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sábado, 2 de enero de 2010

Año nuevo con lluvia de sidra para muchos, y de millones para uno solo

Era imposible caminar por la Ciudad Vieja o transitar en cualquier vehículo sin ser víctima de los baldes o bombas de agua fría, si uno era afortunado. No es nada que no se haya visto otros 31 de diciembre, desde que cualquiera de nosotros tiene memoria. Pero esta vez, quizá por el sol intenso que otros fines de año ha sido esquivo, el fenómeno parecía intensificarse.

Llegar al Mercado del Puerto podía parecer, ilusoriamente, el final del periplo. Sin embargo, era sólo el comienzo. Pasada la una de la tarde, la fiesta comenzaba a aumentar de decibeles, en sentido literal y metafórico. Entre la música, los tambores, las guitarras o las escolas do samba, escuchar al vecino parecía un imposible. Dentro de la vieja estructura férrea del Mercado, tan emblemática que parece redundante mencionarlo, el calor era agobiante y el perfil de los parroquianos levemente más pacífico. Por lo menos, no se corría un riesgo inminente de ser bañado con sidra por más de una persona a la vez.

Una hora antes, el ritmo del Mercado del Puerto era bastante diferente, pero después de que se llega al mediodía el desenfreno se incrementa minuto a minuto. Un crucero había llegado al puerto poco antes, y el Mercado y toda la Ciudad Vieja estaban colmados de turistas mexicanos, centroamericanos, alemanes, nórdicos, que parecían fascinados con la movida que, de tan tradicional, ya no sorprende a ningún uruguayo. "Ahora se están empezando a ir porque la cosa se está descontrolando demasiado para ellos. Quedamos nosotros", opinó Diego, de 30 años, dentro del mercado.

Los asistentes y los dueños de los numerosos restaurantes que ayer tenían su zafra coincidían en que el movimiento no era ni mayor ni menor que el de otros años, aunque allí, entre la muchedumbre, este sentimiento de relatividad se nota más bien poco.

Fuera, el ambiente era una mezcla de alegría y desinhibición, producto, en parte, del alcohol que comenzaba para muchos de los presentes a surtir sus efectos. Prueba de ello es que a las dos de la tarde, en la rambla 25 de Agosto y Florida, estaban armándolo todo para comenzar a someter a los conductores al control de alcoholemia. Prueba de ello, quizá también, es que un patrullero, a la misma hora, se dirigía hacia el Mercado a toda velocidad. Quién sabe. Tal vez sea que los uruguayos no estamos demasiado acostumbrados a dejar de ser grises o tímidos por un rato.

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