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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Los 4 uruguayos recién llegarían mañana por cierre de aeropuertos en Europa

"Somos una familia aguerrida", asegura a LA REPUBLICA la señora Laura Gutiérrez desde la ciudad de Rocha. Se trata de la madre de Juan Pablo Acosta, uno de los cuatro uruguayos que naufragaron en el Mediterráneo.

Aunque las comparaciones "son odiosas", Laura no pudo evitar el paralelismo del hundimiento del "Danny FII", a 22 kilómetros de la ciudad libanesa de Trípoli, con la tragedia de los Andes de 1972.

"Por momentos me sentía Carlos Páez Vilaró. Siempre supe que mi hijo estaba vivo; no soy creyente, soy recontra creyente. La fe mueve montañas", comentó la funcionaria del Ministerio de Salud Pública (MSP) de 61 años de edad.

Frontal, sincera, espiritual y alegre resultó ser la madre de Acosta, el veterinario rochense de 34 años que realizaba su octavo viaje por esas latitudes para el traslado de más de 25 mil cabezas de ovinos y vacunos. No trasmitía angustia, a pesar de la dura prueba que tuvo que atravesar su hijo, quien permaneció durante siete horas en el Mediterráneo agarrado solamente a un remo y castigado por el granizo y la intensa lluvia.

"Cuando me enteré no podía creerlo, nunca soñé que podría llegar a suceder algo así. Me quedé bloqueada, en blanco. ¿Cómo pudo hundirse esa 'mole'?", dijo Laura, quien recordó que se trataba del séptimo viaje de esas características que realizaba su hijo.

Recordó que el día del siniestro viajaba a Montevideo a llevar un informe a la sede central del MSP. Del incidente se enteró a través de su esposo (Omar Acosta, ganadero de 62 años), quien fue informado por un conocido que escuchó Radio Sarandí.

De inmediato su esposo viajó a Montevideo para instalar "la base de rescate" en el departamento de su hija Carolina (38), ubicado en la calle Canelones. Allí se comunicaron con los rochenses José Carlos Cardoso (diputado nacionalista) y Pedro Vaz (canciller) para conocer de primera mano lo que estaba ocurriendo en el lugar del accidente.

Más grave y duro se planteó el panorama cuando se enteraron por los informativos que los tres compañeros de Juan Pablo habían sido rescatados con vida, y que de su hijo no había noticias. "Aunque fue duro de asimilar nunca dudé de que estaba vivo. Los Acosta-Gutiérrez somos una familia aguerrida: mi abuelo peleó en la guerra de 1904. Nunca perdí la calma, fueron 12 horas de desgarro interior. Para alguien ajeno ese tiempo no es nada, pero para nosotros fue como más de un siglo", relató.

Pero a las 5.45 horas del viernes se disiparon todas las preocupaciones: sonó el teléfono y Laura corrió desesperada. "Su hijo está con vida, lo tengo al lado mío. No puede hablar ahora, pero está bien, quédese tranquila", dijo el embajador de Uruguay en el Líbano, Jorge Luis Jure.

"No pude decir nada, no me desmayé, pero se me hizo un nudo en la garganta y abracé a mi marido y a mi hija y rompimos todos en llanto. Fue lo más lindo que me dijeron en años, me alegró la vida", relató Laura, manteniendo una calma que pareció a punto de quebrarse.

Antes de ello, no paraba de rezar pidiendo por su hijo. Esa misma noche del viernes madre e hijo hablaron, pero la charla fue interrumpida por la emoción de Laura. "Mamá, quedáte tranquila, ni un rasguño tengo", señaló el joven veterinario, desde el Líbano. "Me dijo que lo que le dolió más fue ver como se hundían sus animalitos. El ama a los animales, le importaba más eso que su propia vida", relató sorprendida.

Debido al intenso oleaje Juan Pablo se perdió del resto y para colmo la luz de su salvavidas no se accionó y nadie lo podía divisar. "Estuvo siete horas agarrado de un remo y sin sus lentes. ¡No veía nada! Pero fue inteligente, prefirió flotar que desesperarse por nadar".

Aunque aún no saben cuándo retorna, al aeropuerto irá toda la familia junto a decenas de amigos y allegados de Rocha. "Vamos a pasar las fiestas a lo grande", agregó con alegría la vital madre, quien agregó que el domingo, cuando por primera vez pudo conciliar el sueño, tuvo pesadillas con un barco que se le venía encima.

LOS DE FLORIDA

Ruben Darío Perdomo y Guillermo Ríos nacieron a fines de agosto. "Rubito", como le dicen en su familia, el 28 de agosto de 1978; Guillermo en 1990, el 23 de agosto. Sin embargo, pueden decir que ambos volvieron a nacer el mismo día, o entre los mismos días, cuando el 17 de diciembre de este año se hundió el barco en el que viajaban, y el 18, cuando sintieron por fin que estaban a salvo.

Guillermo ya había sufrido una mala experiencia con el agua. Tenía doce años cuando el salvavidas Carlos Oliva lo rescató de las aguas de "la laguna del medio", como se conoce a la laguna del parque Robaina de Florida, en la ribera del Santa Lucía Chico.

Nunca fue buen nadador, reconoce su madre, Paola Ríos, pese a que siempre le gustó hacer deportes. Jugó incluso al fútbol en Barrio Viña, un club de Sarandí con la camiseta blanca y negra franjeada como la de Danubio.

Guillermo es de Sarandí Grande, donde vivió sus primeros años junto a su madre, con quien años más tarde se iría a Montevideo. Volvió a Florida cuando cursaba segundo año escolar, ingresando a la Escuela Rural Nº 16, hacia la cual, siendo un niño, recorría diariamente diez kilómetros a caballo. En la estancia del marido de su madre aprendió las tareas rurales, gracias a las cuales más tarde tendría la posibilidad de trabajar en establecimientos y de viajar en los embarques de ganado a otro continente. Compartió su niñez y adolescencia junto a sus dos hermanos: Gastón, hoy a punto de alcanzar la mayoría de edad, y Rocío, de 10.

Hizo el liceo en Sarandí, viviendo primero en una pensión de estudiantes, luego en la casa de un tío y el último año solo, e ingresó a trabajar luego al mismo establecimiento donde vivió varios años, en Polanco del Yi. Fue en junio que comenzó a trabajar con Alvaro Torres Negreira, a través de quien se conectó para acompañar el embarque de ganado.

Antes del viaje Guillermo tenía algunas preocupaciones de las cuales hoy se ríe, según admitió en una charla con LA REPUBLICA: no vería el clásico entre Nacional y Peñarol, y se perdería un recital de La Vela Puerca, banda de la que es fanático. Los riesgos del viaje no pesaban en su cabeza, tanto que le comentó en algún momento a su madre: "No te preocupes, que hay más accidentes de autos que de barcos". "Alegre", "trabajador" y "muy responsable" son definiciones en las que coinciden sus amigos y su madre. "Es un rockero al que le gusta el campo", apuntó Paola, añadiendo la pasión de su hijo por raids, domas y las actividades ecuestres en general. Rubito fue durante seis años el menor de los hermanos, hasta que llegó Fabián, el séptimo y último de los Perdomo. Se crió en la zona de La Cruz de los Caminos, a mitad de trayecto entre 25 de Mayo y Cardal, cerca de Paso de Vela, donde su padre era encargado de un establecimiento lechero. Por eso los primeros años de escuela fueron en la rural 42 Paso de los Novillos, y más tarde, cuando la familia se afincó en 25 de Mayo, pasó a la Escuela Nº 5. "Fuimos todos criados en el campo", contó a LA REPUBLICA Héctor, el mayor de los hermanos.

Los Perdomo sufrieron a mediados de este año la pérdida de su madre, por lo cual la noticia del naufragio del barco, sin más datos, fue muy difícil de procesar, especialmente para Armando, el padre de Ruben. Armando inició a Ruben en las tareas rurales, pero también en el cuidado de animales, especialmente de caballos. Es un apasionado por los raids que tiene para contar con orgullo que, cuando su hijo aún era un niño, fue quien descubrió a Gato Negro, el más galardonado de los caballos de raid que ha dado el suelo floridense. Incluso Ruben llegó a correr raids, como lo hizo hace sólo dos años montando a "Indio Viejo". El joven es soltero, tiene una hija de 6 años de edad, Federica, y trabaja como ayudante de veterinario. Se conectó con las empresas que trabajaban en la selección de ganado para los embarques al exterior y éste era su quinto viaje, además de haber ido a Brasil anteriormente para vigilar las cuarentenas previas a los embarques. Ya había vivido la experiencia de hacer frente a una tormenta en alta mar, al tiempo que también había observado en otra oportunidad que la condición de los barcos no siempre era la adecuada, tal como le llegó a comentar a su hermano Héctor.

CASI COMO RENACER

Casualmente, Nicolás Achard Muñoz nació un 25 de diciembre, hace 35 años. El embajador de Uruguay en el Líbano le dijo que festeje el año próximo, también el 17 de diciembre, como "su segundo nacimiento".

Es médico veterinario de profesión, que vive en Cardona, y su novia Silvana de Montevideo fue quien explicó a LA REPUBLICA que su novio "está bien". Toda la familia espera a uno de los cuatro uruguayos que se salvaron de la tragedia en el Líbano.

Paysandú, Cardona (Soriano) y Fray Bentos (Río Negro) son tres puntos diferentes de nuestro país, que tal como reza el dicho de "que acá nos conocemos todos", de inmediato se movilizaron para saber qué había pasado aquel jueves con un veterinario de apellido Achard.

"Somos de Montevideo, me casé y luego fuimos al campo a vivir. Posteriormente nos mudamos a Paysandú", cuenta Inés Muñoz.

Actualmente Achard vive en Cardona y allí trabaja como veterinario. Cardona es una pequeña ciudad del departamento de Soriano, limítrofe con Florencio Sánchez (Colonia) donde el profesional trabaja. Cursó la educación primaria en Paysandú y el preparatorio en Montevideo y es destacado por sus amigos como una persona "estudiosa, trabajadora y gustosa del deporte".

Según cuenta su madre "es una persona muy tranquila y trabajadora" y no le sorprende la tranquilidad que actualmente, pese a la distancia y la situación, trasmite desde Beirut.

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