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lunes, 5 de diciembre de 2011

Jim Simons, el matemático multimillonario


A la edad de 40 años, Jim Simons lo tenía todo para hacer Historia en el mundo de las Matemáticas en Estados Unidos. Ganador del Premio Oswald Veblen de Geometría, ya había una teoría con su nombre: la Chern-Simons.

Entonces, Simons decidió que quería ser multimillonario. Hoy, 23 años después, tiene una fortuna estimada en 10.600 millones de dólares, o sea, 7.900 millones de euros. Todo gracias a su 'hedge fund', Renaissance Technologies. Un fondo que no sólo es el que mejores retornos ha dado en la última década, sino que demuestra el estado de la economía y las finanzas actuales: entre sus 275 empleados no hay un solo economista. La mayor parte de su plantilla son programadores, físicos y matemáticos. Y así Simons ha convertido lo que se llama ‘trading de alta frecuencia’ (o, según sus iniciales en inglés, HTF) en una máquina de hacer dinero.

Así que, para entender a Simons hay que comprender primero dos términos: uno, hedge fund; el otro, ‘trrading de alta frecuencia’. Que no se asuste nadie. En realidad, son dos cosas muy sencillas. Y, si los periodistas, los políticos y los académicos las explicáramos más a menudo, todo el mundo entendería mucho mejor eso de ‘los mercados’.

Un 'hedge fund' es un fondo no regulado. Las empresas financieras (a las que los anglosajones llaman ‘instituciones financieras’) están reguladas por los Estados. Un banco o un fondo de pensiones sólo pueden invertir, por ejemplo, en determinados activos. Frecuentemente, se les exige que esos activos tengan calificación ‘triple A’ por las agencias de calificación de riesgos (nuestros queridos Moody’s, Standard and Poor’s, Fitch IBCA, etcétera). Así pues, antes de que nos dé otra sofoquina contra las agencias de calificación, recordemos que son los Gobiernos quienes les han dado poder para decidir qué activos tienen categoría ‘de inversión’ y que activos no (en ese último caso, se les califica de ‘bonos basura’).

A todo esto, estamos hablando de los activos más abundantes: bonos—públicos y privados—y derivados—activos cuyo precio depende de otros activos, y que permiten hacerse rico o arruinarse en cuestión de días—.

¿A qué se debe esa regulación? Al hecho de que los depósitos en los bancos, por ejemplo, están garantizados por los Estados (al menos, hasta un cierto nivel). Por tanto, los Gobiernos no quieren que esas instituciones financieras corran demasiados riesgos (aún así, como estamos viendo todos, sí los corren, pero ésa es otra historia).

Los 'hedge funds' no están regulados. Eso indica que pueden invertir en lo que les dé la gana, lo que quieran, pedir prestado cuanto puedan y correr los riesgos que les apetezca, porque el Estado no corre con la factura si quiebran (aunque, en al menos un caso, que fue el hundimiento del hedge fund LTCM, en 1998, EEUU tuvo que orquestar un rescate por parte de bancos privados para que el fondo no se llevara por delante al sistema financiero mundial).

Trading de alta frecuencia

Algunos elementos de la operativa de los hedge funds son similares a los de los fondos de capital riesgo (‘private equity’). Para invertir en ellos suele hacer falta aportar como mínimo 20 millones de dólares. Sus comisiones son monstruosas: el 20% de la apreciación de la inversión más el 2% del capital invertido. O sea: si alguien invierte 20 millones y logra una apreciación del 10% (2 millones), el fondo se queda con 400.000 dólares.

Eso es lo que hace un hedge fund. Pero Renaissance, además, es uno de los fondos especializados en HTF. El ‘trading de alta frecuencia’ son operaciones financieras realizadas por ordenadores sin que intervengan seres humanos. Normalmente, cada transacción tarda alrededor de 0,0025 segundos, y los márgenes que deja son minúsculos (de ahí viene gran parte de la oposición a una tasa sobre las transacciones financieras, dado que eliminaría esas ganancias). Pero, si se repiten constantemente, acaban generando beneficios inmensos.

Simons ha centrado sus actividades en el llamado 'arbitraje', es decir, en la búsqueda de diferencias infinitesimales en los precios de los mismos activos. Si los ordenadores los detectan y se aprovechan de ello (comprando una milésima más barato y vendiendo una milésima más caro), el éxito está garantizado. Entre el 50% y el 70% de las operaciones que se realizan en Bolsa en EEUU se practican por este método. El problema es que los ordenadores no piensan, así que pueden exacerbar tendencias, o sea, crear una tremenda volatilidad en el mercado. Otro riesgo es que a las máquinas les da igual lo que no sean números. Que Mario Monti anuncie un ajuste del gasto en Italia no tiene repercusiones para los ordenadores, salvo que éstos sean reprogramados.

Así es como Simons, que se retiró del ‘día a día’ de Renaissance, ha construido su fortuna. Aunque no concede entrevistas, su carácter es, por utilizar un eufemismo, idiosincrático. En su época de matemático, fue despedido del Departamento de Defensa de EEUU por criticar la Guerra de Vietnam. Entre sus hábitos está no usar calcetines, según explica Sebastian Mallaby en su libro sobre los grandes hedge funds More Money Than God. Y, como muchos de sus competidores —el mejor ejemplo es acaso George Soros— lo que más le inspira es, probablemente, el sentido de aventura que ya dejó claro cuando a los 20 años se fue en moto desde EEUU hasta Colombia y, en ese país, montó una fábrica de baldosas.

Simons —que perdió dos hijos en un accidente de tráfico— está retirado, pero las transformaciones que contribuyó a introducir en el campo de las finanzas prosiguen. Los ordenadores y los algoritmos tienen cada día más influencia en el mercado que las personas y las empresas.

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