Cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, inicie su visita oficial a Alemania hoy tendrá que abrigarse bien porque se enfrentará no solo al frío, que mantiene secuestrado el país que dirige Angela Merkel, sino también unas relaciones bilaterales que están al borde de una nueva época glacial. El nuevo punto de discordia es la labor de las fundaciones políticas alemanas en Rusia. |
La política exterior se expresa ante todo por gestos. Uno de ellos es que la canciller alemana Angela Merkel reciba al jefe de Estado ruso, Vladimir Putin, en Hannover para inaugurar la Feria Internacional de Industria. Rusia tiene lo que muchas empresas alemanas buscan: un mercado para sus productos y recursos naturales. Alemania tiene lo que muchas empresas rusas buscan: maquinaria y conocimientos. A Putin le vendría bien el intercambio porque encajaría en la modernización de la economía del país que a su vez haría más fuerte a su Estado, que a nivel mundial tiene que competir con otras potencias emergentes como China, India, Sudáfrica y Brasil, sin olvidar a EEUU. También a Merkel le favorecería la colaboración con la Federación rusa ya que la economía e industria alemanas tienen que buscarse mercados y clientes nuevos por las pérdidas que han experimentado en los países del sur de la Unión Europea. Al margen de que otro empujón económico no le haría ningún daño en este año electoral.
Sin embargo, la diplomacia no opera en solitario, sino en medio de un
sistema internacional de relaciones. El canciller socialdemócrata
Gerhard Schröder, antecesor de Merkel, era considerado el «camarada de
los jefes» de la patronal por su especial relación con la industria
germana. Utilizó su posición en la relación con Rusia para acelerar los
negocios entre ambos países. De esa colaboración nació el gaseoducto que
atraviesa el Mar Báltico hasta llegar a Alemania. Tras su derrota
electoral en 2005 la empresa Northstream, propiedad de la estatal rusa
Gazprom, le fichó como gerente. Así que no extraña que Schröder llamara a
Putin «un demócrata de pura cepa» en un momento en el que los medios
internacionales cuestionaban otra vez la actitud del presidente ruso con
respecto a la oposición en su país.
Merkel optó por dejar la zanahoria esgrimida por su antecesor y sacó
el látigo en el que pone «derechos humanos y cívicos» para mantener a
raya al oso ruso que, a su juicio, tiene que pasar por la puerta alemana
para poder entrar en la UE. Esta posición es resultado de la política
exterior que diseñó su protector político, el canciller Helmut Kohl
entre 1989 y 1998.
El entonces jefe de Gobierno supo utilizar primero al secretario
general de la URSS, Mijail Gorbachov, para lograr la unificación
alemana. Luego instrumentalizó su amistad con el presidente ruso Boris
Yeltsin para que las empresas alemanas pudieran competir con las
estadounidenses en la liquidación del patrimonio nacional y la
explotación de los recursos nacionales.
También en este contexto las fundaciones de los partidos políticos
alemanes han sido tanto actores como instrumentos de la política
exterior para hacer valer aquellos intereses germanos en la Rusia
postsoviética. De cara a la opinión pública, las Stiftungen dicen que
solo colaboran con la denominada «sociedad civil», es decir con ONG que
son de su gusto. Tampoco hay duda alguna de que en varias cuestiones,
como por ejemplo la homosexualidad, la sociedad rusa dista de lo que en
otros países del continente europeo se considera progresista.
Larga experiencia
El conflicto surge cuando determinados estados utilizan sus
fundaciones u otras instituciones para interferir en los asuntos
internos de un país, como pasó antes de los comicios presidenciales
rusos en 2012.
Las fundaciones alemanas cuentan con una larga experiencia en esta
materia. Después de la muerte del dictador español Francisco Franco, el
Gobierno de Helmut Schmidt empleó al servicio secreto exterior BND para
que ayudase a las Stiftungen a llevar ilegalmente unos 20 millones de
euros al Estado español. Con este dinero, los partidos de la Alemania
federal financiaron a sus «compañeros» hispanos para que estos creasen
un Estado acorde con los valores de la OTAN y de Comunidad Europea. En
2009, la Fundación Friedrich Naumann para la Libertad, cercana al
Partido Liberal (FDP), asesoró a los golpistas de Roberto Micheletti
antes, durante y después de su levantamiento contra el presidente
legítimo Manuel Zelaya en Honduras. En marzo, la fundación
demócratacristiana Konrad Adenauer (KAS), reconoció que fue en su
oficina en Caracas donde un grupo expertos redactó la felicitación que
el candidato opositor a presidente, Henrique Capriles Radonski, mandó al
nuevo papa Francisco. En 2002, tras el fallido golpe de Estado contra
el presidente Hugo Chávez, la KAS estuvo a punto de ser expulsada de
Venezuela por su vinculación con los golpistas. En 2011, entró en vigor
una ley que restringe la financiación de organizaciones y partidos
venezolanos desde el extranjero.
Una ley parecida la aprobó el Parlamento ruso, obligando a las ONG a
registrarse como «agentes extranjeros» si reciben ayuda financiera desde
el exterior. Sobre esta base, la Justicia rusa registró las oficinas de
la KAS la semana pasada. Vladimir Putin justificó la medida en la
televisión alemana al señalar que «solo queremos saber quién recibe
dinero y para qué se utiliza ese dinero». La copresidente de los Verdes
alemanes, Claudia Roth, le llamó «déspota» y anunció protestas. Además,
exigió a Angela Merkel que ante la «amplia represión» hable claro con su
huésped.
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