Una psicoanalista argentina y una ginecóloga italiana son las autoras de los dos últimos libros que abordan desde ángulos bien distintos el cáncer de mama. 'Anoche soñé que tenía pechos' (La esfera de los libros) y 'Un dulce par de senos' (Maeva) entran de lleno en la enfermedad dando protagonismo a las mujeres y, por su puesto, a las primeras afectadas por la enfermedad: las mamas.
En la familia Badalamenti, protagonista de 'Un dulce par de senos' hay algo más que se transmite de generación en generación además de la receta de las 'cassatelle' (un dulce típico italiano en forma de seno): el cáncer de mama que acecha a varias de las mujeres de esta saga.
Luisa, bisabuela de la protagonista, Agatina, es la primera de las Badalamenti en notarse encima de la areola "un bultito redondo, duro, del tamaño de un cacahuete y de color rojo oscuro". Un bulto que primero trata de ocultar por temor a perder la pasión de su marido Gaetano por sus pechos jóvenes y que pronto se la llevará a la tumba en la transición del siglo XIX al XX.
Esa enfermedad, la sensualidad del pecho femenino y la tradicional reunión familiar el 5 de febrero para honrar a Santa Ágata son los tres hilos de conductores que marcan las peripecias de esta familia siciliana marcada por el cáncer de mama. Una patología que conoce bien su autora, la ginecóloga Giuseppina Torregrosa (Palermo, 1956), que sufrió el diagnóstico en sus propias carnes.
Igual que Michelena, que comienza 'Anoche soñé que tenía pechos' con una descripción muy parecida a la de la bisabuela italiana, aunque la suya datada en Madrid en octubre de 2008. "Hoy estoy con la muerte en los pezones. Anoche me descubrí un bultito en un pecho. Un bulto indiscutible que no conozco de nada. Lo toco y se mueve siguiendo el ritmo de mis dedos, pero por mucho que lo baile no se va. ¿Cómo es posible que estos pechos tan pequeños, que nunca me han valido ni para seducir ni para amamantar tengan un bulto?".
Esos pechos, que en la portada del libro se representan como dos guiones planos, horizontales, mudos, son también aquí los protagonistas de esta narración en primera persona en la que la autora rompe una lanza a favor del derecho al sufrimiento, "a pasarlo mal, a tener mucho miedo, a sentir rabia, a no entender por qué".
En esta especie de diario tragicómico, donde lágrimas y sonrisas conviven en paz, la autora ve cómo toda su vida personal y profesional se desmorona tras el hallazgo del famoso bultito. Y por eso protesta: "Sé que la urbanidad obliga a sonreír. ¡Pero si no pasa nada! Lo siento, sí pasa. No pasa todo
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