En uno de los comentarios que ha recibido el artículo Cuba 2011: la eliminación de los subsidios y la asistencia social , un lector que se firma como Eliseo Álvarez del Toro expresa su preocupación por el alza de precios que pueden decidir los trabajadores por cuenta propia en sus producciones y servicios, motivados por la eliminación de subsidios a determinados artículos, con la cual se gravaría aún más a la población, pero de forma indirecta.
Álvarez del Toro afirma que el día 3 de enero los espirituanos amanecieron con un aumento del 300 % en el pasaje de los coches tirados por caballos.
En opinión del lector, en la ciudad de Sancti Spíritus existe una dependencia muy alta de los coches para el movimiento de la población, inclusive de los trabajadores.
“Si a este aumento de los precios en los coches usted le suma los artículos de aseo personal y el alza de la tarifa eléctrica para los que convivimos en un núcleo numeroso (+ de 160 Kw), es para preocuparse.”
Me parece que las ideas que ha planteado el lector en su comentario son interesantes, capaces de inspirar el debate y el razonamiento económico, aun cuando no podamos saber hasta qué punto la información que ofrece sobre el precio de los coches se ajusta a la realidad.
Son planteamientos interesantes porque Cuba se adentra como nunca antes después de medio siglo, en las complejidades del mercado para que rija un universo significativamente grande y creciente de actividades económicas y lo hará enfrentando un sinnúmero de debilidades y no pocas barreras mentales aunque, sin dudas, con un capital humano privilegiado por una cultura superior a la media de cualquier país con un desarrollo económico similar.
Se trata, junto con buscar el beneficio de incrementar la oferta de productos y servicios, de propiciar una vía de empleo que contribuya a la ubicación de decenas de miles de trabajadores y de liberar al Estado de la responsabilidad y el patrocinio de actividades de la microeconomía en las cuales está prácticamente condenado a la ineficiencia.
Es previsible que en el camino que comienza se trate de proteger en lo posible el desarrollo natural de la ley de la oferta y la demanda en la pequeña economía privada que no tiene significaciones estratégicas, puesto que la experiencia general de las economías centralizadas y la de Cuba en particular, ha demostrado que en esas áreas el intento sistemático de regular los precios suele con frecuencia desalentar la oferta de productos y servicios, contraer la eficiencia y alimentar las acciones ilegales.
Sin embargo ni en las economías capitalistas más rancias y más neoliberales del planeta han dejado de utilizar la regulación estatal (directa o indirecta) para manejar la oferta, la demanda y los precios.
El gobierno cubano no cometería pecado alguno si ejerciera su facultad de regular en algunos casos determinados precios, sobre todo en aquellos nichos del mercado donde más difícil resulte la acción competitiva, un elemento capaz de actuar en beneficio de los precios.
Sabemos que en la Cuba actual no se encuentran todos los elementos que hacen funcionar armónicamente un sistema monetario-mercantil, pero desde ahora sería bueno tener presente que es ley del mercado, en su forma más pura e ideal, que así como el comprador busca siempre la más alta calidad al menor precio, los que ofertan necesitan, en la competencia con sus pares por prevalecer en el mercado, satisfacer la demanda en calidad y precio, sin dejar de maximizar sus ganancias por la vía de la eficiencia en la producción o el servicio.
Si los cocheros de una ciudad cubana decidieran de un día para otro triplicar los precios de los servicios que prestan a la población, no estaríamos presenciando un caso de competencia entre transportistas, sino más bien el resultado de una práctica bien ajena al comportamiento de la oferta y la demanda, algo así como que se pusieran de acuerdo para dictar un superprecio para una superganancia, aunque sacaran del mercado a montones de usuarios que no podrían afrontar semejante costo para ir al trabajo o para ir a un hospital a ver un enfermo. De esa forma, contrayendo la demanda, los cocheros trabajarían menos ganando más, pero la eficiencia de otros sectores económicos y de la vida social se lastimaría.
Yo no veo que la subida de los precios de los artículos de aseo, de las tarifas de electricidad o del combustible, incluso el aumento de los impuestos, pueda ser causa real de una supuesta y loca subida de precios en los servicios que prestan los cocheros. Esa es una actividad que no consume energía eléctrica ni combustible y no hay caballo que se bañe con jabón o se lave la boca con pasta dental.
Tampoco los impuestos, que evidentemente disminuyen el margen de ingresos netos, ni de lejos han sido elevados al nivel que según el lector habrían alcanzado en Sancti Spíritus los precios del transporte en coche.
De todas formas, si en algún territorio del país se diera un caso similar al que aquí se ha descrito, es decir, que de pronto se lleve a cabo una descomunal subida de precios sin causa económicamente fundamentada dentro de una actividad socialmente importante, siempre habrá que pensar muy detenidamente lo que se debe hacer para resolver el entuerto.
Lo primero es dialogar con los que subieron concertadamente el precio de sus producciones y servicios.
Luego quizás vendría a la mente la posibilidad de establecer un precio máximo que fuera suficientemente ganancioso y estimulante para los que ofrecen un producto o un servicio, sin que llegue a ser demasiado abusivo para los usuarios.
En definitiva situaciones como esas se resolverán del mejor modo solo cuando haya un mayor equilibrio entre la oferta y la demanda, es decir, cuando aumente la producción y/o lo servicios a un nivel significativo.
Pero eso lleva tiempo. Ya se sabe que en los primeros momentos no contará el país con los suficientes insumos que necesitan los cuentapropistas para, por ejemplo, fabricar más bicitaxis, los que puestos en servicio reforzarían una opción válida de transporte local en competencia con los coches.
Con estas notas quizás se haya visto, al menos un poquito, cómo el comentario del lector Eliseo Álvarez del Toro podía sugerir algún razonamiento, aun sin poseer todos los matices y verificaciones de la información que nos brindara.
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