Fútbol en estado puro, porque el fútbol son los golazos de Messi,
pero también los errores y la agonía. O el excesivo protagonismo de
Paradas Romero, que dejó al Barça en inferioridad el segundo tiempo. O
los trazos de Fábregas, autor de tres asistencias de soplo divino. O el
empuje del enrazado Deportivo, que se sobrepuso a un 0-3 para poner al
líder contra las cuerdas. En definitiva, el mejor partido del año en
Riazor, testigo de un brutal ida y vuelta, una golosina para el
aficionado, harto de mediocridades en una Liga que alguna vez fue
grande. [Narración y estadísticas (4-5)]
El hat-trick de Messi, la falta de rigor defensivo del Depor, el
absurdo gol en propia puerta de Alba, la carga final de Aranzubía en
busca de un cabezazo salvador... Aún más que fútbol, frenesí. Un partido
que alcanzará la categoría de clásico. Por la riqueza atacante
azulgrana y la réplica gallega. Y por qué no decirlo, por la actuación
del árbitro, que desquició incluso a tipos tan poco sospechosos como
Valerón o Iniesta. En lo banal y en lo importante, Paradas no estuvo a
la altura. Todo lo contrario que Fábregas y Messi, autores de un
arranque demoledor.
En apenas cuarto de hora, habían liquidado el partido. O al menos eso
parecía. Con un par de asistencias del '4', sustituto de Xavi en la
sala de máquinas. Aún se acomodaba alguno en Riazor cuando aprovechó la
primera Alba, con flema propia de delantero, como ante Buffon en la
final de la Eurocopa. Y cerró el 0-3 Messi tras una pisada de su viejo
compadre en el filial, con quien se entendería aun con una venda en los
ojos. Un concluyente zurdazo al ángulo, anticipo para su primogénito
Thiago, que nacerá de un momento a otro.
Paradas, bajo la lupa
Con un lazo también le puso La Pulga el 0-2 a Tello, sustituto de
Pedro en el once. El quiebro y el chut abajo del canterano, extremo que
daba aún más profundidad al fútbol de seda azulgrana. Como Villa,
titular por segunda vez, que ya tenía ganas. Aquello era un recital del
Barça y hubo quien apostó por más de media docena en la red de
Aranzubía. A ver quién explica cómo demonios cambió el panorama el
Depor.
Puso de su parte el equipo de Oltra, olvidando los traumas de seis
jornadas sin ganar. Se amarró los machos y empujó buscando la reacción.
Con un testarazo de Riki al palo en fuera de juego y con una volea de
Bergantiños a un palmo del travesaño. Del 0-4, con un maravilloso pase
interior de Villa desperdiciado por Messi, se pasó de súbito al penalti
de Mascherano. Tan dudoso por el contacto como por la posición del
central. No a juicio de Paradas Romero, al que ya habían equivocado sus
líneas con la banderola. En cualquier caso, Pizzi la colocó dentro y A
Coruña tuvo un sueño.
Que nadie le quitara la ilusión a Riazor, al borde del colapso con el
2-3 de Bergantiños y la cortesía de Valdés. Inflamado el estadio con la
habilidad de Pizzi y la agresividad de sus centrocampistas, Abel
Aguilar al frente. Lástima que no acudiera también Valerón con su
sombrero de copa. No le llega ya a El Flaco. El esplendor corresponde a
Messi, beneficiario de otro mágico pase al espacio de Cesc. El Barça más
vertical ganaba el descanso con cuatro goles en el casillero y alguna
que otra incertidumbre atrás.
Delirio y carga final
Pronto las explotaría Pizzi, nada más volver de la pausa, con un
excelso libre directo al ángulo. Y justo después, la segunda fricción
entre Riki y Mascherano, que no movió tanto el codo como para ganarse la
segunda amarilla. Con uno menos, al plan del Barça pasaba por
recomponer la zaga y enfriar el entusiasmo con los rondos de rigor.
Adriano por Villa, Pedro por Tello y Xavi por Fábregas. La lógica de
Vilanova.
Y el juego pareció darle la razón un buen rato, cuando volvió a fluir
el caudal de sus medios. La enésima maravilla de Messi, inaccesible
para Marchena, Laure y Zé Castro, pareció el martillazo definitivo.
Claro, que justo en la siguiente, Alba rozó el esperpento ante Valdés,
con una vaselina perfecta hacia los palos equivocados. Entonces, el
delirio y la carga final fueron todo uno. Una oleada blanquiazul para el
5-5, hasta donde se acercaron Zé Castro y Nelson Oliveira. En el 93,
entre tanto delirio, apenas se oyó el pitido final, porque de alguna
manera debía cerrarse aquel espectáculo. Quizá no fuera la mejor, pero
sí la única.
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