El aire, saturado de humedad y de olor a vegetación, empapó el rostro
del fotógrafo mientras se preparaba para entrar en acción. Eddie Di
Fiore había recorrido 1.600 kilómetros, desde Buenos Aires hasta la
provincia de Misiones, en busca de algunas de las aves más raras y
huidizas del país. En esa expedición, las que más le interesaban eran las nocturnas y las que llaman la atención por sus extraños hábitos.
Una nube de mosquitos se posó sobre su cabeza, mientras se rociaba
entero con un repelente en espray, ácido y nauseabundo. A diferencia de
los mosquitos comunes, los "mbarigüi" de la selva misionera rasgan la piel de sus víctimas
provocando un fuerte escozor y unas ronchas violáceas en la epidermis.
Di Fiore escupió el insecto que se le había metido en la boca y tratando
de hacer el menor ruido posible, extrajo su cámara del cuatriciclo; un
pequeño todoterreno adaptado a los terrosos senderos de San Sebastián de
la Selva, una reserva natural cercana al límite con Brasil.
Lechuza estriada.
Bajo un cielo tachonado de estrellas -la única fuente de luz natural
en una noche sin luna- el fotógrafo solo podía ver la silueta de los
cedros misioneros, las marías pretas, los laureles negros u otros
árboles que conforman el bosque nativo. A falta de visión había que
aguzar el oído. Tras una espera que parecía interminable, Eddie escuchó
un ulular que de inmediato identificó con el canto de la lechuza
estriada (ciccaba virgata).
"Volaba de un lado otro sin decidirse por ningún árbol hasta que por
fin se posó en una rama a unos seis metros de altura. Le tomé un par de
fotos que no me dejaron satisfecho. No podía resignarme a que fueran mi
único botín. Por suerte la movediza lechuza se acomodó una rama
despejada". El fotógrafo y naturalista armó una horqueta para colocar la
linterna apuntando hacia el objetivo. Con las manos libres pudo hacerle una sesión de fotos desde todos los ángulos,
que justificará el esfuerzo. "Saqué tantas que me temblaban los brazos
por el esfuerzo. En cierto modo este trabajo se parece al de un
francotirador, sólo que la cámara pesa tanto más que un rifle de
precisión".
Había salido de su cabaña a las once de la noche y regresado a las
3.30 de la madrugada siguiente. Pese a estar exhausto y a que el
despertador sonaría a las 6.30, se quedó despierto una hora más, fotografiando a los insectos y polillas que merodeaban por la habitación. Así de atrapante es su adicción a la fotografía.
Hormigas 'correctoras' y aves mimetizadas
Eddie Di Fiore ha participado innumerables exposiciones en Argentina y
en el extranjero. Actualmente participa en la ilustración de un libro
sobre el Microcosmos de Misiones, de la editorial Golden Company. Como
creyente, siente que su misión es rendir homenaje al Creador. "En cada toma de la naturaleza busco la perfección no como un fin en sí mismo. Trato de hacer justicia a la majestuosa obra de Dios", explica.
![[foto de la noticia] [foto de la noticia]](http://estaticos01.cache.el-mundo.net/elmundo/imagenes/2013/04/05/natura/1365077944_extras_ladillos_1_0.jpg)
"En Buenos Aires el médico me preguntó que dónde estuve. Le respondí que probablemente en el Paraíso"

El urutaú (nyctibius griseus).
Y como no mencionar al curiango (nyctidromus albicollis) un pajarillo
que de noche se posa en los caminos para aprovechar el calor que se
acumula durante el día. "Con mucho sigilo me arrastre con la cámara en
ristre hasta pocos metros de donde estaba. Tarde un buen rato en sacudir
de la ropa, el polvo de color rojo-escarlata, propio de la región".
Durante los nueve días que permaneció en la reserva, el fotógrafo atrajo todas las pestes que pululan por la enmarañada vegetación.
Allí abundan los insectos parasitarios como el rezno, una mosca que
deposita una larva que se mete bajo la piel a través de los folículos o
las heridas. Se nutre de la grasa subcutánea de su anfitrión –en este
caso Eddie- hasta que, convertida en crisálida, emerge y cae al suelo.
Fiel a sus hábitos, nuestro protagonista le tomó una foto a la larva y
también a la garrapata que le estuvo succionando la sangre todos esos
días, sin que se diera cuenta. "De regreso en Buenos Aires el médico que
me recetó los antiobióticos me preguntó que donde había estado. Le
respondí que probablemente en el Paraíso", concluye Eddie Di Fiore.
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