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viernes, 11 de febrero de 2011

Soplan vientos de cambio en el movimiento obrero británico

Nuevo Claridad


Las complejas maniobras políticas y los grandes cambios en el panorama político británico descritos a continuación tienen como telón de fondo la situación económica. El desencadenamiento de la crisis mundial capitalista ha servido para desacreditar el gobierno del Partido Laborista (PL) y ha provocado una profundización en el cuestionamiento del sistema, que aún no ha conducido al surgimiento de una alternativa socialista clara.

¿La muerte de New Labour?

New Labour (Nuevo Laborismo) consistió en el cambió de línea política del PL que el ala derecha llevó a cabo bajo Tony Blair y Gordon Brown en 1994. Los laboristas llevaban en la oposición desde 1979. Tras la marcha atrás en los logros en materia de línea política y democracia interna alcanzados por la izquierda del partido en los convulsos años 70, Tony Blair se hizo cargo del partido e inmediatamente removió los objetivos socialistas incorporados en la “Cláusula Cuatro” de los estatutos del partido. Ni que decir que ninguno de los previos gobiernos del ala de derecha laborista hizo intento alguno de llevar a cabo una política socialista. Una vez llegado a primer ministro Blair fue, sin embargo, incapaz de completar la transformación del PL en un partido abiertamente capitalista al no poder romper los vínculos con los sindicatos. Este hecho es crucial para el futuro.

El poder de Tony Blair sobre el partido descansaba en la creencia de que sólo New Labour podía ganar las elecciones, lo que siempre ha sido un mito. Los laboristas habrían ganado las elecciones de 1997 de todas maneras debido al desorden dentro del partido Tory (conservadores), el partido tradicional de la burguesía. A pesar de las decepciones sin fin y las contrarreformas del gobierno laborista desde 1997, el mensaje constante a la base del partido era que sólo se podían mantener en el poder con una política derechista.

Dicho mito se desmoronó en las elecciones del 6 de mayo de 2010 con la derrota aplastante de los laboristas, que obtuvieron solamente el 29% del voto, el porcentaje más bajo desde 1983. Gordon Brown, el sucesor de Blair como primer ministro, se ufanaba en su época de que “no habría un retorno a periodos de auge seguidos por desplomes” económicos. Como ministro de Economía, había presidido un régimen de “regulación liviana” de la banca (a diferencia del Estado español) y parecía haberse tragado la agenda neoliberal por entero. En realidad New Labour tuvo la suerte de gobernar durante un periodo de auge que se prolongó más de una década… hasta el mazazo de la recesión mundial. Como resultado la mayoría de los trabajadores (aunque no todos) disfrutaron de un aumento en su nivel de vida. New Labour fue capaz de mejorar poco a poco los servicios sociales como Sanidad y Educación, y no tuvo una conflictividad sindical significativa.

Sea como fuera, en mayo los laboristas obtuvieron 5 millones de votos menos que en 1997, desencantando con su política cada vez a más y más trabajadores. El argumento básico de New Labour es que eran capaces de gestionar el sistema capitalista mejor que los tories, lo que se ha demostrado como una falsedad. La clase dominante, en general, apoyó a New Labour en las elecciones de 2001 y 2005, pero para 2010 no hay duda de que, acuciados por la crisis, hicieron campaña por un gobierno de mayoría conservadora para llevar a cabo su trabajo sucio. Los activistas del PL llevaban meses anticipando una victoria conservadora arrolladora. Durante la última semana de la campaña electoral hubo un repunte en el voto laborista, a medida que los obreros veían más clara la posibilidad de ver al odiado partido Tory, el partido de Thatcher, de vuelta en el poder. David Cameron ha empleado el tiempo como líder del partido conservador “desintoxicando la marca Tory” para presentar una cara más amable de su partido.

La campaña electoral vio también un resurgimiento del partido Liberal-Demócrata (lib-dems). Se puede describir a los lib-dems como un partido capitalista centrista con apoyo de votantes laboristas y conservadores descontentos con sus partidos. Hay mucha gente en esta categoría, muchos que no creen que los principales partidos ofrezcan soluciones a la crisis del capitalismo. En zonas mayoritariamente obreras, donde los tories son fuertemente odiados, los lib-dems tienden a beneficiarse del voto anti-laborista. En zonas rurales, en cambio, los liberales son generalmente la principal oposición a los tories. Durante la campaña electoral los lib-dems prometieron abolir la matrícula universitaria que en la actualidad lastra a los estudiantes con deudas. Transcurridas unas pocas semanas se rajaron y se comprometieron, como parte del gobierno de coalición, a apoyar un aumento brutal de las matrículas universitarias, lo que ha descreditado a los liberales de cara a sus votantes más tradicionales, como se ve en las encuestas de opinión.

Llegadas las elecciones los lib-dems obtuvieron solamente 57 escaños de un total de 650 de los que consta el Parlamento. En parte esto se debe a las restricciones que impone el sistema electoral mayoritario (“first past the post”) que rige los comicios británicos: el 23% de los votos emitidos se tradujo en sólo el 9% de los escaños. “First past the post” (el primero en llegar a meta) significa que el candidato con más votos se lleva el escaño, y el resto de los partidos se queda sin nada.

La formación del gobierno de coalición

El resultado de las elecciones de mayo fue tal que aunque los conservadores salieron como partido mayoritario en el Parlamento no hubo un partido que pudiera formar gobierno sin apoyo de otro. Para ser breve: todos perdieron. Éste es un resultado poco común en la política británica, dado que “first past the post” tiende a producir mayorías parlamentarias. Tras un periodo de maniobras entre bambalinas en el que parecían posibles todo tipo de combinaciones, los tories y los lib-dems finalmente emergieron con un acuerdo para gobernar en coalición. Algunos militantes liberales mostraron preocupación, temiendo que asociarse con recortes salvajes e impopulares supondría barrer su apoyo electoral. Aún está abierta la posibilidad de una revuelta parlamentaria contra la política de la coalición.

Hay consenso general de que Gordon Brown fue el hombre que hizo perder las elecciones a los laboristas. Durante las negociaciones para la formación de gobierno entre los laboristas y los lib-dems, el líder liberal Nick Clegg exigió la dimisión de Brown como precio a pagar por el PL. Brown dimitió, pero no hubo acuerdo. Así que los laboristas se pusieron a buscar nuevo líder.

Elecciones a líder del PL

Los ex miembros del gobierno laborista que habían llevado al partido al desastre electoral estaban determinados a que no se cuestionara el pasado, que la línea política permaneciera igual. Sin perder tiempo, dieron su respaldo a David Miliband como “heredero de Blair”. Hubo varios millonarios que también decidieron financiar la campaña de David. El resultado fue que los militantes del partido se vieron bombardeados de cartas, llamadas de teléfono y emails promoviendo a David Miliband de manera muy unilateral. Fue como si el “establisment” laborista pensara que podía instalar en la dirección al candidato “correcto”.

Tenemos los indicios del comienzo de un nuevo ambiente en el partido laborista. En pocas semanas, durante y después de las elecciones, se han afiliado 30.000 nuevos militantes para combatir a la coalición dominada por los tories. El PL se fundó como el ala política de los sindicatos, los cuales a su vez están, en su mayoría, asociados al partido como organizaciones sindicales. La elección del líder se decide con un tercio de los votos procedentes de los sindicatos asociados, otro tercio que viene de los militantes del partido y el tercio final viene de los parlamentarios. Este sistema es una pequeña variante del propuesto por Militant y aprobado por el congreso laborista en los años 80. La fórmula original propuesta fue 40:30:30, con el 40% de los votos en manos de los sindicatos. ¡Previo a este sistema los diputados tenían el 100% del voto a la hora de elegir líder!

Pronto se hizo evidente el punto flaco de este sistema: sólo los diputados pueden proponer candidato. La experiencia demuestra que muchos, desesperados por conseguir un puesto en el gobierno, se alinean de manera servil con el candidato que piensan que será el próximo dirigente. Para ser candidato hace falta conseguir el apoyo de 30 diputados. ¿Por qué, se preguntan los militantes, los sindicatos no pueden proponer candidato si representan a millones de trabajadores?

El candidato obvio de la izquierda era John McDonnell, un combativo y firme reformista de izquierdas. John es popular en congresos sindicales y también entre la base del partido, donde la izquierda tiene más apoyos. John no pudo conseguir apoyo suficiente entre los parlamentarios, y no hay duda de que algunos diputados se vieron presionados a “considerar cuál sería su futuro político” [si apoyaban a John]. El resultado es que John no pudo ser candidato y no hubo discusión sobre los patentes errores de los trece años de New Labour, el desastre electoral de mayo y el camino a seguir en el futuro.

El único candidato no “Blairista” fue Diane Abbott, una diputada de color. Diane ha estado históricamente siempre en la izquierda del partido. En los últimos años se la ha visto trabajando en televisión, en compañía de un antiguo diputado tory. Diane hizo una pobre campaña. Los otros cuatro candidatos eran todos ex ministros del gobierno New Labour entre 1997 y 2010. Lo que es interesante es que, a pesar de su historial, todos excepto David Miliband, a quien se veía como el candidato de la jerarquía, intentaron desesperadamente distanciarse de New Labour y posicionarse a la izquierda de Miliband. Francamente, ¿qué otra cosa cabía hacer? Al final Ed Miliband, el hermano menor de David, ganó con el apoyo de los sindicatos. Al no estar en el gobierno en 2003, Ed Miliband tuvo el lujo de poder oponerse a la invasión de Iraq, lo que le dio la simpatía de millones de partidarios laboristas.

No hay duda de que la victoria de Ed Miliband representa un pequeño triunfo de la base del partido. Fue un golpe a la jerarquía del partido. Sólo había que ver las caras de los ex ministros de New Labour al oír el resultado, o escuchar los comentarios llenos de rencor (y ridículos) sobre “Ed el Rojo” que el “establishment” del partido y la prensa capitalista se dedicaron a diseminar. Nada más salir victorioso Ed Miliband empezó a dar marcha atrás. Por supuesto es un derechista. Pero la situación política en Gran Bretaña está en fase de transformación.

La lucha contra los recortes

Todo esto es insignificante en comparación con el desastre económico al que se enfrenta la clase obrera. La primera fase de la crisis del capitalismo fue la crisis bancaria desencadenada por el colapso de la burbuja inmobiliaria. La clase obrera pagó el precio con la pérdida de ingresos por horas extras, reducción de la semana laboral, congelación salarial y recortes, sobre todo en el desempleo. Los gobiernos de todo tinte se apresuraron a rescatar a la banca al precio que fuera. En Gran Bretaña Gordon Brown dio un giro brusco a su política y nacionalizó sin más preámbulos el banco Northen Rock. El gobierno también se hizo accionista mayoritario en el tambaleante RBS2 y en HBOS3, todo para sostener al capitalismo. Ahora los bancos están obteniendo beneficios morrocotudos y pagando bonus monstruosos a nuestra costa.

El rescate bancario ha costado sumas enormes de dinero, nuestro dinero. Mientras tanto los ingresos fiscales se han desplomado como resultado de la recesión. La siguiente fase de la crisis, por consiguiente, se nos ha presentado como una crisis financiera del gobierno. El gobierno británico, al igual que los demás durante la recesión, gasta más de lo que ingresa. La coalición de mayoría tory ha anunciado que intentará recortar 83.000 millones de libras del presupuesto del Estado en cuatro años. Esto representa como media un recorte del 25% en los servicios públicos. Significa también que, de acuerdo con las cifras del Gobierno, se perderán medio millón de empleos en el sector público. Dado que el sector público y el privado están entrelazados, se estima que otro medio millón de puestos de trabajo desaparecerán del sector privado. El desempleo alcanza ya los dos millones y medio. Esto significa penuria económica para el futuro previsible. Incluso a periódicos burgueses como el Financial Times les preocupa que los recortes sean demasiados profundos y demasiado rápidos y que lleven de vuelta a la recesión. La clase dominante está empeñada en que la clase obrera pague la crisis por partida doble a través de recortes en los servicios públicos y el desempleo.

Los tories argumentan que el déficit del Gobierno es culpa de Gordon Brown y la administración laborista. Nuestros lectores en el Estado español se darán cuenta de que esto es mentira. Los déficit a escala mundial son el resultado del rescate del capitalismo con dinero público. Hace mucho que los tories sueñan con la destrucción del Estado del bienestar, el mayor logro del esfuerzo político de la clase obrera. Ahora creen que es su oportunidad. Los lib-dems, al aliarse con todo esto, han demostrado que no son más que otro partido capitalista, lo que los marxistas siempre han alegado.

Nuestros lectores en el Estado español querrán saber por qué no ha habido un movimiento masivo a nivel nacional contra los recortes. Ha habido luchas a nivel local antes de las elecciones, por ejemplo contra los recortes en el presupuesto universitario. Éstos se llevaron a cabo durante las vacaciones estivales, pero es ahora en el otoño cuando la gente está empezando a movilizarse. La razón fundamental que explica la falta de movilizaciones generalizadas es la falta de dirección por parte de los sindicatos y la falta de alternativa política por parte de la dirección laborista. La prensa derechista se afana en persuadir a los trabajadores de que hay que reducir el déficit y por lo tanto los recortes son necesarios, mientras que los laboristas no ponen en tela de juicio la lógica del capitalismo, limitándose a proponer recortar de manera más lenta y sensible que la coalición.

Existe miedo a los recortes y voluntad de resistencia por parte de los militantes. En la reunión del Trade Union Congress (la organización que aglutina a los sindicatos británicos) de septiembre, dirigentes sindicales de izquierda como el líder de los ferroviarios Bob Crow y el secretario general del sindicato mayoritario del funcionariado, Mark Serwotka, hicieron una llamada a la movilización unificada, pero se encuentran todavía en minoría. Sin embargo son un presagio de lo que puede suceder en el futuro.

El nivel de conciencia siempre va por detrás de los acontecimientos. En todo caso, el nivel de conciencia es contradictorio. Muchos trabajadores griegos declaraban a los encuestadores que el déficit en Grecia tenía que ser reducido, mientras a la vez se movilizaban para defender sus puestos de trabajo. La situación en Gran Bretaña es volátil, y el nivel de conciencia puede cambiar repentinamente.

La amenaza general que representan los recortes aún no se ha traducido en amenazas específicas a puestos de trabajo y servicios concretos. Es difícil movilizarse contra recortes que todavía no tienen nombre y apellido. Cuando se materialicen, la clase obrera no tendrá más remedio que resistir. El gobierno de coalición está empecinado en llevar a cabo recortes más profundos de los que intentó Thatcher en los 80, e incluso más profundos que los propuestos por la coalición dominada por los tories durante la Gran Depresión en 1931.

Como botón de muestra, la coalición quiere reducir drásticamente el Housing Benefit [la ayudas al pago del alquiler de viviendas a familias pobres]. A pesar de que en la práctica el Housing Benefit supone un subsidio a los caseros, debido al alto precio de los alquileres, es la única manera de que las familias más desfavorecidas puedan permitirse vivir en las grandes ciudades. Debido a los planes del gobierno de coalición, los municipios londinenses están haciendo preparativos para hacer salir a miles de decenas de familias del centro de Londres y arrojarlas a hostales y posadas a media pensión en medio de la nada.

Millones de personas no tendrán más alternativa que presentar batalla. El terreno está abierto para un estallido de lucha de clase a medida que la burguesía intenta cargar el peso de la crisis sobre los hombros de los trabajadores.

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