Hace mucho que Honduras es uno de los pilares más seguros de las rancias oligarquías latinoamericanas. Tiene una clase dominante arrogante que menosprecia al pueblo, y que guarda vínculos carnales con Estados Unidos, además de tener una importante base militar yanqui, cerca de la sandinista Nicaragua.
En las últimas elecciones, José Manuel Zelaya fue electo presidente por el Partido Liberal. Las viejas clases dominantes esperaban que desde el sillón presidencial continuara jugando el juego en la forma en que los mandatarios hondureños lo han jugado siempre, es decir gobernar para ellos en detrimento del sufrido pueblo, del que trabaja, del olvidado de siempre cuando llega la hora del reparto de la torta. En cambio, Zelaya inclinó sus políticas hacia la izquierda. Emprendió programas que tuvieron en cuenta a los olvidados de siempre, la vasta mayoría de los sufridos hondureños. Se construyeron escuelas en áreas rurales remotas, se aumentó el salario mínimo, se abrieron clínicas de salud, entre otras medidas sociales.
El presidente Zelaya comenzó su período apoyando el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, pero dos años después se unió al ALBA, la organización de Estados antiimperialista que creó el presidente Hugo Chávez. El resultado fue que Honduras obtuvo petróleo barato procedente de la socialista Venezuela. Luego propuso la celebración de un referéndum para saber si la población pensaba que era buena idea revisar la Constitución. Eso colmó el vaso de la derecha rancia, y de inmediato intentó echar por tierra todos los avances populares.
Zelaya fue secuestrado y expulsado de su país violentamente por los militares el pasado 28 de junio en la asonada militar y desde ese momento el gobierno de facto ha reprimido a los manifestantes que se encuentran en las calles hondureñas exigiendo el retorno a la democracia.
La existencia de graves violaciones a los derechos humanos ocurridas en el país con posterioridad al golpe de Estado, fueron constatas en las últimas horas por Asociaciones de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos de varios países del mundo.
Entre las vulneraciones de derechos fundamentales denunciados ante la misión se encuentra un importante número de ejecuciones extrajudiciales, centenares de detenciones arbitrarias, múltiples amenazas, cercenamiento de la libertad de expresión e información. Los culpables son los mismos personajes golpistas que toda Latinoamérica conoció en los terribles años de plomo, y que hoy son protegidos por los halcones de la ultraderecha norteamericana.
La derecha, los oligarcas hondureños y militares deberían hacer una profunda reflexión sobre lo que les espera. El pueblo hondureño se levantará y empuñará las armas para defender a su presidente y a la democracia. Es un derecho y un deber. No hay otra alternativa que la renuncia de los golpistas.
Hoy todos en el Mercosur, en la Unasur, en el ALBA y en la OEA debemos trabajar para restituir el mandato del presidente legítimo, el depuesto Manuel Zelaya, y decir nunca más a la derecha golpista. Quieren restaurar los tiempos del genocida neoliberalismo y aplastar la esperanza progresista que avanza en nuestra Patria Grande, pero es imposible. El avance de los pueblos los pasará, inexorablemente, por encima para construir un mundo más justo.
En las últimas elecciones, José Manuel Zelaya fue electo presidente por el Partido Liberal. Las viejas clases dominantes esperaban que desde el sillón presidencial continuara jugando el juego en la forma en que los mandatarios hondureños lo han jugado siempre, es decir gobernar para ellos en detrimento del sufrido pueblo, del que trabaja, del olvidado de siempre cuando llega la hora del reparto de la torta. En cambio, Zelaya inclinó sus políticas hacia la izquierda. Emprendió programas que tuvieron en cuenta a los olvidados de siempre, la vasta mayoría de los sufridos hondureños. Se construyeron escuelas en áreas rurales remotas, se aumentó el salario mínimo, se abrieron clínicas de salud, entre otras medidas sociales.
El presidente Zelaya comenzó su período apoyando el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, pero dos años después se unió al ALBA, la organización de Estados antiimperialista que creó el presidente Hugo Chávez. El resultado fue que Honduras obtuvo petróleo barato procedente de la socialista Venezuela. Luego propuso la celebración de un referéndum para saber si la población pensaba que era buena idea revisar la Constitución. Eso colmó el vaso de la derecha rancia, y de inmediato intentó echar por tierra todos los avances populares.
Zelaya fue secuestrado y expulsado de su país violentamente por los militares el pasado 28 de junio en la asonada militar y desde ese momento el gobierno de facto ha reprimido a los manifestantes que se encuentran en las calles hondureñas exigiendo el retorno a la democracia.
La existencia de graves violaciones a los derechos humanos ocurridas en el país con posterioridad al golpe de Estado, fueron constatas en las últimas horas por Asociaciones de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos de varios países del mundo.
Entre las vulneraciones de derechos fundamentales denunciados ante la misión se encuentra un importante número de ejecuciones extrajudiciales, centenares de detenciones arbitrarias, múltiples amenazas, cercenamiento de la libertad de expresión e información. Los culpables son los mismos personajes golpistas que toda Latinoamérica conoció en los terribles años de plomo, y que hoy son protegidos por los halcones de la ultraderecha norteamericana.
La derecha, los oligarcas hondureños y militares deberían hacer una profunda reflexión sobre lo que les espera. El pueblo hondureño se levantará y empuñará las armas para defender a su presidente y a la democracia. Es un derecho y un deber. No hay otra alternativa que la renuncia de los golpistas.
Hoy todos en el Mercosur, en la Unasur, en el ALBA y en la OEA debemos trabajar para restituir el mandato del presidente legítimo, el depuesto Manuel Zelaya, y decir nunca más a la derecha golpista. Quieren restaurar los tiempos del genocida neoliberalismo y aplastar la esperanza progresista que avanza en nuestra Patria Grande, pero es imposible. El avance de los pueblos los pasará, inexorablemente, por encima para construir un mundo más justo.
LA REPUBLICA
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