A las 18.20, en el momento en que Laura Boldrini, la presidenta de la
Cámara de Diputados, leyó el voto número 504 para Giorgio Napolitano,
Pier Luigi Bersani bajó la cabeza, se llevó la mano derecha a la frente y
lloró. El hemiciclo abarrotado prorrumpió en aplausos y en el rostro
siempre bronceado de Silvio Berlusconi se dibujó una sonrisa. La
política italiana, incapaz de ponerse de acuerdo en la formación de un nuevo Gobierno y en la elección de un nuevo presidente de la República, había optado por renovar el encargo a Giorgio Napolitano,
quien a sus 87 años se conjuró para superar “una prueba difícil en un
momento crucial”. La decisión de todos los partidos tradicionales de
acudir al palacio del Quirinal y pedir a Napolitano que siguiera al
frente de la jefatura del Estado enfureció al Movimiento 5 Estrellas de
Beppe Grillo, que habló de “golpe de Estado” y llamó a sus simpatizantes
a tomar el centro de Roma.
Nada más confirmarse el resultado de la sexta votación —Napolitano logró 738 de los 1007 posibles—, Bersani materializó su dimisión
junto a toda la cúpula del Partido Democrático (PD), con Rosy Bindi, su
presidenta, a la cabeza. No solo no habían logrado sacar provecho de su
exigua victoria del 24 y 25 de febrero, sino que las luchas internas
habían arruinado las posibilidades de que dos de sus viejas glorias, el exsindicalista Franco Marini
y el ex primer ministro Romano Prodi, alcanzaran la presidencia. La
conducta errática de Bersani —intentó pactar primero con Grillo y luego con Bersluconi— había terminado por romper el espinazo de un partido hecho de jirones, acomplejado ante la sintonía popular del Movimiento 5 Estrellas y la incombustibilidad de Silvio Berlusconi.
Después de la tragedia vivida la noche del viernes —101
parlamentarios del PD hicieron de francotiradores y votaron por sorpresa
en contra de Romano Prodi—, Bersani subió el sábado por la mañana a ver
a Napolitano y le pidió que recapacitara su decisión de no volver a ser
presidente de la República. Lo mismo hicieron Silvio Berlusconi y Mario
Monti. El jefe del Estado, cuyo primer mandato expiraba oficialmente el
próximo 15 de mayo, recibió también la llamada de la Conferencia
Episcopal Italiana (CEI) y de algunas cancillerías europeas. Después de
unas horas de reflexión, y mientras en la Cámara de Diputados se
producía una quinta votación en falso, el presidente Napolitano difundió un comunicado aceptando el envite:
“Consciente de las razones que se me han presentado, y en el respeto de
las personalidades que hasta ahora se han sometido al voto para las
elecciones del nuevo jefe del Estado, considero que tengo el deber de
ofrecer la disponibilidad que se me ha pedido”.
Una vez que la sexta votación confirmó el triunfo de Napolitano
frente al candidato del Movimiento 5 Estrellas, el prestigioso jurista
Stefano Rodotà, el presidente dedicó su comparecencia a agradecer los
apoyos y a señalar que mañana, durante su toma de posesión, podrá
explicar ante diputados y senadores sus planes. “Allí diré”, anunció
Napolitano, “cuáles son los términos por los que he considerado aceptar,
con absoluta limpieza, la petición de las fuerzas políticas. El
objetivo de mi nuevo encargo será reforzar las instituciones de la
República”.
Algunos medios especulan con la posibilidad de que, a cambio de
aceptar un nuevo mandato, el antiguo comunista haya obtenido de los
partidos el compromiso firme de pactar un Gobierno para, al menos,
llevar adelante las reformas que necesita el país —en especial la de la
ley electoral— antes de convocar unas nuevas elecciones. Ante esta
posibilidad, el Movimiento 5 Estrellas de Grillo volvió a hablar de los
“chanchullos de La Casta”. El cómico publicó en su blog
que “desde la posguerra, en los momentos más oscuros de la República,
no ha habido nunca un contraste tan claro e impúdico entre las
instituciones y los ciudadanos”. Mientras cientos de manifestantes
rodeaban el palacio de Montecitorio —sede del Parlamento—, los
principales líderes políticos, incluidos la presidenta de la Cámara y el
presidente del Senado, afearon a Grillo llamar “golpe de Estado” a una
votación legal y democrática. Incluso su candidato a presidente de la
República, Stefano Rodotà, se desmarcó del exceso.
Más allá de los análisis políticos o de la capacidad de Grillo para
rentabilizar el pacto transversal entre enemigos acérrimos, las lágrimas
de Bersani y la sonrisa amplia de Berlusconi dejan muy claro quién gana
y quién pierde —otra vez— en el embrollo eterno de la política
italiana.
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