Por Rafael Michelini *
Debemos reconocer que el candidato presidencial del Partido Nacional ha sido muy franco y claro. Luis Alberto Lacalle declaró hace unos días que si resulta elegido Presidente de la República, le gustaría entrar al gobierno con una motosierra para cortar el gasto público.
La declaración, quizás un tanto inusual en nuestro debate político, marcó un grado de contundencia, como para que ni el más desprevenido pudiera albergar la más mínima duda acerca de su voluntad. Lacalle, en caso de asumir, piensa entrar al gobierno pisando fuerte, con una motosierra en sus manos, para atacar el gasto del Estado.
Lacalle no está pensando en corregir selectivamente algunos aspectos del gasto, establecer recortes puntuales o aplicar soluciones graduales. Nos queda claro que no. No es esa la intención. Nada de pequeñeces ni tibiezas. Él quiere entrar a Casa de Gobierno con una motosierra, una herramienta poderosa para cortar y derribar, de una y al bulto, para que en muy poco tiempo no quede nada en pie.
Lacalle es un hombre inteligente y meditado, que comúnmente mide la proporción de las palabras que utiliza. Es cierto que en su etapa más juvenil, con un carácter más fogoso, el ímpetu y la pasión le empujaron ocasionalmente hacia afirmaciones un tanto desafortunadas. Pero hoy, definitivamente, ya no es lo mismo. El paso de los años, la experiencia, el recorrido, como él mismo lo ha confesado, le han inyectado un alto grado de mesura y ponderación a su accionar político.
Cuando el candidato nacionalista eligió una herramienta tan fuerte para simbolizar el temperamento de su futura acción de gobierno, no fue fruto de una distracción o de una opción apresurada. Lacalle quiso comunicarnos con claridad el tipo de corte del gasto que le gustaría hacer, a través de una herramienta brutal, que describiera de forma inequívoca una acción drástica, terminante. Entonces, eligió la motosierra.
A partir de esa postal, es difícil imaginar mucha ductilidad para el recorte. No puede esperarse minuciosidad o detalle, todo lo contrario. Es legítimo pensar que el gasto social del Estado, elevado por este gobierno a su máximo histórico, será la principal víctima del desembarco del candidato y su motosierra.
¿Y cuáles serán los gastos que caerán bajo la acción de la motosierra? ¿Serán acaso los ajustes diferenciales para jubilados y pasivos de bajos ingresos? ¿Será la supresión de los consejos de salarios para los empleados públicos, para que vuelvan a perder salario real? ¿Y las promesas de aumento salarial para los policías y maestros? ¿Qué va a pasar con el Plan Ceibal para los escolares que ingresan el año que viene? ¿Se van a quedar sin computadora? ¿Qué va a pasar con el programa de salud bucal, para niños y niñas en edad escolar? ¿Y con el Hospital de Ojos y su programa de operaciones gratuitas? ¿Continuará el Ministerio de Desarrollo Social con sus distintos programas de políticas dirigidas a los uruguayos más pobres? La supresión del Mides puede ser una buena alternativa, para terminar con las políticas sociales y volver al reparto clientelista de canastas y beneficios como se hacía algún tiempo atrás. ¿Qué va a pasar con el presupuesto para la educación? ¿Y con las asignaciones familiares? Son los recursos directamente dirigidos a los niños, sustancialmente aumentados por el gobierno del Frente Amplio, que tienen como contrapartida la condición de concurrir a la escuela.
¿Habrá recortes que afecten al Sistema Nacional Integrado de Salud, donde el estado contribuye con unos cien millones de dólares para que junto a los aportes de los trabajadores se atienda a más de quinientos mil niños y adolescentes que antes no tenían cobertura mutual? ¿Volveremos a las rendiciones de cuentas con gasto cero? Seguramente habrá una excepción con el gasto de combustible ya que el permanente uso de la motosierra provocará un elevado consumo.
La política de echarle toda la culpa al Estado y al gasto público no es nueva, la hemos escuchado durante muchos años. Es una postura ideológica propia del conservadurismo y de la visión económica de la derecha, que se enfrenta no sólo con el proyecto de cambio desarrollado por Frente Amplio, se encuentra en contradicción con cualquier modelo de desarrollo que tenga como objetivo central la generación de equidad y la integración social.
Pero políticamente, además, se trata de un argumento inconsistente. En la actualidad, el Estado, en relación al Producto Bruto Interno, tiene un porcentaje de gasto igual o menor que el registrado por cualquiera de los últimos gobiernos blancos y colorados. Pretender que hoy tengamos, en términos absolutos, un gasto público menor al de los anteriores gobiernos, cuando el producto bruto actual es el doble del que teníamos antes de que asumiera el Frente Amplio, constituye un razonamiento incoherente, un absurdo impropio de un ex gobernante bien asesorado en esta materia.
Es algo así como exigir que se gaste hoy en caminería lo mismo que se gastaba quince años atrás, cuando toda nuestra industria forestal no existía. Hoy se gasta mucho más en rutas, porque la actividad del país es muy superior y, por tanto, también lo son las necesidades de transporte y la circulación vehicular, con respecto a lo que sucedía en los pasados gobiernos. Al final, no terminamos de entender qué es lo que la derecha, Lacalle y la motosierra quieren provocar. ¿Se quiere un país sin gasto público y que por tanto, no crezca, no se desarrolle? Por el contrario, nosotros queremos una economía para el país, que cuente con un gasto público ajustado en relación al tamaño del producto, que acompañe y estimule el desarrollo y el crecimiento de la actividad.
En un discurso que pronuncié en ocasión del acto del 26 de marzo de 2008, que realizamos en conmemoración de aquel acto fundacional del Frente Amplio de 1971, expresé, palabra más, palabra menos, que si ganaban los partidos tradicionales iban a intentar desarticular todas las conquistas sociales llevadas adelante por el gobierno de Tabaré Vázquez. Algunos compañeros allí presentes, sutilmente, me comentaron que les parecía muy difícil que eso ocurriera, que no creían que la derecha se animara a tanto.
Mi intención era poner sobre la mesa el riesgo que suponía para todos los uruguayos la vuelta al gobierno de los partidos tradicionales. Que nos imagináramos por un instante todo lo que podíamos llegar a perder, todos los avances en materia de recursos invertidos en el desarrollo social y en los sectores menos favorecidos, toda la legislación social aprobada en este período, leyes que representan conquistas largamente anheladas.
Quedan pocos meses para la elección nacional, depende de cada uno de nosotros y de nuestro esfuerzo, el poder forjar una nueva victoria. Siempre he pensado que la peor pesadilla para la izquierda sería tener que ver a Tabaré Vázquez entregándole la banda presidencial a un representante de la derecha. Nunca pensé que incluso podría ser peor. ¿Se imaginan si encima tuviéramos que entregarle la banda presidencial a Lacalle sosteniendo su motosierra? Sería una escena propia de esas películas de terror que uno nunca quisiera ver. Por eso, lo digo una vez más, no nos dejemos arrebatar el futuro. Construyamos nuestra victoria, la del Frente Amplio, la de nuestro gobierno, que es la victoria del futuro, el triunfo del Uruguay del progreso.
Debemos reconocer que el candidato presidencial del Partido Nacional ha sido muy franco y claro. Luis Alberto Lacalle declaró hace unos días que si resulta elegido Presidente de la República, le gustaría entrar al gobierno con una motosierra para cortar el gasto público.
La declaración, quizás un tanto inusual en nuestro debate político, marcó un grado de contundencia, como para que ni el más desprevenido pudiera albergar la más mínima duda acerca de su voluntad. Lacalle, en caso de asumir, piensa entrar al gobierno pisando fuerte, con una motosierra en sus manos, para atacar el gasto del Estado.
Lacalle no está pensando en corregir selectivamente algunos aspectos del gasto, establecer recortes puntuales o aplicar soluciones graduales. Nos queda claro que no. No es esa la intención. Nada de pequeñeces ni tibiezas. Él quiere entrar a Casa de Gobierno con una motosierra, una herramienta poderosa para cortar y derribar, de una y al bulto, para que en muy poco tiempo no quede nada en pie.
Lacalle es un hombre inteligente y meditado, que comúnmente mide la proporción de las palabras que utiliza. Es cierto que en su etapa más juvenil, con un carácter más fogoso, el ímpetu y la pasión le empujaron ocasionalmente hacia afirmaciones un tanto desafortunadas. Pero hoy, definitivamente, ya no es lo mismo. El paso de los años, la experiencia, el recorrido, como él mismo lo ha confesado, le han inyectado un alto grado de mesura y ponderación a su accionar político.
Cuando el candidato nacionalista eligió una herramienta tan fuerte para simbolizar el temperamento de su futura acción de gobierno, no fue fruto de una distracción o de una opción apresurada. Lacalle quiso comunicarnos con claridad el tipo de corte del gasto que le gustaría hacer, a través de una herramienta brutal, que describiera de forma inequívoca una acción drástica, terminante. Entonces, eligió la motosierra.
A partir de esa postal, es difícil imaginar mucha ductilidad para el recorte. No puede esperarse minuciosidad o detalle, todo lo contrario. Es legítimo pensar que el gasto social del Estado, elevado por este gobierno a su máximo histórico, será la principal víctima del desembarco del candidato y su motosierra.
¿Y cuáles serán los gastos que caerán bajo la acción de la motosierra? ¿Serán acaso los ajustes diferenciales para jubilados y pasivos de bajos ingresos? ¿Será la supresión de los consejos de salarios para los empleados públicos, para que vuelvan a perder salario real? ¿Y las promesas de aumento salarial para los policías y maestros? ¿Qué va a pasar con el Plan Ceibal para los escolares que ingresan el año que viene? ¿Se van a quedar sin computadora? ¿Qué va a pasar con el programa de salud bucal, para niños y niñas en edad escolar? ¿Y con el Hospital de Ojos y su programa de operaciones gratuitas? ¿Continuará el Ministerio de Desarrollo Social con sus distintos programas de políticas dirigidas a los uruguayos más pobres? La supresión del Mides puede ser una buena alternativa, para terminar con las políticas sociales y volver al reparto clientelista de canastas y beneficios como se hacía algún tiempo atrás. ¿Qué va a pasar con el presupuesto para la educación? ¿Y con las asignaciones familiares? Son los recursos directamente dirigidos a los niños, sustancialmente aumentados por el gobierno del Frente Amplio, que tienen como contrapartida la condición de concurrir a la escuela.
¿Habrá recortes que afecten al Sistema Nacional Integrado de Salud, donde el estado contribuye con unos cien millones de dólares para que junto a los aportes de los trabajadores se atienda a más de quinientos mil niños y adolescentes que antes no tenían cobertura mutual? ¿Volveremos a las rendiciones de cuentas con gasto cero? Seguramente habrá una excepción con el gasto de combustible ya que el permanente uso de la motosierra provocará un elevado consumo.
La política de echarle toda la culpa al Estado y al gasto público no es nueva, la hemos escuchado durante muchos años. Es una postura ideológica propia del conservadurismo y de la visión económica de la derecha, que se enfrenta no sólo con el proyecto de cambio desarrollado por Frente Amplio, se encuentra en contradicción con cualquier modelo de desarrollo que tenga como objetivo central la generación de equidad y la integración social.
Pero políticamente, además, se trata de un argumento inconsistente. En la actualidad, el Estado, en relación al Producto Bruto Interno, tiene un porcentaje de gasto igual o menor que el registrado por cualquiera de los últimos gobiernos blancos y colorados. Pretender que hoy tengamos, en términos absolutos, un gasto público menor al de los anteriores gobiernos, cuando el producto bruto actual es el doble del que teníamos antes de que asumiera el Frente Amplio, constituye un razonamiento incoherente, un absurdo impropio de un ex gobernante bien asesorado en esta materia.
Es algo así como exigir que se gaste hoy en caminería lo mismo que se gastaba quince años atrás, cuando toda nuestra industria forestal no existía. Hoy se gasta mucho más en rutas, porque la actividad del país es muy superior y, por tanto, también lo son las necesidades de transporte y la circulación vehicular, con respecto a lo que sucedía en los pasados gobiernos. Al final, no terminamos de entender qué es lo que la derecha, Lacalle y la motosierra quieren provocar. ¿Se quiere un país sin gasto público y que por tanto, no crezca, no se desarrolle? Por el contrario, nosotros queremos una economía para el país, que cuente con un gasto público ajustado en relación al tamaño del producto, que acompañe y estimule el desarrollo y el crecimiento de la actividad.
En un discurso que pronuncié en ocasión del acto del 26 de marzo de 2008, que realizamos en conmemoración de aquel acto fundacional del Frente Amplio de 1971, expresé, palabra más, palabra menos, que si ganaban los partidos tradicionales iban a intentar desarticular todas las conquistas sociales llevadas adelante por el gobierno de Tabaré Vázquez. Algunos compañeros allí presentes, sutilmente, me comentaron que les parecía muy difícil que eso ocurriera, que no creían que la derecha se animara a tanto.
Mi intención era poner sobre la mesa el riesgo que suponía para todos los uruguayos la vuelta al gobierno de los partidos tradicionales. Que nos imagináramos por un instante todo lo que podíamos llegar a perder, todos los avances en materia de recursos invertidos en el desarrollo social y en los sectores menos favorecidos, toda la legislación social aprobada en este período, leyes que representan conquistas largamente anheladas.
Quedan pocos meses para la elección nacional, depende de cada uno de nosotros y de nuestro esfuerzo, el poder forjar una nueva victoria. Siempre he pensado que la peor pesadilla para la izquierda sería tener que ver a Tabaré Vázquez entregándole la banda presidencial a un representante de la derecha. Nunca pensé que incluso podría ser peor. ¿Se imaginan si encima tuviéramos que entregarle la banda presidencial a Lacalle sosteniendo su motosierra? Sería una escena propia de esas películas de terror que uno nunca quisiera ver. Por eso, lo digo una vez más, no nos dejemos arrebatar el futuro. Construyamos nuestra victoria, la del Frente Amplio, la de nuestro gobierno, que es la victoria del futuro, el triunfo del Uruguay del progreso.
* Senador, Nuevo Espacio FA
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