Cero exageración: la temperatura exterior puede rondar fácilmente los menos 20 (o menos 30) grados si la escena se sitúa entre octubre y abril. Y en esa franja estamos. Eso sí, el paisaje no puede ser más bucólico y más de postal: nieve a raudales, una agradable cabaña de troncos a lo Hansel y Gretel asomando a lo lejos, otra a un par de kilómetros, un gigantesco lago congelado escoltado entre pinos... Incluso algún reno despistado que ha olvidado su camino. Por algo estamos en el norte del norte. O lo que es lo mismo: en la región de Saariselkä, ubicada en lo alto de Laponia finlandesa, a unos 250 kilómetros por encima del Círculo Polar Ártico.
Y en medio de esa nada inmaculada, un iglú de cristal encabeza la hilera de los otros 19 que le siguen. Diez en un lado y diez enfrente. Hay que llegar a esta peculiar aldea de mini-suites circulares y transparentes en un todoterreno (absténgase de otras ideas) desde el propio resort que las cobija, el hotel Kakslauttanen, situado a unos 300 metros y donde se aglutina el resto de instalaciones: restaurante tradicional y de nieve (con capacidad para 150 personas, tres comidas al día y una temperatura de entre menos dos y menos cinco grados), piano-bar, recepción, saunas clásicas y de humo (incluidas en el precio), tienda...
Salmón a la parrilla
De vuelta al iglú, otra advertencia: la entrada no resulta precisamente fácil... aunque la espera merece la pena. Y es que hay algún que otro elemento en contra: recuerde la temperatura, las oscuridades nocturnas en pleno bosque, la nieve hasta la rodilla y los gruesos guantes de tenencia obligatoria, ideales para encajar la llave a la primera en la cerradura. Hay que añadir la linterna que le han dado en el restaurante tras despachar ese exquisito salmón tamaño tiburón tan propio de estos lares, asado a la parrilla frente a su mesa. La sopa de reno viene antes y el brownie con helado de vainilla y frutas salvajes de la zona, después.
El cristal térmico con el que está construido impide que se opaque con la escarcha
Pero al final uno entra en el iglú (de cinco por 2,5 metros) y la cosa cambia. A los menos 20 grados de ahí fuera se suman 40, aunque cada uno puede hacer uso del termostato individual. La vista se dirige inevitablemente hacia arriba, a ese cielo negro jaspeado de estrellas que se divisa a la perfección desde el iglú, transparente en cada rincón excepto (obvio) en el aseo, compuesto por lavabo y retrete. Nada de espejos. Las duchas las encontrará las 24 horas en la zona común del resort. Además, el cristal especial térmico con el que está construida la pintoresca suite impide que se opaque con la escarcha. De ahí que se mantenga siempre clara y limpia, pese a la que esté cayendo fuera. Y de ahí también que sus huéspedes puedan ser testigos directos de la mítica aurora boreal.
En cuanto a las camas, las dos que hay son de la casa Hästens, proveedor oficial de la Familia Real sueca. Elaboradas a mano con fibras naturales, las fundas se rellenan de crines de caballo, algodón y lana de oveja neozelandesa. Curiosa mezcla con estampado tipo cebra y detalles en rojo que aseguran una comodidad extrema. Dato interesante si el plan de la mañana siguiente es, por ejemplo, casarse en la capilla de hielo con la que también cuenta el complejo. Puede hacerlo por el rito católico, ortodoxo o sami; a bordo de un trineo de huskies o renos que hará las veces de limusina; en moto de nieve hasta el altar... Eso sí, la bufanda y el gorro con orejeras son imprescindibles. O casi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario