Duermen donde pueden: en los bancos de piedra de las plazas, en campamentos de chabolas cerca de un río o en obras abandonadas. Y comen lo que pueden: los alimentos que les dan las ONG o que les acercan los vecinos de la población, o lo poco que pueden comprar juntando unos céntimos. Cientos de temporeros malviven estos días en los pueblos agrícolas de Lleida con la esperanza de trabajar en la campaña de la fruta, una posibilidad que desde hace una semana ha quedado reducida a cero después de una violenta tormenta de granizo y viento dañara la cosecha en una veintena de municipios y pusiera fin a la temporada.
Los inmigrantes han improvisado un campamento a las afueras de Alcarràs
"Mi padre se gastó 6.000 euros para enviarme a Europa", explica Mamadou
Se hallan en situación de extrema necesidad, pero no por ello pierden la amabilidad e incluso comparten la comida. "Solo tenemos huesos de pollo. Lo más barato", explica Mamadou, de 25 años, nacido en Malí, que lleva un mes vagando por Lleida en busca de trabajo. Está en Alcarràs, una zona muy afectada por la tormenta, un municipio grande, agrícola, en el que cada verano se concentran gran parte de los temporeros.
En un improvisado campamento, junto a las fincas de frutales a las afueras del pueblo, malviven una veintena de inmigrantes. Unas vigas de cemento proporcionan un duro descanso por la noche a modo de colchón. Durante el día sirven de asiento y de trinchera para las fogatas donde cocinar unas cuantas sobras. El agua para beber, lavarse y cocinar la recogen de las acequias de riego.
Algunos de ellos poseen permiso de residencia y de trabajo, otros no, pero todos confían en que algún payés les contrate para recoger la fruta dañada antes de que se pudra. Los emigrantes legales lo tienen muy difícil, porque este año han aumentado las contrataciones en origen y porque parados, que en épocas anteriores se negaban, ahora se han apuntado a recoger fruta. Y ante este panorama, los sin papeles ya padecen una situación extrema. A pesar de que el agricultor se arriesga a pagar una multa de hasta 18.000 euros por emplearles, algunos prefieren asumir ese riesgo y ahorrase papeleos y dinero.
Las historias que explican tienen varios denominadores comunes: su desesperación por vivir en la calle y su negativa a regresar al país que les vio nacer a pesar del billete gratis que les proporciona el Gobierno español. "Mi padre se gastó el equivalente a 6.000 euros para enviarme a Europa. No puedo volver sin nada, me mataría", explica resignado Mamadou. Es soltero, pero los que son padres de familia se expresan igual. Ibrahim, llegado en patera a España tres años atrás, tiene dos hijos en Guinea, pero no se plantea volver: significaría haber fracasado. "Nos pagan el viaje de vuelta, pero no nos dan dinero. ¿Y cómo vuelvo a mi casa sin dinero? ¿de qué vivo? Que me den 5.000 o 6.000 euros y me iré. Si no, me quedaré aquí, a ver si encuentro algo", dice Moussa, también de Malí, con seis hijos y dos mujeres. No ha trabajado desde que aterrizó en España, hace año y medio. "Mi familia no sabe que estoy viviendo en la calle. Si lo llego a saber, no vengo. Pero ahora no puedo volver sin nada", señala. E Ibrahim añade: "Trabajé un año en la construcción en Tarragona y podía enviar algo de dinero, 100, 80 o 50 euros al mes, dependiendo de lo que me sobraba, pero ahora no puedo".
Ibrahim, Moussa y Mamadou deambulan por el campamento. Otros han tenido mejor suerte, como Imarz, a punto de abandonar Alcarràs para irse a Zaragoza, donde comparte casa con otros inmigrantes. Él es de los afortunados que han estado trabajando hasta ahora, por lo que no dormía en la calle, sino en el albergue, al que sólo se puede acceder con contrato.
Imarz, que llegó de Gambia hace tres años en patera, ha estado en Lleida recogiendo fruta durante tres meses: a cinco euros por hora, nueve horas al día. Vivía con otras siete personas en un módulo prefabricado del albergue. Dormía en una litera y disfrutaba de lavabo, cocina, lavadora y nevera a un precio de cinco euros diarios. Ahora su suerte se ha acabado. "El lunes, después de la tormenta, el jefe nos dijo que ya no había más trabajo. Vuelvo a Zaragoza. No pienso volver a Gambia, allí se vive peor".
En la plaza central de Corbins también viven una treintena de personas. Como sus compañeros de Alcarràs, llevan varios años en España; algunos tienen papeles, pero se ven abocados al campamento porque la tormenta ha frustrado la temporada de fruta y muchos sueños. Padecen hambre, pues sólo comen de la beneficencia de los vecinos y fruta.
Las asociaciones humanitarias como Cáritas o Cruz Roja son las únicas que les ayudan, explican. Sin embargo, su ayuda es muy limitada, pues sólo pueden realizar actuaciones de choque. Es el caso de Cáritas, que en Aitona, Alcarràs y Alfarràs, gracias a la labor de los voluntarios, cada verano pone en marcha programas de desayunos y de entrega de bolsas de comida para temporeros sin trabajo.Se calcula que unos 1.200 se quedarán sin trabajo de forma inmediata, de los cuales sólo podrán ser recolocados unos 800. La Generalitat ha prometido a los ayuntamientos encargarse de su manutención y alojamiento.
Los inmigrantes han improvisado un campamento a las afueras de Alcarràs
"Mi padre se gastó 6.000 euros para enviarme a Europa", explica Mamadou
Se hallan en situación de extrema necesidad, pero no por ello pierden la amabilidad e incluso comparten la comida. "Solo tenemos huesos de pollo. Lo más barato", explica Mamadou, de 25 años, nacido en Malí, que lleva un mes vagando por Lleida en busca de trabajo. Está en Alcarràs, una zona muy afectada por la tormenta, un municipio grande, agrícola, en el que cada verano se concentran gran parte de los temporeros.
En un improvisado campamento, junto a las fincas de frutales a las afueras del pueblo, malviven una veintena de inmigrantes. Unas vigas de cemento proporcionan un duro descanso por la noche a modo de colchón. Durante el día sirven de asiento y de trinchera para las fogatas donde cocinar unas cuantas sobras. El agua para beber, lavarse y cocinar la recogen de las acequias de riego.
Algunos de ellos poseen permiso de residencia y de trabajo, otros no, pero todos confían en que algún payés les contrate para recoger la fruta dañada antes de que se pudra. Los emigrantes legales lo tienen muy difícil, porque este año han aumentado las contrataciones en origen y porque parados, que en épocas anteriores se negaban, ahora se han apuntado a recoger fruta. Y ante este panorama, los sin papeles ya padecen una situación extrema. A pesar de que el agricultor se arriesga a pagar una multa de hasta 18.000 euros por emplearles, algunos prefieren asumir ese riesgo y ahorrase papeleos y dinero.
Las historias que explican tienen varios denominadores comunes: su desesperación por vivir en la calle y su negativa a regresar al país que les vio nacer a pesar del billete gratis que les proporciona el Gobierno español. "Mi padre se gastó el equivalente a 6.000 euros para enviarme a Europa. No puedo volver sin nada, me mataría", explica resignado Mamadou. Es soltero, pero los que son padres de familia se expresan igual. Ibrahim, llegado en patera a España tres años atrás, tiene dos hijos en Guinea, pero no se plantea volver: significaría haber fracasado. "Nos pagan el viaje de vuelta, pero no nos dan dinero. ¿Y cómo vuelvo a mi casa sin dinero? ¿de qué vivo? Que me den 5.000 o 6.000 euros y me iré. Si no, me quedaré aquí, a ver si encuentro algo", dice Moussa, también de Malí, con seis hijos y dos mujeres. No ha trabajado desde que aterrizó en España, hace año y medio. "Mi familia no sabe que estoy viviendo en la calle. Si lo llego a saber, no vengo. Pero ahora no puedo volver sin nada", señala. E Ibrahim añade: "Trabajé un año en la construcción en Tarragona y podía enviar algo de dinero, 100, 80 o 50 euros al mes, dependiendo de lo que me sobraba, pero ahora no puedo".
Ibrahim, Moussa y Mamadou deambulan por el campamento. Otros han tenido mejor suerte, como Imarz, a punto de abandonar Alcarràs para irse a Zaragoza, donde comparte casa con otros inmigrantes. Él es de los afortunados que han estado trabajando hasta ahora, por lo que no dormía en la calle, sino en el albergue, al que sólo se puede acceder con contrato.
Imarz, que llegó de Gambia hace tres años en patera, ha estado en Lleida recogiendo fruta durante tres meses: a cinco euros por hora, nueve horas al día. Vivía con otras siete personas en un módulo prefabricado del albergue. Dormía en una litera y disfrutaba de lavabo, cocina, lavadora y nevera a un precio de cinco euros diarios. Ahora su suerte se ha acabado. "El lunes, después de la tormenta, el jefe nos dijo que ya no había más trabajo. Vuelvo a Zaragoza. No pienso volver a Gambia, allí se vive peor".
En la plaza central de Corbins también viven una treintena de personas. Como sus compañeros de Alcarràs, llevan varios años en España; algunos tienen papeles, pero se ven abocados al campamento porque la tormenta ha frustrado la temporada de fruta y muchos sueños. Padecen hambre, pues sólo comen de la beneficencia de los vecinos y fruta.
Las asociaciones humanitarias como Cáritas o Cruz Roja son las únicas que les ayudan, explican. Sin embargo, su ayuda es muy limitada, pues sólo pueden realizar actuaciones de choque. Es el caso de Cáritas, que en Aitona, Alcarràs y Alfarràs, gracias a la labor de los voluntarios, cada verano pone en marcha programas de desayunos y de entrega de bolsas de comida para temporeros sin trabajo.Se calcula que unos 1.200 se quedarán sin trabajo de forma inmediata, de los cuales sólo podrán ser recolocados unos 800. La Generalitat ha prometido a los ayuntamientos encargarse de su manutención y alojamiento.
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