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domingo, 23 de enero de 2011

La Tierra en una "botella"


Mucho se escribió en su día sobre el fiasco de Biosfera 2, el ecosistema artificial creado en el desierto de Arizona para reproducir la Tierra. Dos misiones de “terrícolas” se encerraron en los gigantescos invernaderos de las montañas de Santa Catalina y descubrieron que la vida en el planeta es mucho más compleja de lo que nunca imaginamos.

Al cabo de 20 años desde su construcción, una de las mayores estructura cubierta jamás creada por el hombre (equivalente a dos campos y medio de fútbol) sigue milagrosamente abierta como testimonio de aquel experimento fallido, en manos ahora de la Universidad de Arizona y volcada en experimentos sobre el clima, el agua y la energía.

Un temblor telúrico acompaña a los visitantes que se adentran en el desierto cercano a Tucson, donde los amaneceres y las puestas de sol parecen de otro planeta. Entre colinas áridas, chaparrales y cactus surgen de pronto las superficies acristaladas del legendario “habitat” terrestre: los invernaderos que contienen una selva amazónica, una sabana tropical, una laberinto de manglares y hasta un pequeño océano con playa y barreras coralinas.

Cualquiera diría que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina y que una mano lunática ha querido preservar lo mejor de la Tierra en una “botella”.


“De buenas a primeras, todo esto puede parecer absurdo, pero les aseguro que no existe un laboratorio donde poder estudiar mejor el presente y el futuro del planeta”, asegura George, nuestro guía en este auténtico viaje a las tripas de Gaia (incluida una visita huracanada a las dos cúpulas que hacen las veces de “pulmones” de aire y una inmersión submarina al sótano de hormigón y surcado de tuberías que hace posible el “milagro”).

En Biosfera 2, los científicos de la Univerisad de Arizona estudian ahora mismo la respuesta de los bosques tropicales al cambio climático, y los efectos de la temperatura y de la variación del agua en ciclo de nutrientes del ecosistema. Aunque el laboratorio “vivo” funciona con gas natural, las investigaciones en energía solar, eficiencia y tejados verdes han alumbrado el proyecto de la “ciudad modelo”.

A estas alturas de siglo, y pese a todas la vicisitudes del pasado, existe un “revisionismo” científico sobre lo conseguido por Biosfera 2. “El proyecto sirvió para crear una mayor conciencia sobre lo facilidad con la que los humanos podemos perturbar la vida en el planeta”, asegura Abigail Alling, autora de “La vida bajo el cristal. “Hasta que construimos este espacio, la única “biosfera” conocida era la Tierra”.

Alling participó en la primera misión de ocho “biosferanos” que se encerraron entre septiembre del 91 y del 93 en el hábitat artificial (impulsado por el inventor John P. Allen y con un presupuesto de 200 millones de dólares). Los problemas no se hicieron esperar: los niveles de oxígeno cayeron alarmantemente en los primeros meses y pusieron en peligro la vida de los científicos, que también pasaron hambre por el escaso rendimiento de la huerta donde se producían los alimentos.

Con el tiempo se descubrió que el auténtico problema era el dióxido de carbono: los suelos del bosque tropical eran tan ricos en materia orgánica que acabaron “chupando” grandes cantidades de oxígeno y produciendo un exceso de dióxido de carbono. En vez de ser absorbido por las plantas, el CO2 reaccionó químicamente con el hidróxido de calcio usado en los cimientos de la estructura.

De las 25 especies de vertebrados introducidas en Biosfera 2, tan sólo seis sobrevivieron. Casi todos los insectos murieron, incluidos aquellos cuya “misión” era polinizar las plantas. Otras especies, como las cucarachas y las hormigas, se fueron apoderando del “habitat” artificial, que llegó a la conclusión de experimento con un desequilibrio insostenible.

Pese a los cambios en el diseño, la segunda misión de diez meses discurrió aún peor, con disputas entre los responsables del experimento, deserciones, sabotajes desde fuera y problemas económicos que pusieron en grave peligro la supervivencia de Biosfera 2.

La Universida de Columbia se hizo con el proyecto, pero la marabunta inmobiliaria amenazó con acabar de una vez por todas con el sueño de la “burbuja” terrestre. Fue entonces cuando entró en órbita la Universidad de Arizona, que lo ha convertido en el mayor reclamo científico de estos parajes absolutamente fascinantes, donde cualquiera puede alzar la mano y tocar literalmente las estrellas.

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