La Casa Blanca “comprende” la preocupación de las principales compañías de Internet afectadas por el espionaje del Gobierno
y parece dispuesta a discutir su reclamación de una mayor transparencia
y de que se hagan públicos los programas de vigilancia conocidos en los
últimos días. El Departamento de Justicia, que está estudiando la
demanda de las empresas, es el órgano por el que se canalizará cualquier
modificación de la política actual.
Google, Facebook, Microsoft, Yahoo y Twitter han hecho saber al
Gobierno en los últimos días que están preocupados por el carácter
secreto de la vigilancia que las autoridades ejercen sobre sus productos
y han reclamado un cambio de la normativa actual.
“Google
no tiene nada que esconder”, ha asegurado el responsable de asuntos
legales de esa compañía. “Reconocemos la importancia de la privacidad y
de la seguridad, pero también creemos que la transparencia ayudará a
generar confianza en el público”, ha manifestado Yahoo. En una
declaración escrita, Microsoft afirma que “la transparencia ayudará a
que la comunidad entienda y discuta estos importantes asuntos”. “Nos
gustaría más transparencia y Twitter apoya los esfuerzos para que
ocurra”, tuiteó el consejero general de esa marca, Alex Macgillvray.
El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, respondió ayer que la
Administración “comprende que estas empresas tengan dudas sobre cómo
podemos hablar para avanzar con estos programas”, lo que hace pensar que
se está tratando de buscar un terreno común.
Falta hace. En estos momentos, la colaboración entre el Gobierno y
las grandes empresas de Internet es uno de los pilares de la economía de
Estados Unidos, por lo que el escándalo de las filtraciones hechas por
Edward Snowden, al margen de sus implicaciones políticas, puede tener
otras consecuencias imprevistas.
Las empresas de Internet están tan o más interesadas que el propio Barack Obama
en esclarecer esta situación y controlar sus daños. Esos nuevos
gigantes económicos se encuentran atrapados entre dos lealtades que hoy
parecen contradictorias, pero que les son imprescindibles. Por un lado,
se deben a un público que cree en la libertad de movimientos en Internet
y confía en el respeto a su privacidad; al mismo tiempo, tienen un
compromiso con un Gobierno que les ha ayudado enormemente en su
promoción.
A diferencia de poderes económicos tradicionales, como Boeing o
General Motors, las compañías de Internet gozan de una imagen juvenil y
atrevida, y han sido favorecidas por un público, muy distinto a los
compradores de aviones o de coches, que se identifica genéricamente con
una visión más liberal y distante de la autoridad constituida. Su
negocio depende, esencialmente, de que la gente quiera seguir
expresándose y actuando en la Red, algo que puede ponerse en peligro si
los potenciales clientes sospechan de la empresa por medio de la cual lo
hacen o pierden su fe en ella.
Pero las empresas de Internet también le deben mucho al Gobierno
norteamericano, que las ha exhibido como el emblema del revitalizado
liderazgo internacional del país, por no mencionar las ayudas recibidas
en la creación de algunas de ellas. Cuando Obama tuvo que hacerle un
regalo a la reina de Inglaterra, no escogió un producto de la industria
de Detroit sino un iPad.
También el Gobierno necesita a las compañías de Internet, no solo por
los ingresos que aportan a las arcas públicas –y a las campañas
electorales-, sino incluso como instrumento de su diplomacia. Defiende
con más eficacia los intereses norteamericanos en China Google que la
Embajada en Pekín.
Esta crisis, por tanto, amenaza una relación que es vital para el
mantenimiento del papel actual de Estados Unidos en el mundo, y por esa
razón es muy posible que se encuentre una solución. Las empresas no
están negando tajantemente el derecho del Gobierno a vigilar las
comunicaciones, lo que quieren es transparencia para que sus clientes
entiendan que no están ejerciendo una siniestra función de policías
secretos de Internet.
“Si estas empresas no pueden ser transparentes con sus clientes
respecto a su participación en la vigilancia del Gobierno
norteamericano, perderán mucho negocio, y si otras compañías extranjeras
creen que usando gmail.com se arriesgan a ser espiadas por EE UU, van a
usar otras plataformas”, afirma en The Washington Post Peter Eckersley,
un experto en la materia. El temor a ser espiados no es solo de los
terroristas, sino de millones de personas que diariamente aportan su
dirección y otros muchos datos personales en sus transacciones en
Internet.
Uno de los problemas actuales de esas empresas es que no pueden salir
de esta situación por sí solas. Por mucho que ofrezcan a sus clientes
disculpas por lo ocurrido y garantías sobre los controles impuestos para
respetar la privacidad, de nada valdrá si no van acompañadas de una
promesa del Gobierno de poner límites al espionaje o aportar más
transparencia.
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