Para algunas personas obesas, para aquellas que comen compulsivamente, que no pueden evitar asaltar la nevera por las noches o entrar en una pastelería cuando ven el escaparate, la comida 'basura' es como una droga. Al menos, así lo reconocen sus cerebros, que activan las mismas zonas y reaccionan de la misma manera que cuando alguien es adicto a la cocaína o a la heroína, tal y como acaban de demostrar científicos del Instituto de Investigación The Scripps, en California (EEUU).
Según una investigación con ratones, el impulso que sienten hacia una hamburguesa con patatas o un helado de chocolate es más fuerte que ellos.
Aunque esta teoría ya se había apuntado el pasado mes de octubre, en una conferencia celebrada en Chicago, el trabajo de ahora va más allá y es el primero en demostrar claramente que el desarrollo de la obesidad en ratones coincide con un progresivo deterioro en los circuitos cerebrales de la recompensa. Lo que ha visto el equipo de The Scripps, según publican en la revista 'Nature Neuroscience', es que cuanto más comida basura ingerían los ratones, menos eficaz era la respuesta de placer desencadenada en el cerebro, por lo que debían tomar cada vez mayores cantidades y, por lo tanto, pesaban cada vez más kilos.
"La adaptación del sistema de recompensa cerebral visto en las ratas es el mismo que hemos observado en aquellos que desarrollan dependencia a la heroína o a la cocaína, lo que sugiere que el cerebro y las neuronas juegan un papel fundamental en los comedores compulsivos", explica a ELMUNDO.es Paul John Kenny, del departamento de Terapias Moleculares del Instituto y coordinador del estudio. "Nuestro trabajo presenta la evidencia más completa hasta la fecha de que la obesidad y la drogadicción están basados en los mismos sistemas neurobiológicos", añade Kenny.
La adicción a la comida que desarrollaron los ratones del experimento llegó a tal punto que perdieron por completo el control de su comportamiento alimenticio. Así, a pesar de recibir un electroshock cada vez que se decantaban por las salchichas, el bacon o la tarta de queso en lugar de ensaladas o frutas, los animales seguían optando por el primer menú. "El consumo de estos alimentos calóricos se convirtió en algo incontrolable, un impulso que iba al margen de la propia conciencia", señala el autor.
Y no queda ahí la cosa. Cuando los investigadores retiraron a los ratones, ya obesos, la comida 'basura' y les ofrecieron sólo alimentos sanos, éstos se negaron a comer. "El cambio en sus preferencias alimenticias y el cambio a nivel cerebral había sido tal que preferían casi morir de hambre antes que probar algo que no les producía ningún placer", afirma Paul Kenny. La explicación es simple: "El sistema de recompensa cerebral había sido tan sobreestimulado, que ahora se encendía solo y necesitaba la fuente de su placer para no sentirse mal. En este caso eran pasteles y salchicas, pero podría ser también cocaína".
El papel de la dopamina
Otro descubrimiento del equipo de investigadores es que vieron que el desarrollo de la obesidad se relacionaba con una disminución en los niveles del receptor D2, que responde a la dopamina, una sustancia que se libera en el cerebro cuando tenemos experiencias placenteras. "Esta reducción también se da en los cocainómanos", explica el estudio.
Asimismo, Kenny señala que "los cambios en el cerebro y en el receptor de dopamina comienzan inmediatamente después de la primera exposición a la comida 'basura'. Un día después de ingerir estos alimentos, el cerebro de los ratones mostraba un estado como si hubieran estado comiendo a lo bruto durante una semana entera", indica.
Para el experto, "dado que los sistemas de recompensa de los roedores y los humanos son muy parecidos, lo más probable es que estos procesos o, al menos unos muy similares, se produzcan también en las personas".
La investigación tiene algunas implicaciones clínicas importantes. Entre ellas, Kenny destaca "la posibilidad de que la obesidad sea tratable con los mismos fármacos y terapias que la drogadicción".
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