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sábado, 4 de julio de 2009

Obdulio Varela

Obdulio Jacinto Muiños Varela (Montevideo, Uruguay, 20 de septiembre de 1917 - 2 de agosto de 1996) futbolista uruguayo apodado "El Negro Jefe". Popularmente fue conocido con su apellido materno, Varela. Jugó en el Club Deportivo Juventud y en 1937 pasó al Club Wanderers. En 1943 fue transferido a Peñarol, donde ganó los campeonatos de 1944, 1945, 1949, 1951, 1953 y 1954. Con la selección uruguaya ganó el campeonato sudamericano de 1942. Debutó en la selección uruguaya en 1939.
Fue capitán del equipo uruguayo que ganó la
Copa Mundial de 1950 ante la Selección de Brasil, en lo que se conoce como el Maracanazo, sin duda la más grande hazaña que se haya visto en un campeonato mundial de fútbol. También jugó el mundial de Suiza 1954. Con él en la cancha, Uruguay no conoció la derrota en su trayectoria mundialista.
Obdulio Varela es uno de los más grandes héroes el fútbol uruguayo; hizo mítica la camiseta número 5 de su selección, él paró a Brasil y le dio valor a Uruguay, anulando los pronósticos realizados, y se considera que Uruguay obtuvo el campeonato de 1950 gracias a él. Sin embargo, y a pesar de que cuando se pronuncia el apodo de "Negro Jefe" los uruguayos se llenan de orgullo y satisfacción, no fue recompensado por lo que hizo; nació, vivió y murió en la pobreza.

Obdulio Varela, está todo dicho
El capitán de un equipo de fútbol, no es sólo una cinta ancha en su brazo derecho, es la bandera del equipo, es el estandarte. Es único encargado de hablar con el árbitro, y por lo general es el que le levanta la moral a sus compañeros en caso de una derrota transitoria, si en algún momento alguna luminaria se le ocurre realizar “El Gran Diccionario del Fútbol”, al lado de la palabra capitán deberá poner una foto de Obdulio Varela. Una de las tantas anécdotas de esa final que tiene Obdulio Varela, es la que cuenta que luego de una seguidilla de faules violentos cometidos por el brasileño Bigode contra el uruguayo Ghiggia, Obdulio se cansa y ante la pasividad del árbitro decide hacer justicia por mano propia y castigarlo con una patada en los tobillos. Mientras Bigode se retorcía de dolor en el piso, Varela se agachó y le dijo: “... ¿Vio?, Vocé empezó, ahora aguántesela si es macho...”.
Cuenta la leyenda, incluso tendría que figurar en los libros de historia, que luego del gol brasileño convertido por Friaca en la final del mundo, Obdulio recorrió los treinta metros que lo separaban de la pelota, la cual descansaba en el fondo de la red, a paso lento pero firme, una vez que llegó hasta ella, la tomó con sus brazos y la colocó bajo su axila derecha y de ésta forma y con el mismo andar de antes, fue a reclamarle un off-side inexistente al juez de línea y de esa forma llevó el balón hasta el centro de la cancha, mientras el capitán se acercaba al centro del campo de juego, los 200.000 espectadores dejaron de mirar al goleador local y fueron callándose poco a poco hasta enmudecer por completo cuando Varela depositó la pelota en el centro del estadio, en ese momento llamó al árbitro y pidió un traductor, discutió la posición adelantada durante varios minutos. De ésta forma logró el objetivo de enfriar el partido además, en ese preciso instante, sin ningún tipo de arengas, le inoculó a sus diez compañeros una inyección de ánimo, y a partir de ese momento se empezó a gestar la levantada uruguaya al grito de: “ahora sí, vamos a ganar el partido”.
Luego Obdulio recordaría: “...Ahí me di cuenta que si no enfriábamos el juego, si no lo aquietábamos, esa máquina de jugar al fútbol nos iba a demoler. Lo que hice fue demorar la reanudación del juego, nada más. Esos tigres nos comían si les servíamos el bocado muy rápido. Entonces a paso lento crucé la cancha para hablar con el juez de línea, reclamándole un supuesto off-side que no había existido, luego se me acercó el árbitro y me amenazó con expulsarme, pero hice que no lo entendía, aprovechando que él no hablaba castellano y que yo no sabía inglés. Pero mientras hablaba varios jugadores contrarios me insultaban, muy nerviosos, mientras las tribunas bramaban. Esa actitud de los adversarios me hizo abrir los ojos, tenían miedo de nosotros. Entonces, siempre con la pelota entre mi brazo y mi cuerpo, me fui hacia el centro del campo de juego. Luego vi a los rivales que estaban pálidos e inseguros y les dije a mis compañeros que éstos no nos pueden ganar nunca, los nervios nuestros se los habíamos pasado a ellos. El resto fue lo más fácil.”.

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