11 meses después de aquel histórico 2-6, parte del madridismo volvió a abandonar la tribuna antes de tiempo, con la cabeza gacha, regusto amargo en la boca y la cabeza embotada por las pesadillas. Aunque la peor noticia para Florentino Pérez y su gente fue que el gran rival tomó la colina sin hacer sangre, sin cargar las tintas, tomando prisioneros. Se limitó a ganar eso que decían 'madre de todas las batallas'. Más bien se trató de una escaramuza de patio de colegio. 11 chicos vestidos de azulgrana soltaron un bofetón con la mano abierta, que dicen que ofende más. Los 11 de blanco, entre ellos el rebelde Cristiano, se bañaron en lágrimas de soberana impotencia.
El Barcelona marcó dos goles, Casillas evitó otros dos más, y el líder se marchó tan pancho, con tres puntos de ventaja y una escandalosa pinta de conquistar de nuevo la Liga. Supo resolver la encrucijada planteada por Pellegrini y ni siquiera se permitió el lujo de una resolución angustiosa. Hasta en eso fue desdichado el Bernabéu, a quien la ilusión le duró media hora.
El Madrid trabó el partido y lo quiso llevar a su terreno. Durante media hora lo consiguió. Pellegrini quiso anular la salida de la pelota, con estudiado y rítmico afán en la presión. Nubló la referencia de Piqué y obligó a Maxwell a pensar en exceso. No se ruborizó el Madrid por sentirse bastante inferior ni por obligar a Van der Vaart o sus delanteros a la obligada misión de desgaste. El Barcelona era una versión reducida de lo que acostumbra. Fuera de foco Xavi, atosigado por Gago, su trajín con el balón era pan comido para los blancos.
Control en la primera media hora
Se percibía un contrapeso tácito. El Madrid lo admitía bajo el recuerdo del 2-6 y amagaba con el socorrido recurso del pelotazo. Sólo Van der Vaart dejaba algún apunte de primeras. Cristiano, con su habitual despliegue y Marcelo, con sus correrías por la izquierda, ponían picante y poco más. Ante ese panorama, los disparos a portería eran un subgénero de ciencia ficción.
Messi reclamó un penalti, Alonso se estrelló con el lateral de la red y Alves puso un libre directo en la calle Concha Espina. Demasiado respeto mutuo y un tostón que alguien achacaría a los nervios. El más tenso de todos se llamaba Mejuto González, árbitro asturiano, tirando de tarjetas cual adolescente presumida. Amonestó a Alonso por su primera zancadilla y se permitió el placer de hacer lo mismo con tipos tan sospechosos como Messi y Xavi.
Quizá por eso se rebelaron ellos en el minuto 31. Leo había recibido el empellón de Ramos, se levantó sin mirarse y trazó la pared con el '6'. Aún no se sabe con qué bajo esa pelota, algunos dirán el brazo, pero quebró a Albiol y batió a Casillas con la botita derecha. En cualquier caso, aquello fue el comienzo del fin para el Madrid.
El 0-1 debió de calmar a Guardiola, hasta entonces ansioso por lo que se ventilaba sobre el césped. Alineó a Alves de interior diestro por primera vez en temporada y media, colocó a Puyol en la derecha para extremar las precauciones sobre Cristiano y dejó a Messi como principal referencia arriba. Pero la plomiza posesión del Barça fue una terca obviedad. Hasta el gol.
Ese acierto no desesperó al Madrid, víctima eso sí de todas sus carencias. Demasiado entregado a la inspiración de Cristiano, falto de talentos a su alrededor, al equipo de Pellegrini no se le pudo reprochar falta de entrega. Como otras veces ante el Barcelona, llegó hasta donde le dejaron. Incluso pudo empatar en el primer tiempo, aunque el zurdazo de Higuaín hizo sonreír a sus críticos.
El espejismo de Guti, la elegancia de Iniesta
Tras el descanso, con Alves ya de lateral, los blancos reiteraron sus bravuconadas. Valdés sacó las primeras manos ante un zurdazo de Marcelo y dos minutos más tarde, Higuaín cruzó demasiado desde una esquinita. Fallido preludio del que casi nunca yerra. Se llama Pedro y su padre sigue en una gasolinera de Tenerife. Xavi respiró un segundo, levantó la cabeza y regaló el 0-2 al '17', finísimo de nuevo en la definición con la izquierda.
Precisión quirúrgica del Barça, rotundamente preciso en sus dos acercamientos. Pellegrini miró al banquillo y señaló a Guti. Relevo de Marcelo, el '14' acaparó un amago de reacción, asistencia a Van der Vaart incluida. El holandés, sustituto de esa estrella antes conocida como Kaká, tiró por la calle de en medio para fortuna de Valdés. Demasiado para cualquiera. Incluso para un candidato al título que había remontado en cuatro de sus últimas cinco victorias.
Salió Raúl y nada cambió. Los milagros quedan para el estudio de los padres de la Iglesia. Eso sí, quizá celoso, Casillas sacó dos balones a Messi con ademanes taumatúrgicos. Había perdonado el Barcelona, que jugaba al paso, ya con la elegancia de Iniesta, al que solo le falta jugar con sombrero de copa. Compareció Benzema como el último de los mohicanos. Y Pellegrini se llevó la pitada por renunciar a Higuaín. Mejuto anuló un gol de Raúl por mano del francés. Frustración para todos, desde el mítico capitán hasta el último en llegar. Se iba la gente a casa y el Barcelona seguía andando.
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