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domingo, 23 de septiembre de 2012

La ciudad de las viudas perdidas

Cien miradas perdidas. La desilusión con gotas de desesperación. El hastío. La absoluta falta de interés por nada, incluida hacia esa mujer blanca, vestida con ropa occidental, que viene de una calle llena de bullicio, de cláxones, de 'rickshaws' y de ser el centro de atención de una ciudad, Vrindaván, donde los turistas extranjeros no son habituales.
Pero ellas, las viudas que pasan el día en el 'ashram' (una especie de convento hospicio), no se molestan ni en girar la cabeza. Algunas parecen estar en trance, a otras, simplemente, la vida hace mucho que no les ha dado nada y no tienen ningún interés en ver qué hay a su alrededor.
Esa desolación se respira. El olor a sudor... El monzón está a punto de acabar, pero la humedad ardiente sigue pegándose a la ropa; el perfume a incienso... y un mar de mujeres sentadas, vestidas de blanco y cantando, recitando oraciones y mantras. Ese es su trabajo, rezar en los 'ashrams' que se reparten por la ciudad donde Krishna pasó su juventud y donde aproximadamente un tercio de sus 57.000 habitantes son estas viudas.
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Muchas se rapan el pelo, siguiendo la tradición más conservadora. | S.G.

Cuatro horas de rezos por un puñado de arroz

"Hare Krishna Hare Krishna, Krishna Krishna Hare Hare, Hare Rama Hare Rama Rama Rama Hare Hare". Así cuatro horas diarias, por las que pueden cobrar unas cuatro rupias diarias (unos cinco céntimos de euro) y les dan de comer algo de arroz y lentejas, una vez al día.
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Los templos se empiezan a vaciar al caer la tarde. | S.G.
El 'ashram' más conocido de esta ciudad a la que acuden miles de peregrinos cada año para venerar a Krishna es el de Sri Bhajan. Fue fundado en 1914 por Sri Janki Dasji Patodia, que donó todo su dinero para esta causa. En teoría están allí para purificarse antes de morir, aunque muchas llegan a Vrindaván a los 15 años, como Aruthi que ahora tiene 22 y un hijo de ocho años y a la que cuando se le pregunta si está contenta con su vida, responde "¿contenta? No sé, es mi vida. Aquí me siento protegida, mejor que en mi pueblo".
La mayoría llegan a Vrindaván traídas por la familia del marido (recordemos que, en la tradición hindú, la mujer pierde a su propia familia al casarse y pasa a formar parte de la del esposo) y a veces por sus propios hijos, que las consideran una carga. Otras, muy pocas, vienen por voluntad propia, para pasar sus últimos años rezando, purificando su alma, en esta ciudad sagrada, llena de templos, a orillas del río Yamuda, a sólo 70 kilómetros de Agra y a 150 km de Delhi.

Pura hasta la muerte

Aunque parece que viajamos en el tiempo, con esas casas semiderruidas donde viven algunas de ellas, las calles sin asfaltar y los 'rickshaws' esquivando vacas, perros, cabras y a las viudas con sus saris blancos, que caminan encorvadas cuando se pone el sol, doblegadas por el peso de la vida. Y no es una metáfora. En India, probablemente por la práctica del yoga, llama la atención lo erguida que anda la gente. Ellas no, algunas caminan casi en un ángulo de 90 grados. Como si no pudieran con su alma. Intentando pasar inadvertidas.
Según las costumbres más tradicionales del hinduismo, las viudas deben vestir de una manera austera, raparse el pelo, no llevar ningún ornamento, comer poco y sin demasiados aditivos y dedicarse al rezo. La costumbre de lanzarse a la pira del marido muerto, salvo alguna excepción, ya está abolida en una sociedad que ha tenido grandes cambios sociales en los últimos 40 años, pero esa idea de que la viuda debe evitar cualquier tentación sensual y mantenerse pura hasta la muerte sigue vigente. Películas como 'Water' de Deepha Metha han ayudado a que esto fuera así. El filme, ambientado en los años 30, denuncia asuntos como las redes de prostitución que comerciaban con algunas de las viudas más jóvenes, y tuvo que rodarse fuera de India para evitar las presiones de algunos grupos hinduistas especialmente conservadores.
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La ONG Guild of Services les anima a vestir con colores luminosos. | S.G.
Kalavazi, que podría ser una de las protagonistas del filme, obviamente no lo ha visto. Pero como la mayoría de las viudas de esta ciudad, parece aceptar su destino. Cuenta en hindi -prácticamente ninguna sabe inglés- que ella llegó a Vrindaván hace 30 años. Tiene 55 pero aparenta fácilmente 70. "Mi marido murió y su familia me trajo aquí, yo ya no podía vivir con ellos". Explica asumiendo el destino. "El Gobierno me ayuda con una pequeña paga y entre eso y lo que me dan de limosna tengo para vivir en una habitación que comparto con otra viuda. No, no tiene baño, pero, bueno, recogemos agua y podemos lavarnos. A mí no me quedan muchos años de vida, así que estoy bien. Es el mejor destino que podía tener. Rezar y prepararme para cuando me vaya de este mundo".

Cadáveres en la basura

La paga a la que se refiere es de unas 1.800 rupias al año (alrededor de 30 euros) y se trata una ayuda que aporta el Gobierno pero sólo llega para alrededor de un 40% de las viudas. Kalavazi se niega a que le hagan fotos. No quiere problemas, accede a hablar con esa condición. Y acepta su situación con un estoicismo, un determinismo que los occidentales no acabamos de entender pero que es propio del hinduismo.
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A veces hay suerte y les dan un saco de arroz o lentejas. | S.G.
Pero aunque ellas no se quejen, afortunadamente hay asociaciones como Guild of Services, que velan por que sus condiciones de vida sean más dignas. Les dan tres comidas al día y las animan a vestirse con colores luminosos, para subir su autoestima. También por parte del Gobierno indio ha habido algún gesto al respecto. El 3 de agosto de este año, la Corte Suprema hizo un requerimiento a las autoridades del gobierno del estado de Manturia para que se ocupara de que hubiera comida suficiente, soporte médico y baños en buenas condiciones higiénicas en los 'ashram' que dependen del gobierno y en los que viven alrededor de 1.700 mujeres. La voz de alerta se dio después de que Comisión Nacional de la Mujer visitara estos lugares y viera en qué condiciones viven pero, muy especialmente, después de que se descubriera que había casos de viudas que morían y el cadáver se metía en una bolsa de plástico y se arrojaba a la basura, según publicaron los diarios nacionales.
Cuando se les pregunta sobre el asunto a algunas de las viudas que pasean por las calles, no está muy claro en qué dirección, ninguna quiere contestar. Hay una mezcla de desconfianza y desinterés. No podría llamarse miedo.

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