Un sábado del pasado noviembre, Manuel Gaya i Canalda (Maldà, Lleida, 1916) leía en voz alta en el salón de su casa del Distrito Federal una carta que él mismo había escrito
más de setenta años antes. La misiva- una copia del original que
sostenía entre sus manos- iba dirigida al entonces presidente de México,
Lázaro Cárdenas, y en ella pedía asilo para construir una vida tras la
guerra. Aquella mañana, el capitán Gaya relató con detalle una vez más
la historia de su exilio en Burdeos, la llegada al puerto de Veracruz,
sus años como vendedor de seguros y la forma en que se enamoró: de México y de sus dos esposas, Rosa María -de quien quedó viudo- y Dora, que lo acompañó hasta el final de su vida.
Pese a la agilidad de su relato, el cuerpo de Manuel Gaya no
respondía ya aquel sábado tan rápido como su memoria. Un día antes había
vuelto del hospital tras un breve ingreso. “Estoy enfermo de 96 años,
eso no tiene cura”, decía. Este martes, 5 de febrero, el corazón del
capitán dejó de batallar tras una vida de militancia en la izquierda
republicana catalana.
Antes de zarpar el 14 de julio de 1939 a bordo del Mexique,
Manuel Gaya pasó seis meses en un campo de concentración en
Argelès-sur-Mer, Francia. "Recuerdo la cerca metálica junto al mar –le contó a este diario en 2007-.
Hacía un frío espantoso, pasamos días terribles porque los franceses
nos tiraban panes, luego nos dieron mantas, paja y madera para hacernos
unas barracas donde nos acomodábamos como podíamos. Solo nos daban de
comer lentejas y más lentejas. A pesar de la desesperación que sentíamos
no queríamos regresar por ningún motivo a España". No volvió a su país
hasta que murió el dictador.
La llegada a México fue el punto de inflexión. "Miles de personas nos recibieron en el puerto de Veracruz
con banderas y al grito de '¡Viva la República!", recordaba en
noviembre, "México me encantó, me maravilló, porque salir de un campo de
concentración y ver tantas luces, tiendas, comida, restaurantes...era
increíble”.
Perito agrónomo de formación, Manuel Gaya enseñó agronomía en
Michoacán, tal y como había prometido en su carta de ser aceptado en
México. Con los años, se convirtió en agente de seguros y más tarde en
empresario. Agradecido por todo lo vivido, en la entrevista concedida a
EL PAÍS hace apenas dos meses se declaraba “un optimista prudente”.
Sin olvidar nunca a Cataluña-
entre otros honores, recibió el de Soci al Mèrit otorgado por el Orfeó
Català de Mèxic como reconocimiento a su labor en la promoción de la
cultura catalana-, transmitió a sus nietos ese amor por la lengua.
Mauricio, de 29 años, en conversación telefónica, recuerda a Manuel como
un hombre centrado, trabajador y disciplinado. “Siempre estaba ahí para
ofrecer un consejo acertado”. Hace unos años, Mauricio tuvo oportunidad
de visitar la tierra de su abuelo. Este miércoles, se despedía del
capitán en su cuenta de la red social Twitter. El mensaje era como el
adiós a alguien que parte a un mejor destino: "Gràcies per tot, avi. Bon viatge".
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