Un cuarto de siglo después de la tragedia nuclear de Chernóbil, la historia ha querido repetirse en un escenario muy alejado, geográfica, pero también social, económica y políticamente de allí. Pasados 25 años, ¿hay alguna lección que las autoridades japonesas puedan aprender de lo ocurrido en Ucrania? ¿Qué diferencias hay entre Fukushima y la planta ucraniana?
La revista británica 'The Lancet Oncology' repasa esta semana en un comentario y un editorial las diferencias entre ambos escenarios, separados por 25 años de historia entre sí.
Como destacan en su artículo Kirsten Moysich, Philip McCarthy y Per Hall, tres especialistas del Instituto del Cáncer Roswell Park (en Nueva York, EEUU) y del Instituto Karolinska (en Estocolomo, Suecia), la situación política, económica y científica de Japón debería permitir disponer de mucha más información de la que hubo en Chernóbil para ser capaces de investigar más y mejor las verdaderas secuelas de un accidente nuclear de estas características.
Los tres especialistas, amplios conocedores del accidente de Chernóbil (no obstante participaron en el análisis publicado por Naciones Unidas en el año 2000), se remontan también a las bombas nucleares que cayeron sobre las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki para enmendar los errores del pasado.
La población más susceptible a sufrir daños a largo plazo, destacan, es aquélla que estaba en su infancia o adolescencia en el momento del accidente nuclear. Por eso recomiendan al gobierno japonés que ponga en marcha un programa de seguimiento y detección precoz del cáncer de tiroides entre los niños de Fukushima (el tumor más frecuente en Ucrania después de la explosión del reactor).
Las mujeres lactantes en el momento de la fuga radiactiva también son otro grupo de riesgo, debido a que los contaminantes se absorben rápidamente por la glándula mamria. Aunque, como destaca un editorial de la misma revista, más allá de todos los efectos físicos (menores de los que inicialmente se temieron), las principales secuelas de las poblaciones afectadas por estas tragedias son de tipo psicológico.
"De hecho, en 1991 la Agencia Internacional de la Energía Atómica concluyó que los efectos psicológicos de Chernóbil eran desproporcionadamente mayores que los riesgos biológicos", explican. Efectos mentales que se vieron agravados por la falta de información fiable procedente de las autoridades, y que ahora el Gobierno japonés tiene una oportunidad de oro para no caer en el mismo error.
"Aún desconocemos las consecuencias a largo plazo de Fukushima, pero a medida que Japón salga adelante, la información clara y accesible esserá esencial de cara al futuro", concluyen
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