Al momento de escribir estas líneas los “conteos rápidos” de todas las encuestadoras daban como ganador, si bien por un estrecho margen, a Ollanta Humala. De confirmarse estos anticipos el clima de renovación política y social instalado en América Latina desde finales del siglo pasado se verá considerablemente fortalecido. Un Perú que presuntamente abandonaría con el nuevo gobierno su postura de incondicional peón del imperio -lamentable situación a la que llegó no de la mano del conservador Alejandro Toledo sino del ex líder aprista Alan García- sería una bocanada de aire fresco para los gobiernos de izquierda y progresistas de Nuestra América.
No es un misterio para nadie que Washington desplegó todo su arsenal financiero, político y propagandístico para impedir el triunfo de Humala. El nerviosismo evidenciado la semana pasada por la “comunidad de negocios” del Perú, que al igual que sus homólogas de otras partes del mundo tiene acceso a información que los demás no tienen, reflejaba la preocupación que causaba en sus filas la eventual derrota del fujimorismo: a causa de ello la bolsa de Lima registró una baja del 6 por ciento. El establishment peruano, personificado desde el siglo diecinueve por su intelectual orgánico, el diario El Comercio , asumió con tal descaro su rol de organizador del anti-humalismo que el mismísimo Mario Vargas Llosa renunció a seguir escribiendo en sus páginas. La CNN no le fue en zaga: el viernes pasado su principal presentadora, Patricia Janiot, sometió al candidato de Gana Perú a un interrogatorio que por su forma y por su contenido la descalifican, por enésima vez, como periodista y la confirman en cambio como operadora política al servicio de la Casa Blanca. El gobierno de Alan García, por supuesto, no se quedó atrás en esta cruzada derechista. Pero su desprestigio es tan grande que su partido, el APRA, ni siquiera pudo presentar un candidato en estas elecciones presidenciales.
No deja de ser significativo que pese al “éxito” evidenciado por sus indicadores macroeconómicos el Perú no haya logrado reducir la pobreza y la desigualdad económica y social. Una vez más se comprueba que en ausencia de una fuerte vocación reformista la lógica de la acumulación capitalista concentra la riqueza y polariza a la sociedad. El “efecto derrame” es una superstición astutamente fabricada por los propagandistas del imperio. Y, al igual que otros casos en la región, convendría preguntarse qué es lo que se quiere decir cuando se habla de “éxito”. Si por tal cosa se entiende el aumento de las ganancias de los capitalistas el neoliberalismo ha sido ciertamente exitoso; pero si “éxito” quiere decir, como debería, mayor bienestar y mejor calidad de vida para las grandes mayorías nacionales, autodeterminación nacional, soberanía económica, o el “buen vivir” de nuestros pueblos originarios, el experimento neoliberal ha sido un rotundo fracaso. Por si lo anterior fuera poco erosionó gravemente la legitimidad de los regímenes democráticos, tanto en Latinoamérica como en Europa. Cuando los “indignados” de España exigen una democracia verdadera están reaccionando ante la degradación política causada por las políticas de ajuste y estabilización del FMI y del BM.
Retomando el hilo de nuestra argumentación, al intentar atisbar lo que podría reservar el futuro para el Perú convendría descartar hipótesis maximalistas: este país firmó un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos -puesto en marcha el 1º de Febrero del 2009- y los condicionamientos que el imperio introdujo en ese acuerdo no deberían ser subestimados. Por otra parte, la coalición electoral forjada por Humala será otro elemento restrictivo en caso de que se despierte en el nuevo presidente la vocación “bolivariana” que muchos le atribuyen pero que se cuidó de agitar durante el curso de su campaña. Y sus enemigos: la oligarquía y las transnacionales, ambas sostenidas por Washington, son demasiado poderosos como para desafiarlos sin preparar cuidadosamente la batalla. Pero es un hombre que ha denunciado como pocos las injusticias que desde tiempos inmemoriales se perpetran en el Perú, y hay razones para suponer que será fiel a tan nobles sentimientos. Además, las enseñanzas que dejan recientes elecciones - Chile en el 2010; España hace dos semanas, y Portugal ayer- son un sobrio recordatorio de que ante la gravedad de la crisis capitalista y la acentuación de la congénita incapacidad de ese sistema para repartir siquiera con un mínimo de equidad los frutos del crecimiento económico (más que evidente en el “milagro peruano”), la adopción de una política resignada y “posibilista” que continúe por el sendero no precisamente luminoso trazado por sus antecesores es el seguro camino para una resonante derrota a la vuelta de unos pocos años.
Hay un viejo dictum de la teoría política que dice que los pueblos prefieren el original a la copia: eso lo sufrieron en carne propia la Concertación en Chile, el PSOE en España, y el (mal llamado) Partido Socialista en Portugal. Pero más allá de estas notas llamando a la cautela es de celebrar que en un momento en que en América latina el imperialismo y la reacción están pasando a la contraofensiva con inusitada agresividad, cercando a la región con bases militares, el triunfo de Ollanta Humala modifica sensiblemente el tablero geopolítico regional en un sentido contrario a los intereses imperiales. Su victoria bien podría marcar el hito que anuncie la reversión de esa nefasta tendencia. Por lo pronto, la liga reaccionaria del Pacífico, pacientemente construida por Washington para neutralizar a la UNASUR y el ALBA, y que tenía como puntales a México, Colombia, Perú y Chile perdió una de sus dos piezas vitales para el control de la Amazonía, nada menos. ¡No es poca cosa, brindemos con un buen pisco!
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