De las dos reuniones entre el presidente francés, el primer ministro François Fillon y los consejeros diplomáticos del Ejecutivo, la primera, el viernes, sirvió para señalar a Ben Alí que no le dejarían aterrizar en París. La reunión de ayer fue aún más cruda: el Elíseo aseguró que va a vigilar los "haberes financieros" tunecinos en Francia para que no pueda haber fuga de capitales.
El portavoz del Gobierno, François Baroin, anunció que los familiares y amigos del presidente huido que se encuentren en Francia "no tienen vocación de quedarse" y "van a irse". Varios miembros de la familia de Ben Alí, entre ellos una de sus hijas, y sus allegados se encontraban, desde el jueves y hasta ayer tarde alojados en uno de los hoteles de Eurodisney, cerca de París. Inicialmente se pensó que, si bien Francia no quería alojar al dictador, sí iba a hacerlo con miembros de su familia que no revistieran carácter políticamente sensible.
El giro por sorpresa de Sarkozy constituye una prueba más de su cintura política. Hasta hace una semana, Francia destacaba por la prudencia de sus declaraciones, que podían ser interpretadas como un intento tácito de apuntalar a Ben Alí. La ministra de Asuntos Exteriores, Michèle Alliot-Marie, llegó a decir en público que la contribución de Francia a mejorar la situación podía ser enviar a Túnez a instructores de la Gendarmería francesa expertos en operaciones antidisturbios.
Casi 600.000 tunecinos viven de forma permanente en Francia, y si se añade a ellos las segundas generaciones, que viven lazos intensos con su país de origen aunque tengan sólo pasaporte francés, la cifra se acerca al millón. La mayoría de ellos eran partidarios de la oposición. Tras la caída de Ben Alí, fueron numerosas las explosiones de alegría en barrios como Barbès, en París, o La Canebière, en Marsella. Sin olvidar las manifestaciones ante la embajada y los consulados del país árabe.
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