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sábado, 19 de febrero de 2011

El adiós a Mubarak desde Marruecos



Hasta el 11 de febrero era difícil imaginar que en los cafés de Marruecos se iniciarían sendas tertulias sobre política y economía internacional. O que el televisor iba a poder congregar a multitudes sin ofrecer ningún balón rodando por un pedazo de césped. Pero el 11 de febrero de 2011, los cafés de Tánger hervían de expectación ante la más que evidente posibilidad de que Hosni Mubarak abandonará el poder en Egipto. Si la caída de Ben Ali en Túnez, ya había supuesto un cambio en el imaginario y en la cultura política de los países árabes, la deriva de los acontecimientos en Egipto está escribiendo una nueva página llena de incertidumbres y, a la vez, de esperanzas.

La izquierda militante marroquí lleva muchos años instalada en la desesperación causada por la imposibilidad de construir alternativas políticas realmente democráticas en el interior del país y por la aparente estabilidad de los regímenes dictatoriales vecinos. La supuesta democratización impulsada por Mohamed VI ha abierto la posibilidad de desarrollar sus actividades a algunas organizaciones y movimientos sociales pero siempre bajo un cierto control que garantice que no ponen en peligro los pilares fundamentales de la monarquía alauí. Las concesiones de estas limitadas libertades y la aceptación mayoritaria del discurso oficial que vincula la apertura económica y la integración en los mercados internacionales con el progreso y la democracia rebajan sistemáticamente las tensiones sociales.

Sin duda, las caídas de Ben Ali y, sobretodo, de Mubarak pueden ser un revulsivo a juzgar por la acogida de noticia en Marruecos. Los procesos llevados a cabo en estos países constituyen un gran éxito tanto por el hecho en sí como por la forma en que los pueblos se han organizado para enfrentarse a dictadores que llevaban décadas en el poder. A pesar de que los medios de comunicación occidentales se empeñen en presentar las movilizaciones como revueltas provocadas directamente por el descontento de los trabajadores desocupados, reputadas voces del mundo árabe aseguran que ha sido clave la implicación de movimientos sociales críticos con la globalización neoliberal y con el rol que la distribución internacional del trabajo ha asignado a sus países. En este sentido Egipto constituye un referente en la zona, tanto el número de habitantes como por su poder económico.

Tanto Mubarak como su antecesor, Sadat, dedicaron grandes esfuerzos la deconstrucción del régimen desarrollista de Nasser, acabando con las políticas de refuerzo de la industria orientada al mercado interno y recuperando las prioridades del régimen de dominio colonial francés: establecer un sistema de producción basado en las exportaciones (sobretodo de algodón). Igual que otros muchos dictadores, Mubarak ha sido un ejecutor de políticas económicas neoliberales, generando las condiciones óptimas para el enriquecimiento de las élites locales que ostentan el poder económico e integrando a Egipto en el sistema financiera y comercial internacional. Para las élites del país y para occidente, la caída de Mubarak es un mal menor que debe evitar inconvenientes mayores. De ahí los esfuerzos que se van a realizar en las próximas semanas para convertir al presidente saliente en chivo expiatorio y evitar que los movimientos sociales egipcios cuestionen el neoliberalismo y las estructuras de poder fáctico.

Marruecos, igual que el resto de la región, tiene asignado su rol en los mercados internacionales. Sus principales exportaciones son la ropa, los productos agrícolas y los fosfatos. El textil y la confección constituyen el primer sector industrial del reino alauí y suponen cerca de un tercio de las exportaciones del país. Las fábricas y talleres del sector emplean al 40% de las personas trabajadoras de la industria y generan el 66% de los trabajos femeninos. La estructura de producción agrícola marroquí se gestó durante la administración francesa (1912-1956), período en el que se inició la integración del sector a la economía global a través de la transformación de extensas zonas de secano en zonas irrigadas productoras de verduras de huerta. Junto a este legado francés, en esta época se asentó un sistema de relaciones jerárquicas clientelares que marca todavía ahora la asignación de títulos de propiedad sobre los campos de cultivo y la toma de decisiones en lo que a planificación de la actividad agrícola se refiere. El Plan de Ajuste Estructural impuesto por el Fondo Monetario Internacional en los 80 ha profundizado en el proceso de cierre u privatización de las tierras de pastoreo comunales para convertirlas en zonas de huerta para la exportación. La minería de los fosfatos, por su parte, supone una entrada de divisisas muy cuantiosa que van a parar directamente a las cuentas bancarias de la familia real y de sus allegados, que mantienen un control total sobre el sector.

Las propuestas y la presión para un cambio político están profundamente ligadas a una lucha por la dignidad de las personas trabajadoras que se opone frontalmente a un modelo industrial y agrícola orientado a la exportación y a satisfacer las necesidades de empresas extranjeras. Aunque la caída de regímenes dictatoriales vecinos supone una inyección de ilusión, los movimientos obreros identifican en los mercados internacionales y las relaciones comerciales injustas fuentes de explotación más allá de la acción política de la monarquía y de su gobierno. Los movimientos sociales de los países árabes son mucho más que grupos que se movilizan ante las altas tasas de paro y un futuro sin oportunidades. En las recientes movilizaciones y las que están por llegar se ha dado cita una izquierda plural que lucha por mucho más que una democracia liberal sujeta a los dictados de los mercados internacionales y las élites económicas.

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