La supuesta colaboración del nuevo papa Francisco
con la última dictadura de su país, Argentina (1976-1983), constituye
el capítulo más oscuro de su vida. Organizaciones de defensa de los
derechos humanos lo acusan de haber denunciado a dos sacerdotes de la
Compañía de Jesús ante el régimen cuando él era provincial de esa
congregación.
Los dos curas jesuitas se llamaban Orlando Yorio, ya fallecido, y
Francisco Jalics, que vive en Alemania. Ambos se habían ido a vivir a
barrios de chabolas de Buenos Aires para comprometerse más de cerca con
los pobres. Pero para las autoridades de la Iglesia esa opción era mal
vista. “Mucha gente que sostenía convicciones políticas de extrema
derecha veía con malos ojos nuestra presencia en las villas miseria”, cuenta Jalics en su libro Ejercicios de meditación,
de 1995. ”Interpretaban el hecho de que viviéramos allí como un apoyo a
la guerrilla y se propusieron denunciarnos como terroristas. Nosotros
sabíamos de dónde soplaba el viento y quién era responsable por estas
calumnias. De modo que fui a hablar con la persona en cuestión y le
expliqué que estaba jugando con nuestras vidas. El hombre me prometió
que haría saber a los militares que no éramos terroristas. Por
declaraciones posteriores de un oficial y 30 documentos a los que pude
acceder más tarde pudimos comprobar sin lugar a dudas que este hombre no
había cumplido su promesa sino que, por el contrario, había presentado
una falsa denuncia ante los militares”, añade Jalics.
Ese hombre era Jorge Bergoglio,
el entonces provincial jesuita y ahora papa, según contó Yorio en una
carta de 1977 al asistente general de la Compañía de Jesús que obtuvo el
periodista Horacio Verbitsky en una extensa investigación. Años
después, cuando la democracia había regresado a Argentina, Yorio también
comentó a otros sacerdotes que Bergoglio no los había “entregado”, pero
sí los había “mandado al frente” (delatado) ante los militares, según
relata a EL PAÍS un testigo directo de aquella confesión.
El 23 de mayo de 1976 Yorio y Jalics fueron secuestrados por la
dictadura. Padecieron cinco meses en la Escuela Mecánica de la Armada
(ESMA), uno de los principales centros clandestinos de detención y
tortura del régimen. Un interrogador le dijo a Yorio que sabían que no
era guerrillero pero que con su trabajo en la villa unía a los pobres y
eso era subversivo, según reconstruyó Verbistky. La Iglesia argentina,
cuya jerarquía colaboró con la dictadura mientras una minoría ofrecía
una valiente resistencia, intercedió para que los liberasen y así fue.
Ambos fueron arrojados drogados en un bañado de una ciudad cercana a
Buenos Aires, Cañuelas, un 24 de octubre.
En el libro El jesuita, en 2010, Bergoglio
contestó a las acusaciones: “Nunca creí que estuvieran involucrados en
actividades subversivas como sostenían sus perseguidores, y realmente no
lo estaban. Pero, por su relación con algunos curas de las villas de
emergencia, quedaban demasiado expuestos a la paranoia de caza de
brujas. Como permanecieron en el barrio, Yorio y Jalics fueron
secuestrados durante un rastrillaje. La misma noche en que me enteré de
su secuestro, comencé a moverme. Cuando dije que estuve dos veces con
[el dictador Jorge] Videla y dos con [el jefe de la Armada, Emilio]
Massera fue por el secuestro de ellos”.
La justicia argentina citó a Bergoglio cuando era cardenal, arzobispo
de Buenos Aires y jefe de la Iglesia argentina como testigo en el
segundo juicio sobre los crímenes de la ESMA, que finalizó en 2011. Pero
el ahora pontífice se excusó por su investidura de ir a los tribunales y
fueron los magistrados los que tuvieron que ir a tomarle declaración en
el edificio de la curia porteña.
Bergoglio también ha sido citado como testigo en una causa en Francia
por el asesinato en la dictadura argentina del sacerdote de ascendencia
francesa Gabriel Longueville. Una hermana y tía de desaparecidos pidió
que además se le interrogara en Argentina por sus presuntos
conocimientos sobre el robo de bebés de secuestradas por la dictadura.
Bergoglio, en cambio, dice que durante aquellos años protegió, escondió y
ayudó a exiliarse a perseguidos por el régimen. Claro que nunca se
situó entre los pocos obispos y sacerdotes que asumieron un papel de
abierta lucha contra las violaciones de los derechos humanos de aquellos
años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario