidos. Además, cada 15 minutos recibe en el banquillo las estadísticas acumuladas de todos los jugadores del campo. Nunca toma una decisión en frío y, aunque sus interpretaciones a veces sorprendan -es capaz de destacar a Luis Suárez por las 13 faltas que recibió contra Argentina-, nunca son gratuitas.
A Tabárez le preguntaron tras el Mundial, en que Uruguay fue cuarta, con qué sensación se quedaba. Y habló de los africanos. "Tenemos que aprender mucho de ellos", dijo. Y de una imagen, cuando les veía entrar al campo de la mano de unos niños, antes de empezar el partido: "Sabía que estaban donde siempre quisieron estar, y eso me hacía feliz".
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