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domingo, 7 de abril de 2013

Fotografías que desvelan los secretos de la selva

El aire, saturado de humedad y de olor a vegetación, empapó el rostro del fotógrafo mientras se preparaba para entrar en acción. Eddie Di Fiore había recorrido 1.600 kilómetros, desde Buenos Aires hasta la provincia de Misiones, en busca de algunas de las aves más raras y huidizas del país. En esa expedición, las que más le interesaban eran las nocturnas y las que llaman la atención por sus extraños hábitos.
Una nube de mosquitos se posó sobre su cabeza, mientras se rociaba entero con un repelente en espray, ácido y nauseabundo. A diferencia de los mosquitos comunes, los "mbarigüi" de la selva misionera rasgan la piel de sus víctimas provocando un fuerte escozor y unas ronchas violáceas en la epidermis. Di Fiore escupió el insecto que se le había metido en la boca y tratando de hacer el menor ruido posible, extrajo su cámara del cuatriciclo; un pequeño todoterreno adaptado a los terrosos senderos de San Sebastián de la Selva, una reserva natural cercana al límite con Brasil.
Lechuza estriada.
Lechuza estriada.
Bajo un cielo tachonado de estrellas -la única fuente de luz natural en una noche sin luna- el fotógrafo solo podía ver la silueta de los cedros misioneros, las marías pretas, los laureles negros u otros árboles que conforman el bosque nativo. A falta de visión había que aguzar el oído. Tras una espera que parecía interminable, Eddie escuchó un ulular que de inmediato identificó con el canto de la lechuza estriada (ciccaba virgata).
"Volaba de un lado otro sin decidirse por ningún árbol hasta que por fin se posó en una rama a unos seis metros de altura. Le tomé un par de fotos que no me dejaron satisfecho. No podía resignarme a que fueran mi único botín. Por suerte la movediza lechuza se acomodó una rama despejada". El fotógrafo y naturalista armó una horqueta para colocar la linterna apuntando hacia el objetivo. Con las manos libres pudo hacerle una sesión de fotos desde todos los ángulos, que justificará el esfuerzo. "Saqué tantas que me temblaban los brazos por el esfuerzo. En cierto modo este trabajo se parece al de un francotirador, sólo que la cámara pesa tanto más que un rifle de precisión".
Había salido de su cabaña a las once de la noche y regresado a las 3.30 de la madrugada siguiente. Pese a estar exhausto y a que el despertador sonaría a las 6.30, se quedó despierto una hora más, fotografiando a los insectos y polillas que merodeaban por la habitación. Así de atrapante es su adicción a la fotografía.

Hormigas 'correctoras' y aves mimetizadas

Eddie Di Fiore ha participado innumerables exposiciones en Argentina y en el extranjero. Actualmente participa en la ilustración de un libro sobre el Microcosmos de Misiones, de la editorial Golden Company. Como creyente, siente que su misión es rendir homenaje al Creador. "En cada toma de la naturaleza busco la perfección no como un fin en sí mismo. Trato de hacer justicia a la majestuosa obra de Dios", explica.
[foto de la noticia]Una expedición fotográfica al bosque húmedo da para cualquier cosa. A la mañana del mismo día en que Eddie tuvo el encuentro cercano con la lechuza estriada, los arroyos que circundan la reserva se salieron de sus cauces, anegando todo el entorno. Después de que las aguas retrocedieran, el fotógrafo volvió a internarse en la espesura y al rato sintió un cosquilleo seguido de un intenso dolor. Al quitarse el pantalón descubrió que unas hormigas ascendían en hilera por sus piernas, clavándole sus poderosas mandíbulas. Se las conoce como "la corrección" pues en otros tiempos se castigaba a los malhechores atándolos a un palo santo, un árbol a cuyos pies los feroces insectos construyen sus nidos. "Probablemente la inundación las había desalojado del hormiguero y estaban furiosas y con hambre. Me las quité de encima a manotazos y salí corriendo de allí.".
"En Buenos Aires el médico me preguntó que dónde estuve. Le respondí que probablemente en el Paraíso"
El urutaú (nyctibius griseus).Una de las especies más curiosas que encontró durante sus excursiones por el monte fue el urutaú (nyctibius griseus), un ave que se protege de sus depredadores mimetizándose con las ramas en que se posa, como lo haría un camaleón. "La sorprendí mientras dormía inmóvil, sobre el tronco de una alambrada. Era tan perfecto su camuflaje que parecía una prolongación del poste. Si el ave no hubiera abierto los ojos no habría reparado en ella".
El urutaú (nyctibius griseus).
Y como no mencionar al curiango (nyctidromus albicollis) un pajarillo que de noche se posa en los caminos para aprovechar el calor que se acumula durante el día. "Con mucho sigilo me arrastre con la cámara en ristre hasta pocos metros de donde estaba. Tarde un buen rato en sacudir de la ropa, el polvo de color rojo-escarlata, propio de la región".
Durante los nueve días que permaneció en la reserva, el fotógrafo atrajo todas las pestes que pululan por la enmarañada vegetación. Allí abundan los insectos parasitarios como el rezno, una mosca que deposita una larva que se mete bajo la piel a través de los folículos o las heridas. Se nutre de la grasa subcutánea de su anfitrión –en este caso Eddie- hasta que, convertida en crisálida, emerge y cae al suelo. Fiel a sus hábitos, nuestro protagonista le tomó una foto a la larva y también a la garrapata que le estuvo succionando la sangre todos esos días, sin que se diera cuenta. "De regreso en Buenos Aires el médico que me recetó los antiobióticos me preguntó que donde había estado. Le respondí que probablemente en el Paraíso", concluye Eddie Di Fiore.

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