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domingo, 5 de septiembre de 2010

Turismo en las favelas

El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, lanzó el lunes pasado en la favela de Dona Marta de Río de Janeiro el proyecto Rio Top Tour, un nuevo paso en la transformación que están experimentando los suburbios de la ciudad más conocida de Brasil. Tras la expulsión del narcotráfico armado de varias favelas y con la presencia de Unidades de Policía Pacificadora (UPP) que están logrando mantener el control de estas comunidades, ahora toca mostrarle a los turistas la cara más emotiva y arrabalera de la ciudad.

El nuevo proyecto pretende formar a los vecinos de las favelas para que sean ellos mismos los que guíen a los grupos de visitantes por sus callejuelas escarpadas. En el caso de Dona Marta, una de las grandes atracciones consistirá en la visita de las azoteas elegidas años atrás por Michael Jackson para la grabación de uno de sus videoclips. Donde antes los milicianos del narcotráfico vendían cocaína y controlaban el acceso principal a la favela, ahora se puede disfrutar en paz de una privilegiada panorámica de los cerros y el océano.

Con la llegada de los paseos turísticos a las favelas pacificadas, el Ministerio de Turismo y el Gobierno de Río pretenden dar un nuevo giro a su estrategia para limpiar la imagen de una ciudad que desde hace décadas carga con el sambenito de ser uno de los lugares más violentos del planeta. Dentro de cuatro años se celebrará en Brasil la Copa del Mundo de fútbol y en 2016 los Juegos Olímpicos desembarcarán en Río. Ambos eventos arrastrarán riadas de visitantes de los cinco continentes y exigen unos niveles de seguridad que nada tienen que ver con la preocupante situación que se ha apoderado de esta ciudad en las últimas tres décadas.

Las estadísticas del Instituto de Seguridad Pública (ISP) de Río muestran que el despliegue de la nueva policía pacificadora guarda una relación directa con la mejoría de los índices de criminalidad en toda la ciudad. El cambio se constata en las zonas centro y sur, las más frecuentadas por los turistas y los ciudadanos de mayor renta, aunque también hay áreas menos privilegiadas, como la favela Cidade de Deus, en la zona oeste, o el castizo barrio de Tijuca, al norte, donde las UPP han cosechado buenos resultados y hoy se respira un cierto clima de paz. Otro efecto inmediato de la expulsión de las redes criminales de las favelas ha sido la revalorización inmobiliaria de algunas áreas que desde hace años vivían en la más absoluta decadencia.

A finales de agosto diez narcos fuertemente armados tomaron 35 rehenes en el hotel Intercontinental de São Conrado, uno de los barrios más pudientes de la ciudad, algo que para algunos supuso la evidencia de que la nueva estrategia de seguridad del gobernador de Río, Sergio Cabral, tiene más de propaganda que de realidad. El suceso, que incluyó el despliegue de un operativo policial propio de una intervención en favela y un espectacular tiroteo en plena calle, se saldó con un muerto, siete heridos de bala, la detención de los criminales y la liberación de todos los rehenes. Cabral aprovechó para afirmar que en su Gobierno nadie se hace ilusiones sobre el desafío que implica liberar a Río del crimen. También anunció que en breve las favelas de Rocinha y Vidigal “estarán libres del poder paralelo”.

El anuncio parece anecdótico pero es un gran avance en la consolidación de un área de seguridad en la zona sur de Río. La Rocinha es un laberinto de 144 hectáreas controlado por la facción criminal Amigos Dos Amigos (ADA). Según las autoridades, harán falta 2.000 policías para ocupar el suburbio, expulsar al narcotráfico e imponer orden en la zona. La vecina Vidigal también requerirá grandes esfuerzos para acabar con la hegemonía de los delincuentes.

Por el momento, el Gobierno de Río ha desplegado 12 unidades pacificadoras y se ha marcado el objetivo de llegar a 2014 con 40 favelas “pacificadas”. Se estima que la ciudad más turística de Brasil contabiliza entre 650 y 1.000 favelas. La llegada de una UPP a un suburbio suele ir precedida de la intervención del Batallón de Operaciones Especiales (Bope) de la Policía Militar, que se encarga de identificar los reductos de los narcos para intervenir sin demasiadas contemplaciones. Una vez consumada esta fase, las unidades pacificadoras toman el control de las calles y se establece una comisaría permanente dentro del suburbio.

Pese a los resultados positivos, el proyecto también ha recibido algunas críticas. La más extendida es que la expulsión de los narcos de las mejores zonas de la ciudad no es más que una medida cosmética, ya que éstos, lejos de abandonar el crimen, se han reorganizado en las favelas de la periferia y en zonas del interior.

Otra crítica frecuente entre los vecinos de los suburbios que ya cuentan con unidades pacificadoras es que los agentes, que teóricamente tienen un perfil mixto entre policía y asistente social, recurren con cierta facilidad al uso de porras y de gas irritante. “Puede ser cierto, pero la realidad es que antes la policía que entraba en las favelas usaba pistolas y fusiles. Si ahora han sustituido las armas de fuego por gas y porras, ya es todo un avance”, opina el sociólogo experto en violencia urbana Ignacio Cano.

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