
Los jesuitas se han distinguido por su estricto voto de obediencia al
papa, en las duras y en las maduras, lo que les ha costado no pocas
amarguras, incluso la suspensión durante décadas y expulsiones de varios
países. Tienen como una de sus reglas más estrictas no aceptar ni
cargos ni dignidades eclesiásticas. El nuevo papa es una de las más
sonadas excepciones. Eso explica que sea el primero en acceder al
pontificado y no, por ejemplo predecesores tan imponentes como el temido
cardenal Roberto Belarmino.
Pese a su aspecto tímido y recatado, la biografía del ya papa Jorge Mario Bergoglio
no es sin embargo, un camino de rosas. Es un hombre acostumbrado a las
dificultades y curtido en trifulcas desagradables, que le han agriado
gran parte de su pontificado en la gran ciudad de Buenos Aires. Lo más
grave que se ha dicho de él, incluso por eclesiásticos de su
archidiócesis, es que calló ante la brutal dictadura de los militares de su país,
a los que no se enfrentó en ningún momento. Las famosas Abuelas de la
Plaza de Mayo y en alguna ocasión la fiscalía pidieron investigar al
nuevo papa en casos de robos de bebés por los militares y en la
desaparición de sacerdotes (algunos jesuitas enfrentados con su prelado)
y de opositores católicos al régimen.
Nacido en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, es hijo de un
matrimonio de italianos formado por Mario Bergoglio (empleado
ferroviario) y Regina (ama de casa). Francisco ya fue candidato a papa
tras la muerte de Juan Pablo II.
Ha sido presidente de la Conferencia Episcopal Argentina durante dos
períodos, impedido por los estatutos de ese organismo para asumir un
nuevo mandato, que a buen seguro hubiera alcanzado.
Inició sus estudios de químico, pero a los 21 años (en 1957) ingresó
en el seminario del barrio Villa Devoto, como novicio de la orden jesuita
y completó una parte de su formación con los jesuitas de Alcalá de
Henares (1970-1971). Pronto hizo carrera dentro de la orden, de la que
fue Provincial en Buenos Aires entre 1973 y 1979. Fue consagrado obispo
de Auca en 1992 y seis años después asumió el arzobispado. Juan Pablo II
lo creó cardenal con el título de san Roberto Belarmino. El cargo le
convertía en el Primado de la Argentina. Tiene muy buena relación con
gran parte de los obispos españoles, a los que conoce directamente
porque en 2006 vino a darles los ejercicios espirituales anuales de la
Conferencia Episcopal.
Francisco ha sido un prelado muy atento a las vicisitudes de su país,
para bien y para mal. Su última intervención lo enfrentó con acritud a
la presidenta de la República, Cristina Fernández de Kirchner,
por la aprobación de la ley de matrimonio entre personas del mismo
sexo. El 9 de julio de 2010, días antes de su aprobación, el cardenal
Bergoglio publicó una pastoral calificando como una “guerra de Dios”
dicha ley, y alentaba a sus fieles a acompañarle en esa “guerra”. La
presidenta le replicó, agriamente, comparando la campaña arzobispal con
los “tiempos medievales y de la Inquisición”.
Fue con motivo de esa polémica cuando volvieron a arreciar las
acusaciones de haber callado cuando desaparecían algunos de sus
sacerdotes a manos de los matones militares, e incluso de haber apoyado
la represión. Los documentos atestiguando esos hechos fueron muy
numerosos, en boca de sacerdotes y exsacerdotes, una teóloga, un seglar
de una fraternidad laica que había denunciado en el Vaticano lo que
ocurría en Argentina en 1976 y un laico que fue secuestrado junto a dos
sacerdotes que no reaparecieron. La iracunda reacción de Bergoglio fue
atribuir al Gobierno el origen de esa nueva campaña.
También se le acusó entonces de estar vinculado en casos de robo de
bebés, incluso por la Fiscalía de Buenos Aires, pero sobre todo por las
Abuelas de Plaza de Mayo, que pidieron que el cardenal fuese llamado a
declarar ante la justicia por haber participado supuestamente en un plan
sistemático de robo de bebés nacidos en las mazmorras del criminal
régimen. El jefe de la Iglesia católica argentina es mencionado, en
concreto, en el caso del nacimiento y apropiación de la nieta de una de
las fundadoras de las Abuelas de Plaza de Mayo, Alicia Licha de
la Cuadra. “A viva voz la hija de Licha, fallecida en 2008 a los 93
años, le reclamó al Tribunal Oral Federal —que juzga entre otros a los
exdictadores Videla
y Bignone por la apropiación de las criaturas hijas de desaparecidos—,
que cite a declarar a Bergoglio como testigo”, se publicó entonces. El
cardenal replicó siempre que se trataba de una persecución calumniosa a
la Iglesia y llamó traidores a quienes “maldicen el pasado”.
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