Del gobierno de Estados Unidos puede esperarse la comisión de cualquier atrocidad. Es larga, inmensamente larga la lista de salvajadas y crímenes que ese gobierno ha cometido contra su propio pueblo y contra otras naciones. México es un doloroso ejemplo de esas conductas yanquis.
En 1847, la nación
mexicana fue víctima de una guerra de rapiña cuyo fruto fue el robo de
más de la mitad de su territorio (más de 2 millones de kilómetros
cuadrados). El insigne maestro y sabio economista Jesús Silva Herzog (el
abuelo, no el hijo ni el nieto del mismo nombre) llamó a ese hecho “la
infamia del 47”.
Puerto Rico, República Dominicana, Panamá,
Venezuela y otros muchos pueblos de América Latina, Asia y África,
directamente o a trasmano, han sido víctimas de la felonía de la élite
del poder estadounidense.
No hace mucho, Irak, Afganistán y
Libia han sufrido la intervención militar yanqui o europea por cuenta
yanqui. Y ahora mismo Siria enfrenta la desestabilización mercenaria
pagada por Washington y sus lacayos europeos, así como la clara amenaza
de intervención bélica directa para derrocar al presidente Al Assad.
Y hace apenas unas horas le ha tocado a Bolivia sufrir una nueva e
incalificable agresión ordenada por Washington y ejecutada servilmente
por los gobiernos de Francia, Italia, España y Portugal.
Esos
cuatro gobiernos europeos denegaron la autorización para que el avión
presidencial boliviano, procedente de Moscú y con destino a Bolivia,
sobrevolara el territorio de esos países o hiciera una necesaria escala
técnica para reabastecerse de combustible, con el pueril pretexto de que
en la nave se encontraba el perseguido Edward Snowden, el ex
contratista de los servicios de inteligencia estadounidenses, quien
reveló al mundo el programa yanqui de espionaje de las comunicaciones
electrónicas de gobiernos, partidos, organizaciones y simples ciudadanos
de todo el planeta.
No puede saberse por ahora si Francia,
Italia, España y Portugal sabían que la supuesta presencia de Snowden en
el aparato era una patraña o si fueron engañados por Washington. Pero
sabiéndolo o no, violaron la legalidad internacional y procedieron sin
el mínimo respeto a su propio pueblo y a su propia soberanía.
Gracias a la autorización del gobierno de Austria, el avión pudo
aterrizar en este país y evitar la caída de la nave y la muerte del
Presidente Evo Morales, del resto de los pasajeros y de la tripulación.
Tampoco puede saberse por ahora si el propósito de Washington era
asesinar a Morales o sólo mostrar hasta dónde puede llegar el poderío
mundial de EU. Pero en cualquier caso, es necesario extraer las
necesarias lecciones.
A partir de hoy, los gobernantes
insumisos a Washington deberán planear con extremo cuidado sus giras
internacionales, sabedores de que la ofensiva imperialista ha pasado a
un nuevo plano de criminalidad en el ámbito de las amenazas de
magnicidio o del magnicidio mismo.
El mensaje es directo para
Nicolás Maduro, Rafael Correa, Raúl Castro y Cristina Fernández. Y para
cualquier otro mandatario que ahora o en lo futuro se atreva a
contradecir al imperio, la brasileña Rousseff o el uruguayo Mújica, por
ejemplo.
La criminal conducta de Washington, Paris, Roma,
Madrid y Lisboa ha inaugurado una nueva y peligrosa etapa en las
comunicaciones aéreas de jefes de Estado y de gobierno. A partir de
ahora cualquier patraña puede servir de pretexto para poner en peligro
un avión en vuelo y la vida de sus ocupantes. Sin bombas a bordo y sin
ataques directos desde tierra o desde el aire. Un método limpio, dirá La
Casa Blanca. Es grande, clara y creciente la demencia del Premio Nobel
de la Paz Barack Obama. La amenaza está latente y sería irresponsable no
atenderla.
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