.

.

jueves, 16 de febrero de 2012

Editorial de The Washington Post La fantasía de la “auto-deportación”

Al declarar que la “auto-deportación” es la solución para los inmigrantes ilegales, Mitt Romney hizo pública una idea muy difundida entre los republicanos: a los once millones de inmigrantes indocumentados no les quedaría más remedio que regresar a su país, si el gobierno les hiciera la vida imposible. Pero hasta por las envilecidas normas de la retórica de las elecciones primarias, la idea es tan tonta y absurda como popular –como rápidamente señaló Newt Gingrich, el rival del señor Romney.
La “auto-deportación” tiene gancho y es citable; de ahí su apelación superficial. Adopten rápidamente una ley a toda prueba de verificación de empleo, emitan una identificación a cada inmigrante legal, agreguen alguna hostilidad por parte de las autoridades locales y estatales y todos veremos cómo los inmigrantes indocumentados hacen una fila para marchar al sur de la frontera, de dónde vinieron. Si desean regresar a Estados Unidos, dijo el señor Romney, deben situarse “al final de la fila”.
La estupidez de la idea está enmascarada por su atracción para algunos que odian la inmigración ilegal, pero reconocen que las redadas masivas y las deportaciones serían impropias y de un costo prohibitivo. Es mejor, dicen ellos, que los inmigrantes ilegales se marchen por propia voluntad –y que paguen sus gastos de viaje.
Los problemas comienzan con la economía. Los trabajadores indocumentados son más del 50 por ciento de la fuerza laboral en EE.UU., y mucho más en la agricultura, hotelería, jardinería y otros lugares. Su partida sería un golpe a la economía –y no, los trabajadores nacidos en EE.UU., por regla general mejor instruidos y remotamente ubicados de los empleos que desempeñan los inmigrantes, no llenarían el vacío dejado por ellos.
El señor Romney también se equivoca al imaginar que los inmigrantes ilegales, mexicanos en su mayoría, pueden ser desarraigados con facilidad. Es más, casi dos tercios de ellos llevan aquí más de una década, y más de 28 por ciento llegaron al país hace más de 15 años. Han echado raíces aquí: casi la mitad tiene hijos, y más de 90 por ciento de esos 5,5 millones de niños nacieron aquí y son ciudadanos norteamericanos.  ¿Cree el señor Romney que ellos se van a “auto-deportar” junto con sus padres?
En cuanto a la idea de colocarse “al final de la fila”, eso supone que exista una fila para mexicanos no calificados que carecen de relaciones familiares en Estados Unidos. No existe tal fila que resulte de manera realista en la entrega de una tarjeta verde a un mexicano no calificado sin familiares en Estados Unidos. Incluso si, digamos, los padres o hermanos  de un mexicano son ciudadanos norteamericanos, probablemente el  mexicano tendría que esperar de 15 a 20 años o más solo para obtener una entrevista con un funcionario consular de EE.UU.
Los inmigrantes indocumentados en este país tienen una gran capacidad de recuperación. Durante la debacle económica de 2008-2009, el deprimido mercado laboral y el fortalecimiento de la seguridad en la frontera ayudaron a disminuir la población ilegal en aproximadamente un millón de personas. Pero desde entonces las cifras se han nivelado, a pesar de una economía aún en lenta recuperación, aumento de las deportaciones y leyes hostiles al nivel local y al estatal. La inmensa mayoría de los inmigrantes ilegales está aquí definitivamente.
De manera más amplia, el problema es un sistema fracasado y los políticos no pueden lograr reconciliar la dura realidad de los inmigrantes ilegales con sus propios lemas. Una reforma sensata incluiría una fuerte observancia de la ley, así como admisiones adecuadas de trabajadores temporales para las industrias que los necesiten y, fundamentalmente, un camino hacia la legalización de los inmigrantes ilegales. No se van a marchar, a pesar de la fantasía de la “auto-deportación”.

No hay comentarios: