María Rosa, nombre ficticio, es una niña de 14 años que, lejos de
jugar a las muñecas como otras chicas de su edad, se levanta a las
cuatro de la madrugada para preparar el maíz, ir al molino y ponerse a
trabajar en la elaboración de tortillas, el pan de los países
centroamericanos como Guatemala.
Desde esas horas carga en las espaldas a su hija, que tiene ahora un
año y cuatro meses. Su futuro está hipotecado y solo piensa en asegurar
la comida del día para ella y su retoño.
Con la resignación atávica de los pueblos sometidos, María Rosa, de
la etnia maya-quiché, cuenta que cuando solo tenía 12 años se enamoró de
un chaval que le aseguró que era soltero. El noviazgo pronto pasó a
mayores y la adolescente se quedó embarazada. Ni siquiera se enteró,
hasta que una de sus hermanas se percató del hecho.
Dada la edad de la niña, entonces de 13 años, se denunció el embarazo
y el novio fue citado a un juzgado de familia. “Fue muy doloroso verlo
llegar a la audiencia acompañado de su mujer y tres hijos”, cuenta María
Rosa. Añade que el juez dictaminó que el padre tenía que reconocer a la
niña en camino y darle una pensión alimentaria, a lo que el acusado
accedió y firmó el acta correspondiente. Pocas semanas después emigró
ilegalmente a Estados Unidos, dejando a la madre y al bebé en el
desamparo más absoluto.

María Rosa madruga para preparar el maíz,
una rutina que se repite a media mañana y en horas de la tarde, para
ofrecer tortillas frescas durante desayuno, cómoda y cena. / EL PAÍS
El calvario de María Rosa solo empezaba. Su madre falleció
repentinamente y el padre buscó una nueva pareja. Sola y abandonada,
buscó refugio en casa de su abuela, donde encontró un rincón donde
dormir. Desde entonces la pobreza extrema la obliga a trabajar jornadas
de hasta 16 horas diarias para garantizarse el sustento mínimo:
tortillas de maíz con sal y unos pocos frijoles. Por ser menor de edad,
no puede inscribir a su hija en el Registro Civil y su padre y abuela se
niegan a hacerlo de su parte. Su bebé es legalmente inexistente.
Esta tragedia no es un suceso aislado. El problema tiende a crecer y
las estadísticas lo confirman. En lo que va de 2013 en el hospital
regional de Quetzaltenango, -la segunda ciudad de Guatemala a 206
kilómetros al noroeste de esta capital- ocho niñas de entre 10 y 12 años
han dado a luz. Una media de unas 60 menores de edad acuden
mensualmente a un control prenatal.
En la provincia la asistencia hospitalaria es mínima. La mayoría de
nacimientos son asistidos por comadronas (parteras). Aura Elías, con 25
años de experiencia, informó que mensualmente atiende una media de cinco
partos de niñas menores de 14 años.
Cifras de escándalo
De acuerdo a estadísticas del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef,
en inglés), en 2012 se reportaron 54.971 casos de partos en menores de
19 años. “De ellos, 3.771 corresponden a niñas cuyas edades oscilan
entre los 10 y los 14 años”, afirmó el representante de la organización
en Guatemala, Christian Skoog. Añadió que en ese año están documentados
32 partos de niñas de 10 años.
Las estadísticas de las Naciones Unidas sitúan a Guatemala, Nicaragua
y Honduras como los países de Latinoamérica con el número más alto de
embarazos en menores. “Guatemala tiene el porcentaje más alto. Al grado
de estar entre los diez países del mundo con más casos documentados”,
añadió Skoog. El fenómeno también influye en la cifra de muertes
maternas, en la que Guatemala ocupa uno de los puestos más altos del
mundo: 139 decesos por cada 100.000 partos. La vecina Costa Rica apenas
reporta 30 casos.
Para Unicef, la falta de acceso a la educación es la causa principal
de este fenómeno. “Hay un compromiso creciente para mejorar el acceso a
la educación, pero todavía es insuficiente. No hay educación de
calidad”, comenta el experto.
Las estadísticas de Unicef sitúan a Guatemala,
Nicaragua y Honduras como los países de Latinoamérica con más alto
número de madres menores de edad.
“En Guatemala hay un marco legal bastante bueno, pero los ingresos
del Estado son insuficientes para hacerlo funcionar”, subraya y muestra
su preocupación por las circunstancias dramáticas que enfrentan estas
niñas-madres y sus bebés. “En la adolescencia, una mujer no es
físicamente apta para nutrir adecuadamente a un bebé. Es un extremo que
compromete desde el momento de nacer el futuro de cada niño”, concluye
Skoog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario