El Partido Popular oscila entre la preocupación, el temor y el
desconcierto ante la deriva cada vez más sombría de la crisis política
ocasionada por la tragedia del Madrid Arena
en el Ayuntamiento de Madrid. En su momento ya había muchas dudas
dentro del partido sobre la idoneidad de Ana Botella como repuesto de Alberto Ruiz-Gallardón. Pero tanto este como el líder del PP, Mariano Rajoy, decidieron apostar por ella y colocarla de número dos,
en un movimiento estratégico pensado entonces para frenar a Esperanza
Aguirre —muchos temían en el PP que quisiera dar el salto a la alcaldía—
y contentar a José María Aznar, mentor de Rajoy y aún gran poder
fáctico en el partido.
Entonces había dudas. Ahora, un año después, lo que hay es susto,
porque el PP no se puede permitir perder Madrid. La dimensión pública
que ha adquirido la tragedia, y la torpe gestión de la inexperta
alcaldesa ha causado estragos. La destitución
el martes de su lugarteniente político, Miguel Ángel Villanueva, la ha
dejado sin red, expuesta. Y las dudas sobre el futuro se multiplican.
En el PP madrileño y nacional, varios dirigentes asumen que está muy
tocada, pero no hundida. Hay una clave básica que les hace pensar que
resistirá: el apoyo del presidente, Mariano Rajoy. La respalda, ha dado
muestras de ello —la ha recibido dos veces en Moncloa y ha buscado las
fotos con ella—, y lo va a seguir haciendo a corto y medio plazo. No
tiene intenciones de abrir ese frente. Sería muy complicado: en la
capital no se pueden anticipar las elecciones y tendría que dejar el
Ayuntamiento en manos de una concejal sin peso específico.
Quedan dos años y medio para los comicios, y a Rajoy le gusta
esperar. Eso sí, no está nada claro si será la candidata en 2015. Como
es habitual, y como hizo Aznar cuando decidió colocar a Gallardón, ocho o
10 meses antes de la cita se encargará una carísima encuesta secreta
con tres o cuatro nombres. Si los datos indican que, como se temen
muchos, Botella no tiene tirón y el PP puede perder el fuerte, Rajoy se
moverá. Y con mucha cautela, al tratarse de la esposa de Aznar. Hasta
entonces, no hará nada, insisten tanto en el Gobierno como en el PP.
Botella aterrizó en la alcaldía de Madrid prácticamente en pañales.
Es cierto que tenía desde 2003 responsabilidades crecientes en el
Gobierno local de Alberto Ruiz-Gallardón, pero sus labores eran de
gestión, no políticas. Ella no era un peso pesado. Gallardón confiaba en
el vicealcalde, Manuel Cobo; y el edil de Hacienda, Juan Bravo. Y en
Miguel Ángel Villanueva y Pedro Calvo.
Los dos primeros, dejaron el Ayuntamiento cuando Gallardón fue
nombrado ministro de Justicia, en diciembre de 2011. A los otros dos,
Botella les otorgó puestos clave en su equipo. A Villanueva, le nombró
su número dos. Con él se fue curtiendo golpe a golpe; él le salvó la cara muchas veces ante los medios y la oposición.
Villanueva y Calvo, dos hombres del partido de toda la vida, la
guiaron como niñeras dentro del muy difícil PP madrileño. Pero algo
cambió en verano. Esa sintonía con Villanueva se quebró. Y la crisis
política desencadenada por la muerte de cinco jóvenes en la fiesta de
Halloween del Madrid Arena agravó esa desconfianza o, cuando menos,
desincronización. “Creo en los equipos y en las personas que los forman
que miran por el éxito del conjunto del equipo”, dijo ayer, tras las
loas a Villanueva, cuyo cese quiso hacer pasar por dimisión.
El núcleo de Gallardón no era un equipo: era una secta. Así se les
conocía, de hecho. Y en ese entorno causa impotencia y desconcierto la
salida deshonrosa de Villanueva. “Alguien le ha dicho que así podría
pasar página del Madrid Arena”, se indica. Parece evidente que Botella,
apurada por una crisis inesperada y que ha colocado al mundo del PP en
su contra, ha soltado lastre. Villanueva, un moderado, era duramente
criticado por el ala más conservadora del PP, a la que pertenece Botella
y su entorno.
Villanueva no está imputado. Se le critica su primera rueda de
prensa, pero dio la cara y siguió trabajando esos días mientras Ana
Botella acudía a visitar a las familias en el tanatorio y se iba de
vacaciones a un balneario portugués junto a Aznar. El fiscal, Manuel
Moix, dijo ayer: “No hay datos para pedir su imputación, que es
absolutamente improbable”. En cambio, Botella mantiene en su Gobierno y
defiende a capa y espada (“es una de las personas más importantes, un lujo”) a Antonio de Guindos,
responsable durante la tragedia de la actuación de la Policía Municipal
y servicios médicos de emergencia, y cuya figura está más cuestionada
en la investigación judicial. En el caso de ser imputado, dimitiría
inmediatamente.
La marcha de Villanueva la ha dejado expuesta. En primer lugar,
porque ahora cualquier golpe relacionado con la tragedia lo encajaría
ella sin cortafuegos. Pero, según coinciden en el PP, porque ya no le
queda margen para revés alguno, ni tiene a quién la defienda. Su equipo
municipal es solvente a ese nivel, municipal, pero Madrid es mucho más
que una ciudad.
Fuentes del Gobierno y del PP admiten que está muy tocada, pero todos
coinciden en asumir que aguantará gracias al apoyo de Rajoy. Si ella
quiere seguir, seguirá, explica. Y quiere, de eso no hay duda: “No arrojaré la toalla”,
dijo ayer. Aguantará lo que haga falta, se resistirá con uñas y
dientes. Hay una fecha clave que todos tienen apuntada: el 7 de
septiembre, cuando se decide quién organizará los juegos olímpicos de
2020. Hasta ese día, insisten, no habrá movimientos. Si Madrid gana, el
enorme deterioro de la imagen municipal puede dar un giro. Si no,
Botella seguirá siendo lo que ya era hace un año: una política de cuya
capacidad muchos dudan, incluso en el PP. Y la oposición, liderada por
Jaime Lissavetzky, lo tendrá más fácil.
Por ahora, uno de los que más claramente la han respaldado y han
apuntado públicamente que sí será candidata es el propio Aznar. No es
poco en el PP.
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