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lunes, 22 de noviembre de 2010

El ímpetu rematador de Messi le lleva a superar sus límites y no parece tener freno


El 1 de mayo de 2005, el Barcelona jugó en el Camp Nou contra el Albacete y Leo Messi salió al campo en el minuto 87 sustituyendo a Eto'o. El camerunés había marcado el único gol de un partido trabado que al Barça se le había atragantado. Tres minutos después de pisar el campo, en el 90, Ronaldinho asistió a la carrera de aquel chaval de 17 años que controló la pelota y, con un toque sutil con la izquierda, la levantó por encima de la cabeza de Valbuena, el portero del equipo manchego. Era su primer gol con la camiseta azulgrana. Llevaba el número 30 a la espalda de la equipación oficial del Barcelona.

Cinco años y 173 días después, el pasado sábado, en Almería, Messi, marcó el gol 101 gracias a una asistencia perfecta de Pedro. Después de que su primer remate, con la derecha, lo sacara el portero, remachó en inverosímil postura con la izquierda, como es su costumbre, que por algo es zurdo. Lo hizo lejos del Camp Nou, nada extraño. Y marcó con el 10 a la espalda con la misma soltura que lo había hecho con el 30 y también con el 19.

Como es zurdo, de los 101 goles que lleva marcados, 78 los ha hecho con el pie izquierdo, pero lleva 17 con el derecho, cinco con la cabeza y uno con la mano, el que logró contra el Espanyol en un derbi en el Camp Nou.

La Pulga brinca por donde menos se espera. Así que define por cualquier lado: 15 goles los ha marcado desde fuera del área grande, 72 desde dentro y 14 en la pequeña. El reparto geográfico es de lo más equitativo -51 en casa y 50 a domicilio- y de todos los goles solo ha marcado dos de falta. De penalti, ocho en siete temporadas. No muchos, a decir verdad. Primero, porque al Barcelona no le señalan demasiados penaltis a favor -este curso, por ejemplo, no lleva ninguno-. Además, porque cuando Messi asomó al primer equipo los penaltis los tiraba Ronaldinho y luego se los repartió con Eto'o. En la campaña pasada incluso le cedió la suerte a Ibrahimovic un día que le vio necesitado. De los 101 goles, ha marcado 90 como titular y 11 saliendo como suplente desde el banquillo.

Messi mete goles de todas las maneras y de todos los colores. De verde menta, como el sábado; de amarillo flúor, de azul celeste, de color mandarina o, también, de color mango, como la pasada temporada. Y, por supuesto, de azul y grana. A Messi le da igual, entre otras razones porque tampoco le importa mucho la ropa que se pone fuera del campo.

Según Pep Guardiola, Messi es básicamente un goleador: "No es el clásico 9, pero lo que le gusta es hacer goles y esté donde esté, juegue donde juegue, lleva el gol en la cabeza", aseguró el técnico en Zaragoza, después de que marcara tres goles. De hecho, otra costumbre: lleva cinco tripletes y en 18 partidos ha marcado al menos dos goles.

El problema, lo grande, es cómo suele hacerlo. La definición que hizo Luis Enrique lo ilustra: "Hace lo que nosotros hacíamos de críos, lo que yo hacía en la plaza del Pumarín. El problema es que él lo hace contra profesionales, no contra niños que apenas saben jugar".

Messi no parece tener tope. En los últimos 70 partidos ha marcado 69 goles, ha superado su récord particular de seis encuentros consecutivos marcando -acumula 11 dianas, entre Zaragoza, Sevilla, Getafe, Copenhague, Villarreal y Almería- y, aunque está lejos de los 251 que marcó Zarra, es difícil imaginar cuándo se cansará. Por ahora, le basta con marcar uno más para igualar con Sarabia y Luis Enrique. Señalado sin dudar por Alfredo di Stéfano como el mejor jugador del mundo, resulta difícil aventurar sus límites. Seguramente Guardiola tenga razón: "Llegará adonde quiera llegar".


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