Las guerras, llámense conflictos armados o intervenciones foráneas, no sólo laceran el presente de muchas de las naciones más pobres del planeta, también arruinan su futuro al impedir la escolarización de millones de niños.
La última edición del Informe Seguimiento de la Educación para Todos, elaborado por la UNESCO a partir del análisis del decenio 1999-2008, ratifica el carácter inequívoco del panorama sombrío que ya se avizoraba y lanza un llamado a la acción, que no debe caer en el vacío.
Unos 28 millones de niños, precisa el documento emitido el 1 de marzo, viven atrapados en naciones con conflictos armados, cifra que representa el 42 por ciento de los infantes privados de escuelas en el mundo.
Los estudiosos resaltan la sostenida desatención dada por la comunidad internacional al problema de la repercusión de los conflictos armados y, sobre todo, el deficiente desempeño de los gobiernos y la escasa asistencia humanitaria, implicados.
La humanidad asiste, apenas sin darse cuenta y sin hablar de ello, a tiempos en que algunas guerras impuestas por potencias a otras naciones y conflictos internos acicateados por la pobreza causan efectos demoledores en los sistemas educativos.
Los noticiarios reproducen imágenes en las que bombarderos abaten edificaciones escolares, incluso en los horarios de las clases y esto lo consideran legítimo y normal.
Aunque el citado informe pone mayor énfasis en los perjuicios de los conflictos armados internos, o al menos eso se infiere de las descripciones aportadas, las críticas y el rechazo deben extenderse a las llamadas intervenciones humanitarias realizadas por las potencias.
No es un secreto para nadie que esas acciones destinadas a encubrir nuevas guerras de recolonización están entrando en una etapa de franco apogeo, incluso con la anuencia de la ONU.
Para ello han conseguido reformular el derecho internacional, creando leyes que dicho sea de paso interpretan y violan de forma libérrima, cuando no se ajustan a sus intereses.
Para más detalles, sobre ese tema habría que actualizarse en torno a la presente aventura de la OTAN en Libia tras la correspondiente maniobra en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para obtener una resolución que la avalara.
Retornando al asunto de las consecuencias de las guerras en la enseñanza, verdaderos crímenes de lesa humanidad se cometen durante muchas refriegas en las personas de maestros, niños y mujeres.
Las violaciones y otros abusos sexuales se han entronizado como arma de guerra y se observa cada vez más que en tales fechorías no sólo se implican fuerzas militares- incluyendo a cascos azules de la ONU-, sino paramilitares.
De modo que a pesar de algunos insuficientes avances, la comunidad mundial fallará en el intento de reducir en un 50 por ciento los índices de analfabetismo en adultos y conseguir la educación primaria para todos los niños.
En el planeta hoy día unos 796 millones de adultos no saben leer ni escribir, en tanto 67 millones de niños no tienen acceso a la enseñanza.
Una realidad sobrecogedora que compromete el futuro y la salud de esos seres humanos y la de sus países, entre los cuales llevan la peor parte los habitantes de 35 naciones envueltas en guerras y conflictos.
Conglomerados humanos castigados por la extrema pobreza, sin acceso a servicios sanitarios, educativos, bajo discriminación social e inequidad, donde se reproducirán esas condiciones infrahumanas al no tener acceso a la educación.
Una fatalidad que no viene del destino sino del injusto orden internacional reforzado por la globalización neoliberal.
Es importante, entonces, que además de enfrentar y condenar las violaciones de derechos humanos que se producen dondequiera que haya asesinatos y abusos sexuales, también se combata el irrespeto a esas mismas prerrogativas en un sentido más amplio.
Hablamos de la necesidad y urgencia, evidentes en las naciones pobres y emergentes, de combatir el hambre, la pobreza, la exclusión y establecer el acceso a la educación y a la salud como derechos humanos inalienables.
El investigador francés Sylvain Lourié, una autoridad internacional en temas de la planificación escolar, ha señalado que no se podrá conseguir avances en la alfabetización si las acciones no combaten también la pobreza, la exclusión y la injusticia.
Por eso es loable el empeño realizado, precisamente en ese decenio, por naciones latinoamericanas como Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, en donde con el soporte del método cubano Yo sí puedo se ha batido al flagelo.
Sin contar que tales esfuerzos se han acompañado de auténticas revoluciones sociales y ciudadanas que preconizan la justicia y la inclusión social en otras esferas de la vida.
Urge luchar por la paz, pero además, dar el gran salto de que los gobiernos implanten la justicia social, con el derecho a la educación como bandera.
En un mundo de incesante eclosión tecnológica y científico-técnica, no hay otras opciones.
No podrá tener desarrollo aquel país que no eduque y forme a sus niños y jóvenes, a la altura de la época.
Conjurar las amenazas de los conflictos y guerras hegemónicas debe ser otro de los frentes de lucha de la comunidad internacional, como parte de la vigilancia de la salud de la humanidad y el planeta.
Prohibido ser indiferentes.
*Redacción Global de Prensa Latina.
La última edición del Informe Seguimiento de la Educación para Todos, elaborado por la UNESCO a partir del análisis del decenio 1999-2008, ratifica el carácter inequívoco del panorama sombrío que ya se avizoraba y lanza un llamado a la acción, que no debe caer en el vacío.
Unos 28 millones de niños, precisa el documento emitido el 1 de marzo, viven atrapados en naciones con conflictos armados, cifra que representa el 42 por ciento de los infantes privados de escuelas en el mundo.
Los estudiosos resaltan la sostenida desatención dada por la comunidad internacional al problema de la repercusión de los conflictos armados y, sobre todo, el deficiente desempeño de los gobiernos y la escasa asistencia humanitaria, implicados.
La humanidad asiste, apenas sin darse cuenta y sin hablar de ello, a tiempos en que algunas guerras impuestas por potencias a otras naciones y conflictos internos acicateados por la pobreza causan efectos demoledores en los sistemas educativos.
Los noticiarios reproducen imágenes en las que bombarderos abaten edificaciones escolares, incluso en los horarios de las clases y esto lo consideran legítimo y normal.
Aunque el citado informe pone mayor énfasis en los perjuicios de los conflictos armados internos, o al menos eso se infiere de las descripciones aportadas, las críticas y el rechazo deben extenderse a las llamadas intervenciones humanitarias realizadas por las potencias.
No es un secreto para nadie que esas acciones destinadas a encubrir nuevas guerras de recolonización están entrando en una etapa de franco apogeo, incluso con la anuencia de la ONU.
Para ello han conseguido reformular el derecho internacional, creando leyes que dicho sea de paso interpretan y violan de forma libérrima, cuando no se ajustan a sus intereses.
Para más detalles, sobre ese tema habría que actualizarse en torno a la presente aventura de la OTAN en Libia tras la correspondiente maniobra en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para obtener una resolución que la avalara.
Retornando al asunto de las consecuencias de las guerras en la enseñanza, verdaderos crímenes de lesa humanidad se cometen durante muchas refriegas en las personas de maestros, niños y mujeres.
Las violaciones y otros abusos sexuales se han entronizado como arma de guerra y se observa cada vez más que en tales fechorías no sólo se implican fuerzas militares- incluyendo a cascos azules de la ONU-, sino paramilitares.
De modo que a pesar de algunos insuficientes avances, la comunidad mundial fallará en el intento de reducir en un 50 por ciento los índices de analfabetismo en adultos y conseguir la educación primaria para todos los niños.
En el planeta hoy día unos 796 millones de adultos no saben leer ni escribir, en tanto 67 millones de niños no tienen acceso a la enseñanza.
Una realidad sobrecogedora que compromete el futuro y la salud de esos seres humanos y la de sus países, entre los cuales llevan la peor parte los habitantes de 35 naciones envueltas en guerras y conflictos.
Conglomerados humanos castigados por la extrema pobreza, sin acceso a servicios sanitarios, educativos, bajo discriminación social e inequidad, donde se reproducirán esas condiciones infrahumanas al no tener acceso a la educación.
Una fatalidad que no viene del destino sino del injusto orden internacional reforzado por la globalización neoliberal.
Es importante, entonces, que además de enfrentar y condenar las violaciones de derechos humanos que se producen dondequiera que haya asesinatos y abusos sexuales, también se combata el irrespeto a esas mismas prerrogativas en un sentido más amplio.
Hablamos de la necesidad y urgencia, evidentes en las naciones pobres y emergentes, de combatir el hambre, la pobreza, la exclusión y establecer el acceso a la educación y a la salud como derechos humanos inalienables.
El investigador francés Sylvain Lourié, una autoridad internacional en temas de la planificación escolar, ha señalado que no se podrá conseguir avances en la alfabetización si las acciones no combaten también la pobreza, la exclusión y la injusticia.
Por eso es loable el empeño realizado, precisamente en ese decenio, por naciones latinoamericanas como Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, en donde con el soporte del método cubano Yo sí puedo se ha batido al flagelo.
Sin contar que tales esfuerzos se han acompañado de auténticas revoluciones sociales y ciudadanas que preconizan la justicia y la inclusión social en otras esferas de la vida.
Urge luchar por la paz, pero además, dar el gran salto de que los gobiernos implanten la justicia social, con el derecho a la educación como bandera.
En un mundo de incesante eclosión tecnológica y científico-técnica, no hay otras opciones.
No podrá tener desarrollo aquel país que no eduque y forme a sus niños y jóvenes, a la altura de la época.
Conjurar las amenazas de los conflictos y guerras hegemónicas debe ser otro de los frentes de lucha de la comunidad internacional, como parte de la vigilancia de la salud de la humanidad y el planeta.
Prohibido ser indiferentes.
*Redacción Global de Prensa Latina.
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